viernes, 28 de febrero de 2020

#OlgaOrozco2020: Olga Orozco, con voz ronca y rituales secretos (por Jorge Monteleone para Clarín)

100 aniversario

Olga Orozco, con voz ronca y rituales secretos

A un siglo de su nacimiento, se multiplican este año las lecturas y reediciones de la gran poeta argentina. Tan expresiva como oscura, su obra roza un existencialismo que hoy se podría definir como gótico.

Olga Orozco guardó toda la vida su primer recuerdo: “un color colorado que se mueve en el campo amarillo y después hay sangre”. Su hermana le contó que cuando tenía dos años andaban por un campo de girasoles y los seguía un chico de boina colorada; de pronto surgió un toro que corría para embestir a los tres, azuzado por el color rojo. Olga iba en brazos y lograron pasar del otro lado de la alambrada, pero las púas desgarraron la blusa blanca de su hermana y la sangre cayó sobre su cara. “Recuerdo el terror, el movimiento, los colores”, dijo. Esa transfiguración de hechos vividos y su reflejo sensible en una imagen inventiva de largo ritmo se halla siempre en sus versos: “mis fundaciones se alzan con sus bloques al rojo, con sus bloques en blanco”.
Olga Nilda Gugliotta nació el 17 de marzo de 1920 en Toay, La Pampa, cuando todavía era gobernación, a once kilómetros de Santa Rosa, y hasta los ocho años residió en aquella casona de la niñez, con árboles frutales y jardines, que reaparece hasta el fin en su poesía. Vivía junto a su padre siciliano Carmelo Gugliotta –que explotaba madera e instaló un aserradero–, su madre argentina, Cecilia Orozco, y sus hermanos Emilio, Celia del Carmen y Yolanda. Era la menor, pero después de la muerte de su papá –que, nacionalizado, fue intendente de Toay por el radicalismo durante catorce años– encontró en Italia a su medio hermano, Francesco Stella.
En 1928 la familia se mudó a Bahía Blanca y desde 1935 vivió en Buenos Aires. Olga escribió desde los doce años, era una gran lectora y, asimismo, aprendió a tirar el Tarot a los trece con la mujer que le hacía los sombreros a su madre. Una de sus hermanas, que la acompañó un día, volvió aterrada diciendo que la había hecho levitar a Olga veinte centímetros del suelo. Sin duda la poesía y la clarividencia se unieron naturalmente en ella desde el principio.
Fue maestra del Normal Sarmiento y poco después ingresó en la carrera de Letras, aunque no la finalizó. Había tenido en paralelo su temprana iniciación en el mundo de la poesía, cuando conoció a Oliverio Girondo y Norah Lange y participó del grupo de poetas de los años cuarenta en torno de la revista Canto. “Éramos prácticamente veinte hombres y una muchacha. La muchacha era yo”, contó. Se casó a los veinte con el director de la revista, el poeta Miguel Ángel Gómez, pero se separó cuatro años después. Su primer libro, Desde lejos, apareció en 1946, en Losada, algo inusual para una poeta primeriza. Olga fue intensa: en el tiempo de la revista surrealista A partir de cero, vivió un romance con el poeta Enrique Molina y, luego de su separación, conservaron una amistad de confidentes durante toda la vida.
En vacaciones, en un retrato de juventud.
En vacaciones, en un retrato de juventud.
En los años cincuenta su pareja fue el actor José María Gutiérrez, con el que puso un bar con happening llamado “La Fantasma”, donde ella se paseaba disfrazada de aparecida. Su último amor fue largo: en los setenta se casó con el arquitecto Valerio Peluffo, que muere en 1989. “No creo ser indiferente a ninguno de los sentidos del amor”, dijo.
En Desde lejos, tan joven, ya había escrito esa línea célebre: “Yo, Olga Orozco, desde tu corazón digo a todos que muero”. Como los poetas de la modernidad –desde Rimbaud, que escribió “Yo es otro”, hasta Vallejo, que escribió “César Vallejo ha muerto”– Orozco inventó a su doble para multiplicarlo en eso que llamó “desdoblamiento en máscara de todos”. Sostenía que el yo del poeta no es una personalidad, sino un sujeto plural en el poema, que transforma la vida en fábula, la historia en mito, la niñez en paraíso perdido. El yo es como un animal anfibio, desgarrado entre la certeza de la muerte y el deseo de otro lugar, otro lado, más allá de lo visto, “donde no hay ni medida ni tiempo”: el otro reino posible, el revés del cielo, ese lugar vislumbrado desde el romanticismo alemán hasta el surrealismo que alimentaron sus lecturas.
