domingo, 17 de mayo de 2015
Yo somos tú (monólogo) Olga Orozco
"A mí me encana la
transmigración." Entendámonos bien. No se trata de andar de tierra en
cielo, como ráfaga errante, desechando un cuerpo, cerrando con un golpe las
ventanas de cualquier biografía, para después colarse de un soplo en otro
cuerpo y en otra biografía, y volver a salir definitivamente. Yo prefiero no
dejar residuos, ni ropajes vacíos, ni corazones rotos, ni esperanzas de
encuentro para el día de la resurrección. Prefiero estar aquí, en unidad de
tiempo y de lugar. Prefiero probarme caras sobre esta sola cara. Prefiero
animar toda la historia universal sin apagar mi historia. A puertas cerradas, a
nombre fijo y aun a días contados, prefiero entreabrir otras puertas,
multiplicar los nombres, extender días a siglos. Mis territorios crecen de este
modo de manera incalculable. Y los llevo conmigo. Los pliego, los despliego,
los torturo, los siembro, los recorto, los trituro, los mezclo, los devoro, los
exhalo, y si quiero los pliego una vez más, los estrujo en la mano y los dejo
caer entre los dedos. Así, naturalmente, sin mirar hacia atrás. La geografía no
tiene exigencias para mí: aplano las montañas, desvanezco los mares sin
contemplaciones, cambio de sitio las ciudades, desvío el curso de los ríos para
poder pasar. Y hasta hago surgir los continentes desaparecidos y aparecer, de
pronto, los que nunca estuvieron. La zoología no se me resiste. Paso sin
transición de perro a lobo, de tigre de Bengala a colibrí, de cordero pascual a
martín pescador. Me visto y me desvisto de plumajes ardientes a púas erizadas,
de terciopelos suaves como el ocio a escamas para encubrir la tentación. La
mineralogía no es impenetrable, salvo cuando se trata de disolver ideas fijas y
conciencias de falso cristal. Con la botánica me desperezo, me alargo, me
desplazo, llego furtivamente hasta otro pecho, me adhiero al corazón. Pero de todas las prolongaciones me quedo con los
brazos abiertos y las piernas sin fin y los pies bien adentro de otros pasos;
de todas las cortezas, ninguna más fija y más cambiante que la piel; de todos
los lenguajes elijo el de la lengua intercambiable; de todos los verbos
inmanentes o manifestados elijo el de vivir mi vida en otras vidas, en todos
los tiempos,, en todas las personas, en todas las conjugaciones y géneros y
números y aumentativos y partitivos, bajo todos los regímenes y en todas las
posibles concordancias y disonancias. Encarno todos los cortejos del pasado y
los séquitos del porvenir, fluyendo, refluyendo hacia un punto central —mi
propia anatomía— que arde como un carozo incandescente. Por ejemplo esta mano
insensata incendia Roma y las llamas la acechan, la siguen, la persiguen, la
alcanzan, la consumen en la hoguera que convierte en cenizas la grisácea
envoltura que envuelve a Juana de Arco, cuya llama inextinguible se reaviva en
la tea del bonzo, que clama todavía con la voz de Babel, con la voz que clama
en el desierto, con la voz desgarrada de Edith Piaf, con la voz de una negra que
canta cuando una negra canta de la cabeza hasta los pies, pies desnudos,
ligeros, pies de Aquiles, talón y punta, punta y talón vulnerable huyendo con
las suelas al viento de Rimbaud, esparciendo a los vientos la ceniza incestuosa
de Lord Byron mezclada a tanta arena de la playa, arena color de miel que raspa
la garganta por dentro y por fuera, donde están señaladas en Ana Bolena y en
María Antonieta las dos líneas de puntos por donde se debe cortar, y la cabeza
rueda hasta el regazo de Judith y se adelanta a la cabeza de Goliat, y rebota,
rebota como un gran sol decapitado en la cabeza neblinosa de la creación,
pendiente siempre de ese hilo que se ajusta de pronto en torno a la garganta de
Nerval y la exprime hasta lograr el dulce arrullo de alondra de Julieta o el
aullido desaforado de Madame Rolland: "Libertad, cuántos crímenes se
cometen en tu nombre", "J'écris ton nom, Liberté",
"Liberté, liberté chérie", "Oíd el ruido de rotas cadenas,
