sábado, 20 de septiembre de 2014

Olga Orozco: la maga de la poesía (Leonor Calvera)





La tarde invernal se halla en su punto más alto. El sol derrocha luz por los amplios ventanales. Casi no hay sombras alrededor de esta creadora que tanto sabe de la oscuridad. Nos encontramos en la casa de Olga Orozco. Una gran poeta. Una creadora que, desde el absoluto de la poesía, comienza el dialogo repudiando todo condicionamiento por género con estas palabras:

Nunca quise figurar en antologías que mujeres porque creía que agruparlas por sexo era una exclusión, una marginación. Quizá ahora no haya más remedio que hacer antologías de mujeres porque el número de mujeres que escriben ha aumentado con el tiempo, lo cual puede llegar a justificar una clasificación.

¿Antes era muy distinto?

La literatura tomada en serio por mujeres era muy escasa. En general, sus obras constituían el género de las puntillas, del suspiro, del desmayo, de la falta de rigor. Se escribía por entretenimiento o por evasión. En muy pocos casos la escritura era una exigencia ineludible, la forma de un destino.

Recuerdo, Olga, que cierta vez que Alejandra Pizarnik te reprochaba brindarte demasiado a la gente, o a los amigos, en lugar de concentrarte exclusivamente en escribir, le contestaste que el poema no cesaba de gestarse adentro tuyo, alimentándose de lo vivido. ¿Eso sigue siendo igual?

Creo que a Alejandra la mató la palabra: no le dejó vida para vivir. El lenguaje puede ser el sujeto del poema, pero el lenguaje como sujeto excluyente es devorador. Creo que la palabra tiene que transportar cosas, tiene que transportar tiempos, tiene que transportar visiones. La poesía sale de los misterios transcendentes o de los cotidianos, porque existe un estado que te permite transfigurar lo visible y lo invisible: la hoja, la nube, una ausencia. Pero ahora hay una marcada tendencia a encadenar fáciles juegos silábicos, a combinar en vano palabras prestigiosas, a hacer ortopedias con textos consagrados.

Pensar en la poesía de Olga Orozco es pensar en la magia.

Poesía y magia están muy emparentadas. Ambas quieren transformar el mundo. Surgen de la conciencia de que somos insuficientes, incompletos, inacabados, y pretenden ampliar las posibilidades del yo, los alcances de la realidad, abriendo las puertas a otros conocimientos, a otros universos. Tanto la magia como la poesía intentan una conversión simbólica del aquí y el ahora, trasladándolos siempre un poco mas allá, pero en tanto que la magia intenta una toma de posesión, la poesía, como la plegaria, es una entrega, sólo que una entrega contra toda esperanza y toda desesperanza. La poesía es búsqueda hacia lo alto, es una ascesis, mientras que la magia es una llamada hacia abajo, es una utilización.

Tupoesía surge de la vida, ¿que espacio ocupa en ella la muerte?

La muerte esta íntimamente emparentada, entrelazada con la vida. Como Miller, no puedo pensar en la una sin la otra. Son complementarias, y nunca he pensado que lo contrario de la vida sea la muerte. Creo que lo contrario de la vida es la nada. Para mi la nada es impensable; por lo tanto supongo que la muerte es otra forma de vida, una vida perdurable. Esta fe no me proporciona tanta serenidad como la que aparento, porque si mi poesía espía hasta donde es posible en el reino de la muerte, no dejan de aterrarme las impensables metamorfosis que se producirán.

¿Tu poesía parte de una reflexión?

No hay una llamada fija que me convoque. A veces lo que me estimula es una imagen, otras una frase o un sonido. Después, es como si tuviera el comienzo y el final de un proyecto de viaje y yo estuviera que escribir el transito de una a otro, tanteando terrenos azarosos, oyendo silbatos que me solicitan desde todas partes, eliminando estaciones y poniendo señales. Pero ese recorrido que media entre la primera fase y el final es un producto no propuesto, una incubación inocente digamos. Nunca planteo un libro con un tema determinado. Si se da así es porque algo insistente, obsesivo, me persiguió durante una larga temporada. Museo salvaje, por ejemplo, fue el resultado de una prolongada extrañeza ante mi propio cuerpo.