A las poéticas de la percepción –“poesía es lo que se está viendo” escribió Joaquín Gianuzzi– en las cuales no hay un más allá de las cosas nombradas, Orozco opuso una poética de lo invisible, donde los objetos son como talismanes que abren –o, mejor dicho, buscan desde un umbral– mundos alternativos y donde las palabras son su modo de arraigarse en el corazón de la tierra. Tal mitología poética, que parece tan remota, tiene en la obra de Orozco la misma sensualidad de su cara, que mira con los ojos verdes y la boca morena hasta en las fotos en blanco y negro. Lo consiguió en la poesía transfigurando en ritmo de ecos graves lo que resonaba en el cuerpo, inolvidable para quien la escuchara: la voz de Olga.
En compañía de su último amor, el arquitecto Valerio Peluffo.
En compañía de su último amor, el arquitecto Valerio Peluffo.
Hacia la década del cincuenta varios poetas amigos frecuentaban la casa de Girondo. Cierta madrugada, al salir de allí, algunos de ellos, entre los que estaban Olga y Francisco Madariaga, fueron encarcelados porque al poeta correntino se le ocurrió pegar un largo grito, un alto sapucay muy lejos de los esteros de su tierra natal, es decir, en plena avenida Libertador de la Capital Federal.
Girondo los liberó con un abogado. En sus memorias, Sólo contra Dios no hay veneno, Madariaga recordaría una escena de esa noche: “Olga Orozco cantaba, en voz muy alta, tangos que las prostitutas de calabozos vecinos celebraban con aplausos y gritos”. Juan Gelman, que la admiraba, habló de esa voz con un verso de ella: “la voz ronca y llorada”. Hubiera querido ser cantante, como lo era en privado muchas veces. Al fastidiarla con la pregunta “¿qué clase de poesía escribe, clásica o romántica?”, espetaba: “yo escribo tangos con categoría”.
Cuando entró a Radio Municipal en 1947 para hacer comentarios sobre dramaturgia, al escuchar esa voz la contrataron como actriz de radioteatro. Su nombre artístico fue “Mónica Videla” y en los años siguientes frecuentó varias emisoras porteñas –aunque no volvió a la radio luego de su viaje a París de 1961 con una beca para investigar “Lo oculto y lo sagrado en la poesía moderna”.
Olga Orozco decía que el tono y la medida de sus versos correspondía al ritmo de su respiración y de su dicción: “mi ritmo respiratorio es el endecasílabo y el heptasílabo. De haber inventado otro tono, habrían tenido que venir a hacerme respiración artificial”. Esos metros aparecen y se hunden como olas en sus versos oceánicos.
Horacio Zabaljáuregui, en el prólogo a la antología Relámpagos de lo invisible, habló de un “ritmo oracular”. Su poesía se reconoce a primera vista: son versos largos como exhalaciones, tiradas que llenan toda la página y que a veces obligan a girar los versos en el margen porque no terminan allí, como si el libro no pudiera contenerlos.
Una página es siempre un ritmo y la voz de Olga es una prosodia personal. “Ese arduo trabajo de adueñarse de la propia voz es la vida que entre 1946 y 1999 pide ser reunida en una obra”, escribió Tamara Kamenszain en el prólogo a la Poesía completa, al cuidado de Ana Becciú (2012).
La poesía de Olga Orozco desdobla esa voz, para ser la otra o lo otro de sí misma, a través de figuras, de yoes, de voces heterogéneas. Al comienzo es una voz ritual bajo la figura de la oficiante, la médium, la hechicera, la que nombra el Verbo sagrado que la habita. Pero también es atravesada por otras analogías: “¿No busco así también la imagen escondida de la que intento ser la semejanza?”, escribe.
Lo otro del yo pueden ser los muertos literarios; los objetos; los animales amados como su gata Berenice; las tres mujeres alternas del poema “Para ser otra”: “Matrika Doleésa”, “Griska Soledama” y “Darvantara Sarolam”; la “Olga” dual del poema “Recoge tus pedazos”, que dice “A Olga, la que no fui”, pero también “A Olga, la que ya soy”. En Museo salvaje (1974) es el cuerpo de mujer fragmentado: piel, cabeza, manos, pies, corazón, sexo. Cada texto es un órgano y el organismo (textual) es el sitio donde el tiempo de la mortalidad transcurre y vuelve al yo su rehén y, a la vez, su falta.
Ese cuerpo desmembrado es también un cuerpo deseante que padece una interrupción, una clausura, un asedio. Y si pudo hallar alguna vez una reunión con la Divinidad (“Es víspera de Dios. / Está uniendo en nosotros sus pedazos”) aquella Potencia puede tornarse muda y punitiva.