libertad, libertad, libertad", "para todos los hombres libres que
quieran habitar el suelo" y el subsuelo, hacia donde corre la sangre de
Rosa Luxemburgo salpicando el diario de Ana Frank, empujando la sangre de
Abelardo que brilla en lentejuelas sobre las cartas mutiladas de Eloísa, sin
hallar la salida, como la bala que penetra en la sien de María Vetsera en
aquella madrugada color de ostra que se cierra, color de garza que no quiere
mirar cómo cae al encuentro del cisne negro Jeanne Modigliani, o cómo se precipita
bajo el tren el vestido flotante de Ana Karenina, una cinta anudada a una
rueda, a otra vuelta de rueda que gira con la gasa, y gira una vez más, anudando
quizás el último recuerdo de Isadora Duncan, que se triza como un espejo al
caer contra el espejo donde se abren las aguas rescatando el sombrero abandonado
de Virginia Woolf, el cuerpo abandonado de la desconocida del Sena, y así
sucesivamente, por ejemplo. Nada más que un ejemplo que equivale a dormirse en
Juan y despertarse en Pedro o en María. Sin borrar este yo siempre latente o
siempre a punto de aparecer o siempre a punto de desaparecer entre telones,
como un río que arrolla las grandes llamaradas de la pasión, las enormes
burbujas que ascienden desde las bocas mudas de tantos personajes, las luces y
las chispas y las ráfagas de polvo luminoso con que perduran héroes y heroínas,
como relámpagos, como chorros de estrellas que se rompen contra la faz del
mundo. ¡Ah, el presente transitivo, tan simultáneo y múltiple! Yo somos tú, él
son vosotros, ellos sois nosotros, desde todos los siglos por los siglos. Amén.
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Yo somos tú
El humo de tu incendio está subiendo (Pieza en un acto) Olga Orozco
Homenaje (Y el humo de tu incendio está subiendo y yo somos tú) / Grupo Torre / Córdoba 2009 |
(Pieza en un acto)
(A partir de unas anotaciones de
Antonin Artaud)
(Fragmentos)
Ha aparecido en el cielo un
fenómeno luminoso inexplicable ir provoca Oda clase de interpretaciones y
controversias. El acontecimiento es alarmante y amenazador. La gente permanecen vela, fuera de sus casas o en las ventanas, contemplando el lelo, a la espera
de las consecuencias.
ESCENA II
(Entran los canillitas, cada uno
por un lado. Gritan sus, pregones corriendo como en un ballet, cruzándose en
transversal, en diagonal, desde el foro al proscenio y viceversa.)
Canillitas: ¡Ultimas noticias!
¡Ultimas noticias! Voces: ¿Las últimas, ya? No, no puede ser. ¡Las últimas no!
¡Todavía no! Un día más. Unos minutos más. Hay gente que tiene que nacer, que
tiene que morir.
Canillitas: El Gran Jefe hablará con el pueblo a la cero hora. (Suspiros y exclamaciones de alivio y ruido de fuelle que se desinfla, entre los presentes.) A la cero hora.
Canillitas: El Gran Jefe hablará con el pueblo a la cero hora. (Suspiros y exclamaciones de alivio y ruido de fuelle que se desinfla, entre los presentes.) A la cero hora.
Voces: ¿Quién? ¿Qué hora es? ¿A
qué hora es la cero hora? ¿La hora de dónde?
Canillitas: Se decreta el estado
de suspensión. La asamblea pro-clama la igualdad entre el día y la noche.
Voces: Muy bien. ¿Qué más da?
Demagogia. ¡No, no, la noche, solamente la noche! ¿Y la luz? Canillitas:
Noticias del exterior: el fenómeno es local en todas partes. ..
Voces: No estamos solos. No hay
desgracia completa. Hay otros, ellos y nosotros.
(Se oyen campanadas incontables, en todos los tonos, y un ruido de
despertador con una magnitud que haría estallar los resortes y los tímpanos. La
pantalla del fondo, que actúa a manera de inmenso televisor, se ilumina para la
proyección. El Gran Jefe aparece parcialmente a medida que habla: boca, ojo,
nariz, oreja, pie, manos. Nunca se lo ve por entero. Con las manos ¡untas, los
pulgares unidos, en ademán y tono típicamente demagógicos:)
Gran Jefe: ¿Y bien? (pausa estratégica).
Ciudadanas y ciudadanos: aquí estoy. En este momento soy un compañero más,
dispuesto a luchar con ustedes contra el enemigo común. ¿Quién es este enemigo?
