Estaba escrito en sombras.
Fue trazado con humo en medio de dos alas de colores,
casi una incrustación de riguroso luto cortando en dos el brillo de la fiesta.
Lo anunció muchas veces el quejido escarchado del cristal debajo de tus pies.
Lo dijeron oscuros personajes girando siempre a tientas,
porque nunca hay salida para nadie en los vertiginosos albergues de los sueños.
Lo propagó la hierba que fue un áspero, tenebroso plumaje una mañana.
Lo confirmaron día tras día las fisuras súbitas en los muros,
los trazos de carbón sobre la piedra, las arañas traslúcidas, los vientos.
Y de repente se desbordó la noche,
rebasó en la medida del peligro las vitrinas cerradas, los lazos ajustados,
las manos que a duras penas contenían la presión tormentosa.
Un gran pájaro negro cayó sobre tu plato.
Es como la envoltura de algún fuego sombrío, taciturno, sofocado,
que vino desde lejos horadando al pasar la intacta protección de cada día.
Ahora observas humear esa cosecha escalofriante.
Llega desde las más remotas plantaciones de tu presentimiento y de tu miedo,
llega incesantemente exhalando el misterio.
Está sobre tu plato y no hay distancia alguna que te aparte,
ni escondite posible.
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