En el poema “Miradas que no ven” el Dios que castiga es patriarcal: Adán, antes de la expulsión del Paraíso y de la caída en el mundo terrenal, es sostenido “porque lo asiste Dios por todos los costados”, en tanto resta “solo la mujer para inculpar”: Eva. Dios ya no es la “otra voz” en el ritual de la oficiante. Ahora ella se pregunta en el desamparo: “¿Dios estará tal vez pronunciando mi nombre contra el vidrio final, / contra el silencio congelado”.
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Lo extraordinario de Olga Orozco es que en el último libro publicado en vida, Con esta boca, en este mundo (1994), produce una crítica de su poética inicial: “No te pronunciaré jamás verbo sagrado” escribe. Y luego: “Nuestro combate fue también un combate a muerte con la muerte, poesía”.
En los Últimos poemas (2009), el libro que había dejado listo poco antes de morir, en 1999, se invoca a aquella abuela que contaba historias fantasmagóricas en un telar de relatos, tal como se nombra a la madre en el final del libro previo: “Madre, madre, / vuelve a erigir la casa y bordemos la historia. / Vuelve a contar mi vida”. La vuelta a lo maternal es también indicio del origen: cuando Olga eligió su nombre de poeta, no firmaría Gugliotta, como decía su documento de identidad con el apellido paterno, sino Orozco, el apellido de su madre.
El último poema de la Poesía completa es “Vuelve cuando la lluvia” y el retorno se vincula, como antes a las voces de la abuela y de la madre, a las hermanas, es decir, a una voz colectiva de mujeres. Son ellas las que todavía cantan y las que regresan “para que completemos de nuevo la canción”. La crítica del Verbo sagrado del final de la poesía de Olga Orozco se une así a esta voz comunional, sororal, de mujeres: “Hermanas de ráfaga y temblor, hermanas mías, / las escucho cantar desde las espesuras de mi noche desierta”.
La gravedad del tono de esa poesía no agota su obra: hay otras entonaciones en otros textos, donde el humor, el sarcasmo y la ambigüedad enriquecen aquel decir inagotable y lo alejan de toda impronta funesta. En los relatos en prosa poética –La oscuridad es otro sol (1967) y También la luz es un abismo (1995)– una doble infantil, Lía, rememora aquella niñez transfigurada. Entre 1964 y 1974 escribió notas periodísticas para la revista Claudia y firmó con ocho seudónimos. Entre ellos, “Valeria Guzmán” respondía el “Correo íntimo”.
Algunas cartas desopilantes hacen sospechar que ciertos corresponsales también fueron inventados por la poeta. En algunas respuestas, aprovechaba para liquidar estereotipos machistas. Marisa Negri compiló parte de esa obra periodística en Yo, Claudia (2012). La crónica dedicada a Marilyn Monroe es una pequeña obra maestra.
En paralelo, entre 1970 y 1974, junto a su maestra de astrología María Julia Onetti –la prima del escritor uruguayo– firmaba con el seudónimo “Canopus” el horóscopo dominical en el diario Clarín. No faltó la broma con la palabra “orózcopo”, aunque, en este caso, Olga, pisciana con ascendente en acuario, aseguraba que jamás inventó una sola predicción.
En sus breves “Anotaciones para una autobiografía” su vida tiene un registro mágico, afín a su precoz oficio de tarotista –que abandonó cuando se le volvió ominoso, con pesadillas oscuras y la presciencia de una muerte que aconteció–: “Mis amigos me temen porque creen que adivino el porvenir. A veces me visitan gentes que no conozco y que me reconocen de otra vida anterior”. En ella la magia siempre fue material y la fe un hábito: “soy absolutamente religiosa”, dijo.
Orozco con Alejandra Pizarnik
Orozco con Alejandra Pizarnik
Le contaba al poeta Fernando Noy que una de sus grandes amigas desde 1955, Alejandra Pizarnik –cuya obra tiene un diálogo indeleble con la suya– la llamaba en la hora del lobo, a las 3 a.m., cuando los insomnes son acosados por el terror, para disipar la angustia. Olga le proporcionaba un conjuro, como “Gran Sibila del Reino”, para certificar que “jamás un pájaro negro se le posaría sobre la sombra” y que “las piedras se abrirán milagrosamente para dejarla pasar a las mayores luminosidades”.