Tal vez un ismo nuevo, tal vez una combinación de ismos conocidos.
Regionalismo, ostracismo, absolutismo, han derivado siempre en cataclismo.
Tenemos antecedentes ejemplares. (La imagen cambia. Se proyecta un ataque
aéreo, la erupción de un volcán, el terremoto de San Francisco, los bombardeos
de Hiroshima y Nagasaki, etc., sobre las palabras que continúan.) El gobierno
no escatimó nunca esfuerzos para ponerles un nombre. Sabemos que el nombre es
la mitad de una batalla. El nombre designa sin posible error a nuestros
contrincantes más encarnizados. ¿Y qué? ¿No los vencimos? ¿No los estamos
contemplando? (Vuelve trozo de cara.) En esta hora confusa, vocales y con-sonantes
aún no identificadas conspiran en la sombra y a pleno sol contra nuestros
derechos más sagrados. Pero las descubriremos. Pueden estar seguros. Los
organismos oficiales trabajan sin descanso en esta dificilísima tarea: desenmascarar
el nombre, aislar sus elementos y destruir uno por uno sus timbres y sus resonancias
hasta la total aniquilación ... El nombre está entre nosotros. Puede esconderse
en el bolsillo de un niño, en la amnesia de un anciano y hasta en el recinto
interior de cada uno. Pero estemos tranquilos: el nombre será denunciado o se
denunciará por sí solo. No tenemos nada que temer. Nuestra bandera nos protege.
Agrupémonos debajo de sus pliegues y unamos nuestros corazones en un himno de
paz y de amor.
(La imagen se borra en la
pantalla, mientras la escena gira y muestra la plaza principal. . . Entran los
personajes apresurados, silbando, y se ubican en la plaza, frente a los
balcones del Municipio.)
ESCENA III
(Se abre el balcón principal en
el frente del edificio. Se oyen tres golpes de bastonero y aparece el Gran
Husmeador. Se abren simultáneamente los dos balcones de los costados; seis
golpes, y aparecen el Gran Visor y el Gran Oidor. Los tres llevan máscara, con
nariz, ojo y oreja inmensos, respectivamente. Están subidos sobre zancos y
hablan con voces deformadas, nasales, atipladas, roncas, sibilinas o
melifluas.)
Gran Husmeador: (Olfatea el aire,
hacia arriba, con un ronquido: snif, snif.) Señores, en virtud de nuestras
especializaciones respectivas, cuyos méritos están a la vista, hemos sido
llama-dos para revelar la verdad.
Gran Oidor: La duda.
Gran Visor: La nada.
(Cada uno protesta contra el
otro. Silbatina general en la que se oye "Confundir al pueblo",
"Otra vez", "Fraude", "Hasta cuándo",
"Basta", "Desorientación general", "Mentira",
"Abajo las plataformas electorales",. etc.)
Gran Husmeador: (Imponiendo
silencio con un fortísimo ronquido.) La verdad es que la verdad no siempre
huele bien, nada bien. La tengo aquí. (Se señala la nariz. Todos olfatean en
esa dirección.) La huelo. Pero es indefinible, incomunicable, intransferible , de persona a persona y
viceversa.
(Murmullos de aprobación y de
desaprobación.)
Gran Visor: (Que ha mirado
minuciosamente hacia la nariz del Gran Husmeador y después hacia lo alto.) No
hay nada. No hay ni asomo de verdad. He mirado bien. He forzado la vista hasta
su máxima posibilidad de dilatación. Y nada. Ninguna verdad. Nada más que
símbolos de símbolos para encubrir la nada.
(Se oyen algunos " iNo! , como
de gentes que han sido alcanzadas por una puñalada y algunas vehementes
afirmaciones.)
Gran Oidor: Calma, señores. Tal
vez sí, tal vez no, tal vez ambas cosas, o ninguna de las dos. Estamos en el
universo como de oídas y no sabemos de dónde venimos ni adónde vamos. Y quizás
esta duda nos persiga hasta el final, si hay un final. (Murmullos de aprobación
y de desaprobación.)
Gran Husmeador: ¡Basta! Digo que
la verdad de allá (señala ha-cia lo alto, hacia "eso") llega hasta
aquí. La tengo en la nariz. La respiro, la filtro, la incorporo, la transporto,
la vivo, pero no la puedo trasmitir. El que tenga nariz que huela, sin
prejuicios ni preconceptos, sin temor a las emanaciones del porvenir.
