martes, 11 de febrero de 2020

#OlgaOrozco2020: La maga de la poesía (Patricia Kolesnicov)

Olga Orozco
La maga de la poesía

por Patricia Kolesnicov (Revista Viva, 16 de noviembre de 1997)



Con la palabra de poder
nómbrala y mátala

Exactamente eso decía ella, hace treinta y cinco años, en el poema “Para destruir a la enemiga”. Olga Orozco, la poeta, levanta sus párpados sombreados de turquesa y sigue hablando de un enemigo. Pero ahora dice que es el tiempo:"El que te deteriora y te mata”. Y que su tentación es violentar al tiempo. “No sólo me tienta hacerlo retroceder; también hacerlo simultáneo, alternarlo, como si lo venciera. Lograr esto, o intentarlo, es hacer retroceder a la muerte, aunque sea por un momento."
Olga Orozco supo del Tarot y las videncias. Daba su pelea con las armas de la magia. “Estaba buscando trascender -dice desde sus ojos verdes, todas las limitaciones: esta realidad que te somete a reglas como las leyes de causa y efecto, como las leyes del tiempo. Trascender este yo, la limitación de ser este yo y ningún otro.
Olga Orozco nació en 1920 en Toay, un pueblo de La Pampa donde los médanos volaban. Tuvo una abuela que le contó cuentos durante tres décadas. En Bahía Blanca, a los 14 años, una sombrerera italiana que se llamaba Teresa vio que había en la intensidad de la chica condiciones para el ocultismo. En las calladas tardes de esa Bahía Blanca, la sombrerera Teresa le enseñó a esa niña pampeana los secretos del Tarot, sus arcanos mayores y menores. Y la niña supo de reyes y de locos.
Después tuvo una gata, Berenice:

Algo más que piedad, que providencia y desatino
erigió nuestra carpa invulnerable entre las carcomidas fundaciones.
Algo que comenzamos a saber entre un plato de leche
y huesos, sólo huesos de desapariciones, tan duros de roer.

Con una amiga, María Julia Onetti, la poeta hizo el horóscopo de Clarín entre 1968 y 1974. Firmaban “Canopus”. Así lo recuerda: "Lo hacíamos a conciencia, de la manera rigurosa en que se puede hacer un horóscopo estático".
Los lectores lo seguían y hasta pedían que su palabra interviniera directamente en el destino: “Una señora me escribió que su marido tenía relaciones con una mujer más joven. Me decía que le se aconsejara a Géminis que volviera a sus amores de siempre, aunque le parecieran rutinarios, y olvidara los deslumbramientos momentáneos".
--¿Se puede encontrar una forma bella de escribir hasta los horóscopos?
-Sí, absolutamente, se le puede poner belleza a todo, hasta a la tabla de multiplicar; si se tiene talento, se puede.
Mi poema "La cartomancia” es una tirada de cartas real, una tirada que me hice a mí misma.

No dormirás del lado de la dicha, 
porque en todos tus pasos hay un borde de luto que presagia 
el crimen o el adiós,
y el Ahorcado me anuncia la pavorosa noche que te fue destinada.

Hay una anécdota que esta maga de la poesía gusta contar. Dice que el Tarot tuvo algo que ver en su segundo matrimonio: "Era la segunda vez en mi vida que lo veía y no me había impresionado tantísimo como para que aspirara a compartir con él el resto de mi vida. Él estaba en un mal momento, le conté por qué y le dije que no se afligiera, que la mujer de su vida estaba a las puertas, y se la describi. Daba la sensación de que hubiera buscado mi propia descripción. Le dije que era artista, que tenía ojos claros pero que era morena y puse además miles de calificaciones excelentes sobre esa persona: era bondadosa, era comprensiva, talentosa. Yo leía honestamente las cartas de Tarot y él anotaba cada palabra. Después fue mi marido, y cada vez que yo hacía algo que no le gustaba -que fueron pocas veces- sacaba ese papel del bolsillo, lo leía y me decía: 'Mirá el retrato que te hiciste...'”.
Aunque habla de la magia en pasado, la poeta cuenta que "muchas veces escribo con una piedrecita negra en una mano, a veces con dos piedras: una de Sicilia, donde nació mi padre, y otra de San Luis, donde nació mi madre”.