Pero asimismo en sus registros orales, en las entrevistas, en las anécdotas que otros recuerdan, Olga respondía como una Alicia arrabalera en el país de las maravillas. En el libro Travesías. Conversaciones coordinadas por Antonio Requeni, compartido con Gloria Alcorta, a la pregunta “¿Cuándo comenzó para ustedes la vida consciente?”, Olga, a los 75 años, responde: “Para mí todavía no comenzó”. O cuenta que alguien le preguntó: “Señora Orozco ¿usted en qué piensa durante el acto sexual?” y que ella replicó: “Yo pienso en el plano de la ciudad de Rosario”.
Olga Orozco es una de las grandes voces poéticas de la lengua española y su legado atraviesa varias generaciones. Su poesía, simultánea, transitiva y plural, aún nos habla.
Jorge Monteleone es profesor en Letras (UBA). A partir del 13 de marzo dará en MALBA un curso de seis encuentros sobre “La voz de Olga Orozco”.
OLGA EN LA CASA DE TOAY por Jorge Monteleone
Cuando en los años noventa Leda Valladares la buscó en Toay, nadie conocía la casa natal en la que su amiga Olga Orozco vivió su niñez. Alguien le preguntó si no era la casa de los Gugliotta, que habitaba ahora una familia lugareña. En 1991 Olga propuso que fuera adquirida con recursos estatales y donaría su biblioteca personal, de 4500 volúmenes, con varios objetos y archivos. Cuando ocurrió, en 1994, la poeta habló del “principio de mi vuelta a casa”. Ese fue el escenario primordial de la infancia como espacio mítico, la casa “que siguió andando en mis sueños, en mis insomnios, en mis poemas”. Aquellos montes y médanos que la rodeaban, los campos labrantíos, los árboles negros, las paredes de ladrillos rojos, los intrincados ramajes, los caballos, dieron lugar a un sitio prolijo y geométrico, entre avenidas abiertas.
Casa-Museo Olga Orozco en Toay, La Pampa.
Casa-Museo Olga Orozco en Toay, La Pampa.
El que llega a la Casa-Museo Olga Orozco, flanqueada de palmeras bajas, ve una casa clara de ventanales altos y rejas negras. Hoy es un centro cultural con exhibiciones artísticas en las antiguas habitaciones familiares. Hay un gran jardín central, con árboles y senderos y un cerco de tamariscos, al que daba su cuarto de niña, pero lo que más impresiona es la biblioteca, con todos los libros de Olga, parte del mobiliario y los objetos que ahora son nuevos talismanes: por ejemplo, se hallan las primeras ediciones; la letra aguzada de tinta azul que inscribe una lista tentativa de poemas y una especie de diario personal donde se lee: “mirar la luz hasta apagarla, mirar el cristal hasta romperlo, cambiar de lugar los objetos”; cartas, donde se reconocen las firmas de Enrique Molina y de Juan Gelman; un archivero con papeles mecanografiados de guiones de radio, apuntes, la revista Claudia; un lápiz amarillo y una piedra negra y la blanca máquina de escribir Olympia Splendid 33. Y esa serie de fotografías fascinantes donde se entra a la vida de Olga, a la sucesión de las horas y las caras, al amor con Valerio Peluffo.
Sobre una vasta pared color borravino, se lee su caligrafía agigantada que dice: “En esta casa, donde aprendí a descubrir luces y abismos y que es ahora un Paraíso inesperado, con gran emoción”.
ACTIVIDADES en torno a Olga Orozco
Lecturas
Festejamos a Olga Orozco Participan: Marisa Negri (editora del volumen Yo, Claudia de O.O.), Clarisa Pérez Villalobo-Spillmann, Tani Mellado, Nadia Sandrone. 14/3 - 17hs Montes de Oca 971 / Barracas, CABA.
Club de lectura “Las Olgas”con Marisa Negri 18 y 19/3 18hs. Víctor Lordi 73 -Santa Rosa, La Pampa.
Cine y Charla sobre Olga Orozco Participan: Dora Battistón, Silvio Tejada, Diana Blanco, Marisa Negri Asoc. Pampeana de Escritores. 20/3 19hs. Víctor Lordi 73 -Santa Rosa, La Pampa.
Curso. A partir del 13 de marzo el profesor y ensayista Jorge Monteleone dará en museo MALBA un curso de seis encuentros sobre “La voz de Olga Orozco”.
Acto homenaje centenario nacimiento de Olga Orozco Performance poética a cargo de Fernando Noy, Samuel Bossini, poetas amigos de Orozco. 17/3 - 10hs. Jardín de la Casa Museo Olga Orozco, Toay, La Pampa.
Festival de la poesía en homenaje a Olga Orozco Tarde de acciones de producción poética en la vereda del museo y en el bulevar, coordinadas por el equipo educativo de la CMOO. 22/3 - 18:00hs Jardín de la Casa Museo Olga Orozco, Toay, La Pampa.
Publicaciones
Dos volúmenes publicará la Universidad Nacional de La Pampa con nuevos estudios sobre Olga Orozco: Los juegos de espejos: poética y subjetividad en Olga Orozco y Médanos fugitivos: poética y archivo en Olga Orozco. Graciela Salto, Dora Battiston y Sonia Berton (Comp.).