Todos: (Huelen con distintas
expresiones y reclaman con tonos diferentes.) ¿Qué olor tiene? ¡El olor! ¡El
olor!
Gran Husmeador: (Como en una
ensoñación, inspirando y espirando en fuertes ráfagas.) Es sutil, es acre, es
penetrante, es peligroso, es nauseabundo. (Continúa con esfuerzo, semejan-te a
un alucinado.) El acero y la sangre, la pústula y el fuego. (Pausa. El mismo
juego, más intenso.) Y la bestia en la trampa, y el vaho del ayuno y la
Mordedura de una gran soledad. (Gime y llora.) Y después, después, algo como
una mezcla, todo igual (Sonríe.), una masa de humo que se desprende del mismo
incendio. (Con enorme regocijo:) Fiesta. Milagro. Todos somos uno. (Aplausos.)
Gran Visor: (Impaciente:) Bah,
bah, bah. ¿Adónde va a llegar? ¿Es más rápido que la luz? (Tajante.) Hipótesis.
Falacias. Perturbaciones. (Su ojo se va encendiendo, cada vez más intenso.) No
hay nada. Absolutamente nada. Ni una hormiga. Ni antes, ni ahora, ni después.
Todos: (Miran, como él, hacia
arriba.) ¿Cómo es? ¿Qué se ve?
Gran Visor: Niebla, burbujas,
imágenes ilusorias, proyecciones del miedo o de la esperanza, volatilizaciones
sin sentido, absurdas alteraciones de la materia, fuerzas caóticas que nos
aspiran, que nos reabsorben en la nada primordial. (Aplausos y comentarios.)
Gran Oidor: (Burlón, a uno y
otro:) Ajá, ajá, ajá. El señor huele lo que no se huele, el señor ve lo que no
se ve. Pero yo ¿oigo o no oigo? (Se tapa la oreja.) Y este ruido aquí dentro,
¿qué es? ¿La música de las esferas? ¿El vacío total? (Se destapa la oreja. Se
oye un ruido de secreteo y de murmullos ininteligibles.)
Todos: (-Escuchando hacia lo
alto.) ¿Qué se oye? ¿Qué es? ¿Qué es?
Gran Oidor: ¿No será la suma o a
lo mejor la resta de todas las contradicciones, las afirmaciones y las
negaciones? ¿No será una cuerda que oscila, que vibra, que se rompe, que no se
rompe? ¿No será que no es posible estar seguro d la res-puesta, por mucho que
agucemos, que afinemos, que estiremos los sentidos hasta hacerlos pasar por el
ojo de una aguja? (Comentarios.)
ESCENA IV
(El escenario ha quedado
desierto. Los ruidos cesan y se con-vierten en el sonido de remos en el agua.
La luz es suave y azula-da. Aparece la Muerte. Es una dama veneciana, con
encajes y antifaz. Avanza como si el suelo se deslizara, girando con movimientos
de muñeca mientras canta. A los costados de la sala se proyecta una película de
agua que corre hacia atrás, dando la impresión de que el público se adelantara.)
Muerte: ¿Soy yo quien va o eres
tú que vienes? / Oigo escarbar debajo de tu lecho, / veo la telaraña en que te
enredas, / siento la ráfaga que nos anuda / desde tu pelo frío hasta mis
dientes. / ¿Soy yo quien va o eres tú que vienes? / Apenas te conozco desde
afuera. / Hemos andado juntos a tientas, / sólo a tientas, / compartiendo la
sopa de guijarros,/ antor-chas y trofeos, / el oro del otoño acumulado bajo las
alas de la primavera. / ¿Soy yo quien va o eres tú que vienes? / No me mires así,
como si fueran mías las tinieblas, / o pudieras huir por otras puertas /
dejándome en las manos tu coraza desierta, / como si fuera el último traje que
abandonas / después de tantas pruebas. / ¿Soy yo quien va o eres tú que vienes?
/ Soplo sobre tus ojos para que te despiertes / en este insomnio con que yo te
sueño.
ESCENA V
(Aparecen letreros luminosos o
proyecciones errantes que dicen PESTE. Los personajes irán surgiendo de sus
escondites. Los síntomas de la peste ofrecen las características más diversas,
inclusive ninguna: cabezas de globo, de pescado, de caballo, de manzana;
cuerpos de asno, de gusano, de piña, de maniquí; manos enormes, tentáculos,
patas de palmípedo, colas, alas, escamas, fosforescencias, etc.) (El hombre con
Cabeza de Globo sale a la calle, vacila, mira en todas direcciones... Aparece
en una puerta, frente a él, un hombre con Cabeza de Pescado y pies de
palmípedo.) Globo: (En voz baja.) ¿Cuándo fue? Pescado: (También como en
secreto.) ¿Qué importa cuándo fue? Lo importante es que es y no dejará de ser.