-¿Para qué esas piedras?

-No sé. Como para pedir ayuda. Y a veces escribo con una piedrecita negra que me dio el primer chico del que me enamoré. Las piedras, yo creo de verdad, están vivas. No creo que estén muertas. Creo que tienen una vida lenta. A medida que las tocas, puedes llegar a sentir como un latido.
A mí me ayudan a evocar cosas, además tienen una energía.
Las elijo y las quiero. Las junto, inclusive. Siempre junto piedras y cosas por las playas. De Grecia, del Cabo de Nueva Esperanza, de México.

-Cuando vuelve a la misma piedra, ¡¿lo hace buscando la sensación que tuvo antes?

-No. Pero cada piedra convoca un ámbito diferente.

-Alguna vez usted dio un argumento astrológico para rechazar una invitación a entrar a la Academia de Letras.

La primera vez que me propusieron entrar a la Academia de Letras fue cuando murió Victoria Ocampo. Yo no tengo pasta de académica; no es que vea mal que entren otros, pero yo no me veo ahi, no siento ninguna energía que me espere allí, no veo una silla favorable para mí-dice, y se le escapa la risa. Entonces piensan que no acepto por motivos esotéricos. En realidad, ése fue el motivo que di. Dije eso, y que no veía en mi horóscopo ninguna señal de que tuviera que aceptar.

-¿Lo decía seriamente?

-Por supuesto que yo lo decía seriamente- pone mirada de ofendida por la duda-. Lo decía seriamente, pero no lo pensaba seriamente.
Ella se inquieta en la silla y asegura que la magia quedó atrás: “Me pareció que era una manera bastarda de trascender el tiempo. Porque una hace descender, de alguna manera, fuerzas que son oscuras, poco manejables. El Tarot. La práctica de la videncia dan una omnipotencia que es falsa.
Creo que lo mismo se trasciende a través de la plegaria y de la poesía misma. También con la poesía puedes llegar a trastornar todos los tiempos, a confundirlos, barajarlos, ordenarlos como se te da la gana. Puedes resucitar a los muertos, vivir otras vidas, ser otras".

-¿Usted cree realmente que la magia es un intento de intervenir en las leyes del tiempo?

-Sí, en las leyes del tiempo y de la física. Pero la poesía también interviene, aunque de otro modo. La poesía es un juego peligroso porque no es lineal, como la prosa, sino que va hacia lo alto o hacia las profundidades y una se sumerge buscando los elementos que quiere encontrar, que no son justamente los externos. No es fácil llegar a eso, a esas respuestas. Y a veces una queda unida a la superficie por un hilito. No sabe muy bien cómo va a hacer para regresar porque se ha quedado observando muy, muy adentro.

-Dijo que empezó a escribir porque sentía que había preguntas que no tenían respuesta. ¿Qué quería saber?

-¡Vaya a saber qué quería saber! Quería justamente saber cosas que aún no tienen respuesta para mí. Cómo era Dios, que me lo dibujaran. Incluso una vez hice un dibujito y le pregunté a mí madre si así era Dios. Era un dibujito con un perfil humano que debía de ser algo monstruoso porque yo trataba de que fuera lo incomprensible, lo enigmático. Yo tenía cinco años y no podía pensar en la belleza de Dios, pensaba en el poderío de lo desconocido. Quería saber por qué, si yo tenía un ángel de la guarda, él no me alcanzaba o me explicaba las cosas que le pedía. Cosas como por qué el viento trae sólo viento, que además es mentira, porque el viento trae muchas cosas y lleva muchas cosas, como cuenta Lo que el viento se llevó.