jueves, 20 de febrero de 2020

#OlgaOrozco2020: Presentimientos en traje de ritual




foto: Diane Arbus


Llegan como ladrones en la noche.
Fuerzan las cerraduras
y hacen aparecer esas puertas que se abren en un error del muro
y solamente indican la clausura hacia afuera.
Es un manojo de alas que aturde en el umbral.
Entran con una antorcha para incendiar el bosque sumergido en la almohada,
para disimular las ramas que encandilan desde el fondo del ojo,
los pájaros insomnes, con su brizna de fuego arrebatada al fuego de los dioses.
Es una zarza ardiendo entre la lumbre,
un crisol donde vuelvan el oro de mis días para acuñar la llave que lo encierra.
Me saquean a ciegas,
truecan una comarca al sol más vivo por un puñado impuro de tinieblas,
arrasan algún trozo del cielo con la historia que se inscribe en la arena.
Es una bocanada que asciende a borbotones desde el fondo de todo el porvenir.
Hurgan con frías uñas en el costado abierto por la misma condena,
despliegan como vendas las membranas del alma,
hasta tocar la piedra que late con el brillo de la profanación.
Es una vibración de insectos prisioneros en el fragor de la colmena,
un zumbido de luz, unas antenas que raspan las entrañas.
Entonces la insoluble sustancia que no soy,
esa marea a tientas que sube cuando bajan los tigres en el alba,
tapiza la pared,
me tapia las ventanas,
destapa los disfraces del verdugo que me mata mejor.
Me arrancan de raíz.
Me embalsaman en estatua de sal a las puertas del tiempo.
Soy la momia traslúcida de ayer convertida en oráculo.

en "Mutaciones de la realidad" (1979)

miércoles, 19 de febrero de 2020

#OlgaOrozco2020: Atavíos y ceremonial





El traje de humaredas y telarañas rotas que permite cruzar alguna vez
-aunque jamás indemne-
esas grietas que entreabren en los muros aquellos cuyo destierro está del otro lado;
el sombrero de ortigas insomnes para forzar los sueños hasta la pesadilla,
o el otro, como enjambre furioso, convocando las chispas del desvarío y de la fiebre;
los guantes de cortaza y llaga viva que se contagian de todo cuanto rozan
y que palpan mejor el hecho de las ascuas donde se incuba el porvenir;
la capa de ráfaga emplumada para girar más rápido en la rueda de las metamorfosis
y dejarse aspirar por esas regiones al vacío donde se pierde el yo
y no se toca fondo en otro albergue y se confunde la saluda;
y zapatos de hierba, de agujas, de hormiguero,
hechos para explorar todos los reinos y violar las fronteras.

¡Qué taller inaudito mi cabeza!
¡Qué vestuario de fábula en los camarines de las altas tensiones!
¡Qué frágiles envolturas para el juego perverso de la tentación y el desafío!
Yo me probaba vértigos, espejismos, asfixias,
agonías litúrgicas como ceremonias de adaptación al purgatorio;
bordaba encantamientos como túnicas santas;
me envolvía en visiones inconclusas,
en luces inquietantes para cegar a los guardianas de la fatura razón;
cubría con tantos velos de ausencia mi memoria que apenas si despertaba dentro de mi piel;
ensayaba travesías de exilio hacia otras almas perdidas en el bosque;
trataba de ser otros, de borrar las junturas de las separaciones
-sí, un solo tejido donde estuviera inscrito todo lo existente,
un infinito lienzo de Verónica para las trasudaciones de la sangre de Dios-.



A veces recogí algunos minúsculos trofeos:
vidriosos sedimentos como flores de escarcha que se deshacen debajo de la lengua,
espumas que se evaporan como polvo espectral entre los dedos,
centelleos de lumbre que nadie advertiría a pleno sol;
relicarios, en fin,
como esas piedrecitas que alejadas del mar olvidan su fulgor.

Conseguí apremiar las respuestas de las sombras hasta los balbuceos y el derrumbe.
Me avasalló la noche; me filtró entre sus dientes;
me adoptó como a un alimento de costumbre.
Se acabaron las pruebas sobre redes doradas y las exploraciones de leyenda.
No hay disfraces para cubrir la retirada y burlas las consignas.
Solamente el precario, desnudo tegumento sin costuras que me ciñe a los huesos,
que me vuelve de pronto del revés y me arrastra hacia adentro,
peldaño tras peldaño por la ciega escalera interminable definitivamente.

Estoy hecha con la misma sustancia del abismo
y oficio contra la nada mi caída en las inmóviles tinieblas.

en "Mutaciones de la realidad" (1979)

martes, 18 de febrero de 2020

#OlgaOrozco2020: Crónica entre dos ríos

                                                                                                             





                                                                                                      A mi hermano Francesco Stella


En Río de Janeiro
-¡triste río de enero cuando arroja mis lágrimas en el opuesto julio-
me dio un vuelco la mitad de la sangre
al absorber la tinta áspera de tu muerte.
Y empecé a caminar entre dos ríos que mezclaban sus aguas:
uno que iba extrayendo mansamente, como un perro amarillo,
residuos de vergüenzas y aventuras, fuegos decapitados y oros muertos,
y otro que te traía con su salto de tigre azul desde el Tirreno,
herido por el puñal de tu pequeña gesta, todavía,
todavía sonriendo heroicamente bajo los pocos soles del encuentro.
Llegabas desde atrás de la memoria, probándote las sombras de mi añoranza ciega.
Aferrado a tu isla de terremotos, almendros e invasiones,
entraste rezongando con el siglo por la mañana inmóvil
en el antiguo Sao Joao del Rei, el que perdió su nombre,
y entre las dos hileras de bostezos con que las casas siguen el cabeceo de las cuestas
en las que tropezó la sonámbula historia fatalmente,
eras también el que perdió su nombre en un encrucijada del azar,
el que anduvo confuso por esos laberintos de la infancia,
sin acertar jamás con las verdaderas puertas.
Creciste con las barcas que se van sobre los matorrales de una plaza,
tan irreal y tan rústica como un sueño de cabra.
Creciste solitario, como una estría blanca en la escollera,
junto a los niños negros que venían en una ráfaga erizada a recoger la ofrenda;
las dieciseis enigmáticas monedas que según la sibila exigieron sus dioses
-¿tú les dictaste acaso la sentencia, para hacerme una seña?-:
si, dieciséis monedas
-una por cada año que cayó compartido en la rota alcancía del recuerdo-.