¿Incorporas el cuerpo a tu escritura?

Naturalmente, lo incorporo a todo, inclusive lo reclamo para la resurrección, siendo el cuerpo como un intermediario, algo que hace posible la vida y a la vez la limita. El cuerpo me tapona el acceso a la totalidad, me traba la relación con el mas allá, por su sola presencia. Pero bendito sea el cuerpo que permite el palpable intercambio del amor, la riqueza de las sensaciones, los paraísos de los sentidos. La vida es infinitamente variada. Claro que cerrar, como en el sueño, le añade nuevas dimensiones: identificarse con todo el universo. Tenerlos abiertos es identificarse con lo otro solo parcialmente.

Magia, sueño. Sin embargo tu poesía es muy racional.

Tiene rigor lógico. No hay en ella antinomias idiomáticas ni representaciones absurdas. Construyo los poemas como un arquitecto que no olvida detalle. Eso no impide que alguna vez me permita hacer una cosa a lo Piranesi.

¿Dispones de tiempo suficiente para esas construcciones?

Si; en cambio cuando trabajaba en periodismo – era lo que se llama una redactora estrella- siempre estaba en lucha con el reloj y hasta dejaba de escribir por natural rebeldía. De todos modos no creo que el periodismo me haya perjudicado en mi escritura; por el contrario, tal vez me dio ductilidad. No hacia un periodismo de calle, sino en contadas ocasiones, y en las biografías, que eran casi trabajos de seminario, usaba un estilo muy cercano a mi verdadera prosa.

¿De allí salió La oscuridad es otro sol?

La oscuridad salió de una terapia. Se trata de un libro autográfico. Por exigencia de mi psicoterapeuta escribía durante horas recuerdos, sueños, asociaciones libres, impresiones vivas, y llenaba papeles que yo suponía que el rompía, tal como según Gómez de la Sema hace Dios con Lautreamont cuando le obliga a escribir una y otra ve, como castigo, el Canto Tercero de Maldoror.

¿Tu infancia?

Mi infancia fue muy especial: protegida y solitaria, a la vez. Protegida por el amor y los desvelos y solitaria por mis miedos y porque se desarrollo en un lugar de soledad, en La Pampa. La Pampa da vértigo hacia todos lados, hacia el horizonte y hacia arriba. Luego estaban los médanos que cambiaban de lugar, los cardos rusos que crecen y avanzan amenazadores y ese relieve casi viviente, muy particular, que toma una piedra o un hueso en total aislamiento. Y también estaba la gente extraña que amparaba mi abuela: locos inquietantes, locos adorables, locos viajeros. Allí mi casa era el centro del mundo, como en las viejas mitologías. El roble de mi casa, prolongado hacia arriba, me llevaba hasta el centro del cielo. Con mi hermana, cuando se apagaban las luces, empezábamos a andar en esa casa como en un carromato que nos llevaba a todas partes y que nos depositaba a salvo, a la mañana siguiente, milagrosamente, en el lugar de la partida. Yo llevo esa casa a todas partes, la recreo, la meto dentro de las casas donde vivo, de modo que tropiezo con sus paredes y abro sus ventabas donde ya no están. Es la casa que en el cielo, ahora; el carromato que vendrá a buscarme para llevarme al otro mundo.

¿Y tu madre?

Me sentía muy cerca de mi madre. Era muy extremada, pero era mi refugio, mi ángel protector, mi fortaleza. Nos dejaba cierta libertada para que, como todos los niños en el campo, descubriéramos sus misterios, sus revelaciones, que son inagotables. Porque afuera, allá lejos, todo forma parte de la tapicería de la buena convivencia: los animales, los arboles, los escondites, las frutas, los colores.

¿Nostalgia?

Mi nostalgia es parecía a la del tango. Diría que es un desgarramiento con categoría. De paso, te digo que siempre quise escribir una letra de tango, pero me falla la precisión del ritual, la justeza del desafío y la redondez de la queja.

¿Memoria, entonces?

Mi memoria no es trivial; es interpretadora y crece conmigo. Yo acarreo todo.