-En La Pampa el viento se ve.

-En La Pampa el viento es casi ciclónico, trae cardos rusos, trae hojas secas. Incluso se llevaba los médanos, que cambiaban de lugar con el viento. Ya no está el médano que estaba ayer en el fondo de tu casa.

-Y un médano parece una montaña…

-Sí, y tiene un volumen. Una se sorprende porque no ha pensado en la liviandad de la arena sino en el volumen del médano. Ese es uno de los juegos más deliciosos que una tiene de chica: jugar en la arena.

En tanto levantáis,
insaciables arenas,
médanos fugitivos que cumplen en el viento un sombrío destino.

-¿Sigue escribiendo para contestarse preguntas?

-Naturalmente, yo siempre he escrito para contestarme preguntas. Incluso creo que me contesto a mí misma con otras preguntas. Sin pretender definir la poesía, que siempre se escapa por todos los costados por más que una pretenda definirla, creo que la poesía es eso, una permanente pregunta. Por más que uno conteste con aseveraciones, en realidad esa respuesta es también una pregunta.

-Eso prueba los límites de la capacidad de preguntar.

-Y claro. Se acaba. La última pregunta no tiene respuesta, o la respuesta nos está vedada. Viene el silencio. Hay sellos que no se pueden levantar desde este costado del mundo.

Tú no preguntas nada, nunca,
porque no hay nadie ya que te responda.

El tiempo de las preguntas, de las cosas pasadas por el viento, fue también el de su abuela María Laureana. Olguita, la escritora, creció con los relatos de esa mujer que había nacido en San Luis. Como si la literatura se transmitiera de abuela a nieta, fue la abuela de su abuela, una irlandesa, la que trajo las historias a la familia. Y esta señora poeta se reconoce en esa genealogía: "Mi abuela era como una maga blanca, una persona que imaginaba un cuento distinto todos los días. Cuantos de hadas, de demonios, de castillos encantados, de tesoros enterrados. Eran esos cuentos donde hay una palabra de poder que abre las aguas
y una puede hundirse hasta el fondo y rescatar a alguien vivo que está todavía allí no se sabe cómo. María Laureana murió a los 97 años, cuando yo tenía 28, y hasta entonces seguía contando".

-¿Los cuentos eran a pedido suyo?

-Sí, yo le pedía y ella empezaba sin titubear. Eran cuentos o historias. Ella había nacido a mediados del siglo pasado y presenció hasta malones. Había tenido una prima -ella era muy rubia, con ojos azules; la prima Lucía también, y durante un malón esta chica no se había guarecido, se había quedado sola caminando por no sé dónde y un cacique la llevó en su caballo a medida que le decía: "Ir dando besos". La prima Lucía estuvo como quince años en esa toldería. La mujer principal del cacique, una señora anciana la ayudaba a escapar, pero la muchacha caía siempre en tolderías de caciques amigos. Cuando consiguió huir ya tenía treinta años y se encerró y no salió nunca más. Pero tuvo para siempre las cicatrices en las plantas de los pies, todas cortajeadas, por las heridas que le habían hecho para que no escapara. De eso me hablaba mi abuela Maria Laureana.

De todos los que amaron ciertas edades suyas, ciertos gestos,
las mismas poblaciones con olor a leyenda,
no quedan más que nombres a los que a veces vuelven como a un sueño.

-En sus poemas aparecen el amor y el abandono. ¿Usted tuvo grandes amores?

-Amores intensos.

-¿En qué consistía esa intensidad?

-Yo no soy una persona insensible ni indiferente. Creo que no todo el mundo tiene la capacidad de enamorarse con intensidad ni de hacer que los amores sean duraderos. Hay
gente que confunde la emoción con un sentimiento, entonces vive cosas pasajeras. El amor verdadero es de otro modo, es pensar más en el otro que en sí mismo.