Tus manos recordaron la primera moneda del destino:
yo conocí la cara entre las caras; tú, solamente el reverso.
A través de los vidrios del mesón tu aliento se esforzaba por deshacer la niebla;
después tomamos sopa con la misma cuchara,
la misma sal amarga en la garganta
y distinta obediencia.
Firmamos en el libro de un museo tan pobre como un desván salvado del incendio;
tú, con el apellido que fue una marca errónea en tu corteza;
yo, con el de mi madre, el que había elegido como un traje para mis ceremonias
haciendo frente a tí un voto de soberbia o de pobreza, sin saberlo.
En seguida te alzaste con tu joven plumaje, cálido y tormentoso,
arrebatando en vuelo las ninfas de una arcadia más radiante
que aquella que aleteaba con insomnios de monje en las pinturas de los cielorrasos.
Descendiste ya hombre hacia el camino de los bandeirantes
defendiendo contra los latigazos del siroco la luz de tu bandera,
y seguiste sin duda por un atajo subterráneo el rumbo de las minas,
detrás del eco traicionero.
Fueron también las décadas del topo,
de los granos dorados rodando hacia los agujeros del delirio,
de la veta que huye en las tinieblas como los horizontes de la fábula
-sueños, codicia, triunfos, engaños, frustraciones-.
Desde lejos te ví labrado en las alturas del Itacolomi
con tu aire friolento y esa extraña apariencia de dominar las nubes.
Cuando entré en Ouro Preto, Capo d¡orlando desbordó las calles
y estableció tu casa en cada casa, detrás del humo de mis trenes.
Entonces cada portal nos puso frente a frente
en el primer umbral por el qeu sube ahora la memoria, dondequiera que estemos:
eras casi otra vez el mismo padre en tu versión nostálgica,
otra vez esas aguas de distancia en la mirada azul que llega poco a poco y se detiene,
otra vez esos gestos de romper la envoltura sin ninguna paciencia,
otra vez la sonrisa que desplaza prolijamente las arenas,
otra vez esas manos que se abren y se cierran alrededor de la oropéndola inasible,
¿y ese aspecto de juez sombrío entre ladrones?
Desplegamos después de cada viaje el mapa de los años perdidos en los años
y recorrimos juntos nuestras dos epopeyas,
como ahora la del brillo y los huesos, la de la libertad y la sangre.
Zonas desdibujadas, pasos interrumpidos, señalas que se borran,
etapas que desembocan como estas extensiones en el Rio das Mortes.
En el Museo de la Inconfidencia destapamos tu caja de retratos:
hubo un vaho de invierno embotellado,
algo como un zumbido de insecto entre dos vidrios,
como un temblor de estambres en el reseco herbario de otro tiempo.
Pasamos entre reliquias, estandartes del fasto y anchos biombos de sombras,
pasamos por intrigas, prisiones, cobardías, infamias y tortuas,
hasta llegar a las catorce lápidas sin muertos,
a los trece nombres que fueron cruces blancas sobre la máscara escarlata del destierro
y al que fue borroneado por los compañeros y desmembrado por los enemigos
-sus letras estampadas con lacre incandescente sobre los desvaríos de la reina loca-,
el elegido para resumir las culpas y detallar los martirios.
Conspirabas ¿con quién? en los subsuelos del silencio.
Fuera, en el sitio donde Joaquim José da Silva Xavier se alza de cuerpo entero
-la visionaria cabeza en su lugar.
y sus trozos dispersos unidos otra vez por la diligente costura de la gloria-,
te sacaste el sombrero, ajustaste los lazos de tu corbaba Lavallière
y dejaste caer desde tu ojal el clavel encarnado:
ese ostentoso grito con que abrías la parquedad de tus mañanas.
Iglesia tras iglesia
(¡tan luego tú, el misionero ateo, peregrino por estas colonias de San Pedro!),
entre pilares enroscados y columnas griegas,
entre asfixias de follaje caliente y bocanadas de aérea geometría,
ruina y perduración,
contemplamos la acre lucides de Agrigento, de Siracusa y de Taormina.
Oro negro, oro blanco y oro corrompido
poblaban con imágenes piadosas la selva del barroco, sus delirios,
escondiendo los mismos misterios dolorosos bajo las gruesas capas esculpidas,
bajo las vestiduras flotantes que delatan una tormenta oculta entre los pliegues.