¿Un tiempo que se repite?

Mi tiempo es circular, como en los Cuartetos de Eliot. Creo que una gran aventura del hombre es violentar el tiempo, intercalar las épocas. Lo que viví hoy no solo influye en mañana sino que modifica el ayer. La profecía es una lectura del pasado. Por eso no tengo la vocación entomológica que se precisa para querer captar, embalsamada, la fugacidad del instante.

Cada maga tiene un animal preferido. El tuyo, Olga, ¿Cuál fue?

Berenice. Una gata, tal vez. ¡Ah, el enigma de los gatos! Berenice era un animal sagrado, que tenía en el paladar el círculo negro que identificaba en Egipto a los animales sagrados. Me saludaba con una reverencia y tenia la particularidad de caminar retrocediendo. Cuando murió le dedique un libro: Cantos a Berenice.

¿No la remplazaste por otra?

Berenice no era reemplazable. Era un tótem. Podré tener un perro, no sé, un pájaro una lagartija, pero no otra gata. Creo que hasta me dictaba los poemas. No la puedo sustituir. En los amores humanos me ha pasado lo mismo, por eso mi estado es de perdida permanente. Si lo perdido se acumula en algún lado, mis posesiones son incalculables.

¿Te quedaste a solas?

Todos estamos solos, aunque todos seamos uno y acabemos por encontrarnos y reconstruir una unidad final. Tuve siempre un profundo sentimiento berkeliano: ¿los demás existen porque pienso? ¿y a mi quien me imagina? En un dialogo, por ejemplo, los interlocutores hacen señas, pero ¿Cómo saber si las convenciones son las mismas? A mi madre, desde bastante chica le planteaba este asunto: ¿ella me veía por si misma o me veía porque yo loa veía? Podíamos hablar el mismo idioma, pero eso no quería decir que las significaciones fueran las mismas para una y otra. Aunque el lenguaje fuera el mismo las representaciones del idioma podían ser muy distintas para ambas. Esta sospecha me asalta con frecuencia. Por eso el dialogo me suele aterrar.

¿Miedo a no comprender, a no ser comprendida?

Miedo infinito, repartido. A veces puede ser manejable. Pero a veces la angustia toma la forma de la existencia misma, amenazada por cambios impensables, por la alteración de las leyes de la naturaleza. Como si todo lo imposible estuviera a punto de desbordarse y de hacerse posible, hasta quitar el aliento, hasta acosar.

¿Miedo que se pueda dominar con la poesía?

La poesía es una conversión a la unidad, como creo que ya dije; la pluralidad incompresible y aterradora reducida a la unidad. El recorrido de la pluralidad a la unidad remontando el proceso de la Creación con la creación poética hasta llegar al verbo primero, anterior a la división. Para llegar a ese Uno Absoluto me arrojo sobre las palabras, las golpeo, las acaricio, entablo con ellas la relación de los amantes, de la que hablaba Juan Ramón Jiménez. Pero nunca me responden adecuadamente. Siempre me traicionan o huyen o me devuelven solo la centésima parte de lo que intento. Nunca acierto con el centro al que quería llegar.

¿Cómo crees que impresiona tu poesía en el lector?

Lo ignoro. No se qué produce en el lector, porque la poesía tiene múltiples alcances, múltiples lecturas. Inclusive para mí un poema puede tener una significación distinta de acuerdo con el momento en que lo releo. Por otra parte, no me propongo llegar a un lector: escribo con todos y para nadie en particular. Sin embargo creo que mi poesía les llega más a las mujeres.

Creo que al varón le infundís miedo o respeto.

Los que caminan por la cornisa del abismo infunden miedo, pero a todos.

La oscuridad es otro sol. También la luz es un abismo. Las oposiciones hallan armónicamente su lugar en la de Olga Orozco. La creadora que, merced a la palabra desplegada con mágica certeza, permite que el lector se adentre en una realidad plural y fascinante, que quiebre el fluir del tiempo y la siga por los espacios en una búsqueda infinita de la unidad.

Tomado de:
https://mujeresdelmilenio.wordpress.com/category/1-reportajes/olga-orozco-la-maga-de-la-poesia/ 

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