-¿Hay gente que busca el reflejo de sí misma?

-Eso es un narcisista, no un enamorado. En el amor hay una cosa de entrega, de dedicación al otro, que ni siquiera uno sueña en confundir con la abnegación: hay alegría en eso. Pero, además, hay que ser capaz de jugarse en esas apuestas.

- Qué queda en uno cuando se terminan esos amores?

-Queda la intensidad de la pena, que es la otra cara de la moneda. Uno sabe desde el comienzo que cuando existe un sentimiento poderoso la ausencia va a determinar también otro sentimiento poderoso, pero penoso.

-Hace falta una cierta generosidad para no ir para atrás, para no asustarse...

-Yo no le tengo miedo a la vida, le tengo miedo a la muerte. Aunque sea un gran dolor, vale la pena la apuesta. Es como en la poesía misma: uno no tiene ninguna esperanza de acertar con el centro justo en la poesía, con lo que uno quiere decir plenamente; sabe que siempre va a ser una aproximación y, sin embargo, sigue apostando.

-¿La poesía se nutre del amor en su plenitud o de la ausencia?

-Yo estoy con el proverbio español: boca que besa no canta. Mis poemas de amor siempre son a la ausencia. La dicha plena se basta a sí misma, no necesita de palabras anexas ni nada.

Porque indefensos viven los hombres en la dicha
y solamente entonces, mientras muere a lo lejos su vana melodía,
recobran nuestros rostros una aureola invencible.

- ¿La poesía es un momento de indefensión?

-No, es un momento de fuerza. Por lo menos es la intención de la fuerza. Uno siente que está hablando con todo, con todo el universo y con todas las personas.

-La oscuridad es otro sol, También la luz es un abismo y La noche a la deriva son tres libros suyos. ¿Qué le pasa con la noche y el día?

-La noche es para descubrir secretos, para internarse en sensaciones abismales. Yo digo que la oscuridad es otro sol: ocurren muchas cosas de noche. No es el negro absoluto.
Ahora, una tiene que entrar allí con una lámpara. Lo que recoges en la noche lo tienes que llevar a una claridad suprema. Llevarlo a plena luz, a una luz casi hiriente,

- El día es menos intenso y menos amenazante?

-Hay horas del día que no soporto; las horas de la siesta por ejemplo; no sé qué hacer en esas horas. Si duermo me hace daño y si no duermo es la hora más expuesta, más peligrosa. No sé si me vendrá desde chica: era la hora en que me obligaban a dormir siesta y me escapaba, me trepaba a los árboles, comía fruta verde y después estaba enferma.

-Todo queda en la memoria.

-Curiosamente, cuando le conté esto a un psicólogo me preguntó: "¿A qué hora murió tu padre?". A las tres de la tarde. "A qué hora murió tu madre?". A las dos de la tarde. “A qué hora murió tu hermana?". A las dos de la tarde. "A qué hora murió tu marido?". A las dos de la tarde. Desde antes le tenía terror a esa hora.

-Una hora de desgracia...

-Fue la hora que me fue dejando sola.

-Una hora muy luminosa.

-No; es muy fea.

Nuestro largo combate fue también un combate a muerte con la muerte poesía.
Hemos ganado. Hemos perdido,
porque cómo nombrar con esta boca,
cómo nombrar en este mundo con esta sola boca en este mundo con esta sola boca?

Olga Orozco, la poeta, se queda mirando fijo. No le gustan las entrevistas. Y menos le gustan las cámaras. Dice que muestran cambios que no quiere que ocurran. Hace poco le preguntaron cómo preferiría morir y contestó con certeza: “De ningún modo". Y es una mujer que prefiere no ver el tiempo en su cuerpo.

-¿Usted se ve siempre como era antes?

-No... más o menos. Pero una tiene una idea embellecedora. Ahora, cuando me miro al espejo, me parece que va a decir "Fin". Entonces me voy alejando despacito.

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