Tú encubrías tus males como lastimaduras hacia adentro,
y aun frente a los santos que fueron contrabandistas o emisarios
a través de las pequeñas puertas abiertas y cerradas en su propia sustancia
-caladas como frutas en medio de la espalda-
me hablabas de otras trampas que aquellas que no fraguan los tejidos.
Recorrías antiguas aventuras, hasta que un pájaro cortó en dos la tarde.
Entonces recordaste amores imposibles,
separaciones como ligaduras,
años en blanco como llagas blancas,
murallas sin salida como el mar que separó a Marília y a Gonzaga.
¡Ah, pero tú también cubríste las hambrientas distancias con otra Juliana de Mascarenhas
que restañaba heridas, deslizaba en tu pan el titánico sabor de la costumbre
y bruñía los vidrios empañados para hacer hasta el fin un solo espejo!
Las nubes dibujaron dos fantasmas helados;
solamente uno miraba hacia abajo.
Por las bruscas laderas de Santa ifigênia trepamos a los riscos de San Malò,
y en ese duro puño del normando que mató el verdor retuvo los pedruscos
encontramos cerrada con hierros y cerrojos la casa del abuelo;
pero en la pila donde se cosmagró de nuevo Chico Rei rey del Congo con su corte de fiesta,
donde las negras esclavas escurrían las chispas prodigiosas de su cabelleras
y donde ahora bebían las palomas perdidas y lavaban sus lutos sicilianos las mujeres,
depositamos tu ramito de fresías, mi ramo de azaleas.
Al bajar, cada fuente nos susurró la fábula de los diamantes
que corrían antaño entre la hierba: había que apartar las lágrimas solamente.
Te conmovieron igual que la inocencia esos torpes errores del latín;
me conmovió como una infantil caligrafía en un viejo cuaderno
tu desacierto acerca del porvenir de mi país y el pasado de Francia.
¡Siempre esa rara mezcla de señor feudal y de revolucionario a la intemperie!
Yo nada sabía de todo lo qeu no fuera estirpe de los ángeles y dinastías de la espuma.
Yo tenía cinco años, como siempre:
me diste una manzana y un guijarro pintado por el ocio de mi Dios en tus acantilados.



Cuando volví la cara hacia Ouro Preto
tu bufanda flotaba con el adiós del humo en los andenes,
detrás de tantas cartas que llegaron, urgentes como el redoble del granizo,
como si quisieras nivelar el tiempo, cobrarle viejas deudas,
reducir a ceniza sus osarios, cambiarlos por canteras de último momento.
Me estabas esperando en esa madrugada de Congonhas do Campo desde hacía cuatro años.
Con tu capote gris parecías un pájaro aterido revoloteando bajo sobre la plataforma.
Subimos y subimos junto a los precipicios hasta la olla hirviente de tu Etna
y escuchamos su voz de Antiguo Testamento en las palabras de los doce profetas
que levantan la cólera sagrada, la piedad o el lamento,
con la piedra de fuego o la piedra de miel debajo de la lengua,
a través de unos bloques de eternidad arrancados del terremoto de los cielos,
arrancados con uñas y con dientes por el Aleijandinho,
con las uñas que le incrustó el fervor sobre las mordeduras de la lepra.
Al pie de esos vigías sobrenaturales que separan dos reinos,
el de la salvación y el del exterminio,
estaban inscritas las advertencias de la Ley, en su dura materia.
Hiciste la traducción a tus propios consejos, tus propios argumentos,
con la vieja costumbre de tapiar ciegamente la fortaleza de tu clan
y abrir todas las jaulas de los parques al arrebato de la primavera.
Me dejabas nada más que la llave o la ganzúa de la poesía.
Sentado en la baranda, contra el viento que llegaba de las Lipari
arrastrando un oleaje de garzas y de lilas tan cambiantes como un ojo de tigre,
me leías a Leopardi, Lucio Piccolo, Montale, Quasimodo y el Dante,
con una vibración de tierna mata, de rincón hechizado,
de último inventario, de cuchillo escondido, de llama que devora los infiernos,
mientras el arcángel Miguel convocaba las almas rezagadas en Bom Jesús de Matozinhos.
Paso a paso sobre la hierba húmeda, sobre las lajas rotas,
seguimos las etapas del Calvario y buscamos los nombres de nuestros antepasados
en las tumbas lavadas por el olvido y por la lluvia.
En el Paso de la Última Cena celebramos también tus bodas de oro
desde un mediodía que consagró los huesos del alba en cada plato
y bendijo las horas con aspersiones de topacios y amatistas,
sin que quisieras ver aún el rostro de tu Judas, grabado en tus entrañas.
Cada tarde te acompañé hasta el atrio
y acaricié tu nuca mientras removías la tierra de las plantas
o hacías penumbra en el altar mayor, sobre el Cristo yacente,
y dejabas caer la fatigada cabeza entre los brazos.
Me besabas la mano que aún conserva intacto ese hueco de musgo,
ese deslizamiento de césped recién cortado, esa felpilla de nostalgia.
A veces me mirabas ya desde tan lejos
como los ojos de Santa Lucía desde aquel misterioso antifaz caído en la bandeja.
Cuando me fui lloraste sin pudor, como los hombres rudos cuando lloran.
Te dejó por última vez en la estación, al lado de Isaías,
con la boca quemada por las brasas de las absoluciones,
pero tu voz me fue siguiendo con el relámpago escalofriante de los rieles.
Y aquí termina el viaje. Aquí donde se separan estos ríos,
y yo busco en mi libro unas palabras, una señal cualquiera, y respondes con Eliot:
Although I do not hope to turn again
although I do not hope
Although I do not hope to turn...
Sister, mother
and spirit of the river, spirit of the sea,
suffer me not be separed.
Y algo retumba, lejos: un ataúd, el trueno, ruedas sobre guijarros.
Tu carruaje emplumado te lleva a sacudidas, con mis largos sollozos,
hacia la orilla donde te está esperando tu barquero,
desde tus sueños, desde mis pesadillas.
Entrégale las dieciséis monedas:
una por cada año que cayó compartido en la rota alcancía del recuerdo.