Globo: (Ansioso.) ¿Por qué? (Señala hacia "eso", en lo alto.) ¿Crees
que no se irá? Pescado: (Negando con desesperanza.) Se irá, pero nosotros nos
quedaremos. (Otros se han asomado a las ventanas. Otros bajan a la calle y hablan,
distantes. Se forman grupos.)
Cuerpo de Pájaro: (Se acerca desde
el fondo, casi corriendo, agitado.) Todos. No falta nadie. Y hasta parece que
alguno es más de uno.
Globo: (A Pescado.) ¿Y éste quién
es?
Cuerpo de Pájaro: ¡Juan, por
Dios!, soy el que menos ha cambiado.
Mano Grande: (Cruzando la calle.)
El que menos ha cambiado soy yo.
Globo: (Tocándolo en distintas
partes.) A ver. Algo debes de tener.
Mano Grande: (Saltando hacia
atrás.) No me toques. No me contagies.
Globo: (Ha descubierto las manos
grandes.) ¡Estúpido! ¿Quién a quién?
(Las mismas reacciones se
producen en otros grupos. Se miran con
recelo, con curiosidad, con asco. Se rechazan, se dan la espalda.)
Cabeza de Caballo y Cuerpo de Caracol:
(Son los canillitas. Aparecen corriendo, con diarios bajo el brazo. Cruzan la
escena en todas direcciones, gritando.) Más noticias. La peste no tiene
fronteras. Las patrullas médicas continúan el empadronamiento. Nadie se
esconda. Los culpables de contagio serán castigados. Los prófugos también. Más
noticias. No hay noticias del cielo. (Salen.)
Unos y otros: ¿Y ahora qué
pasará? ¿Alguien lo sabe? El hospital. El campo de concentración. El
leprosario, El destierro. La cámara de gas. El fusilamiento. La escuela de
rehabilitación. La fosa común. ¿Y qué pueden hacer los médicos? ¿Y a ellos
quién los empadrona?... No son médicos para curar; son miembros del Santo
Oficio. O fiscales biológicos.
(Suena una campanilla que se va
acercando. Los grupos se desparraman en todas direcciones como ráfagas. No
queda un alma. Llegan dos médicos con ropones encerados y caretas de pájaro, como
los de la peste en Marsella en 1720. Llevan brazaletes con una cruz negra.
Despliegan una mesa y dos sillas, extienden rollos de papel y agitan la
campanilla. Silencio. Nadie acude.)
Médico uno: No saldrán. Se esconden
como ratas. Procedamos.
Médico dos: ¿Otra vez?
Médico uno: Sí, otra vez. Siete
veces setenta. Es la orden, ¿no?
Dos: Me gustaría saber para qué.
Uno: No lo preguntes. En cuanto
lo sepas serás culpable de crueldad.
Dos: ¿Y ellos de qué son culpables?
¿De obediencia? ¿De permeabilidad?
Uno: Mira, te lo explico por última
vez. (Señalando hacia arriba:) Allá se produce una aparición fulgurante, (hacia
abajo) y acá una subversión de la materia. Existe una más que sospechosa
afinidad entre ambos fenómenos, como la que existe entre el sarampión y la
inocencia, entre la sífilis y el pecado.
Dos: Pero ellos no han subido y
nadie ha bajado. No ha habido acuerdo.
Uno: Ha habido un acuerdo
imponderable, como en toda fatalidad. Y se acabó. No me comprometas más. Cada
uno a su papel. Si no quieres aceptar un orden superior que te exime; allá tú.
Mucho peor para ti.
Dos: No me acuses, no me interpretes
mal: acepto, acato, contribuyo, secundo, asisto, me someto, me flexiono (bajando
la voz) pero a veces reflexiono.
Uno: Mal hecho. Adelante.
(Se dirigen con firmeza a una de
las puertas. Golpean. Nadie)
en “Páginas de Olga Orozco
seleccionadas por la autora”. Editorial Celtia. Buenos Aires 1984
(La obra obtiene el Premio Municipal de Teatro
en 1972, p
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