en "Mutaciones de la realidad" (1979)

lunes, 17 de febrero de 2020

#OlgaOrozco2020: Bloques al rojo, bloques en blanco




Los paisajes que alguna vez huyeron con alas espejeantes,
los rostros que no se condensaron contra las bocanadas de la niebla,
las casas que jamás habité
-sus puertas como trampas abiertas hacia afuera, junto a tantos exilios-,
todo lo que no fue reverbero de polvo girando en lo imposible,
sino que se desvaneció a un temblor de mi pie o a un vuelco de mi mano,
transforma extrañamente la distancia en la que se acumulan los paisajes,
los rostros y las casas insolubles que me trajeron a este día.

Depósito irrisorio ese donde se acopian los telones como en un escenario de una ciega,
ese donde el destino desborda la memoria y se despliega
como un oleaje de ayer ya tan juzgado como las aguas del diluvio,
con su oleaje de nunca a salvo ya de toda absolución y de toda condena.

De lugar a lugar,
de criatura a criatura,
de encuentro a desencuentro,
se establecen los vínculos del huracán, el sueño y la demencia:
injertos de territorios arrancados a la topografía de terremotos y de nubes;
incrustaciones de recintos huecos en un solo recinto que se divide y que se multiplica sin poder olvidar;
alianzas entre seres tan distantes como el pájaro negro, como el pájaro blanco de los equinoccios,
unidos solamente por la fisura del adiós;
parentescos tramados sobre los labios de una herida,
sobre los bordes de un abismo en llamas,
sobre oquedades vueltas a colmar por las aéreas construcciones del alma.


De lugar a lugar,
de criatura a criatura,
de encuentro a desencuentro,
mis fundaciones se alzan con sus bloques al rojo, con sus bloques al blanco,
irreales como brasas engarzadas en hielo.

Porque no solamente sobre piedras se erigieron los reinos de este mundo,
sino también, y más, sobre las mordeduras del hambre y de la ausencia.

Mi historia, cada historia,
es un inmenso calco de los días vividos y de los días sin vivir:
relieves vacíos fraguados por igual en la sustancia de la consumación.

en "Mutaciones de la realidad" (1979)

domingo, 16 de febrero de 2020

#OlgaOrozco2020: Remo contra la noche



Apaga ya la luz de ese cuchillo, madrastra de las sombras.
No necesito luces para mirar en el abismo de mi sangre,
en el naufragio de mi raza.
Apágala, te digo;
apágala contra tu propia cara con este soplo frío con que vuela mi madre.
Y tú, criatura ciega, no dejes escapar la soga que nos lleva.

Yo remonto la noche junto a ti.
Voy remando contigo desde tu nacimiento
con un fardo de espinas y esta campana inútil en las manos.

Están sordos allá.
Ninguna pluma de ángel,
ningún fulgor del cielo hemos logrado con tantas migraciones arrancadas al alma.


Nada más que este viaje en la tormenta
a favor de unas horas inmóviles en ti, usurera del alba;
nada más que este insomnio en la corriente,
por un puñado de ascuas,
por un par de arrasados corazones,
por un jirón de piel entre tus dientes fríos.






Pequeño, tú vuelves a nacer.
Debes seguir creciendo mientras corre hacia atrás la borra de estos años,
y yo escarbo la lumbre en el tapiz
donde algún paso tuyo fue marcado por un carbón aciago,
y arranco las raíces que te cubren los pies.

Hay tanta sombra aquí por tan escasos días,
tantas caras borradas por los harapos de la dicha
para verte mejor,
tantos trotes de lluvias y alimañas en la rampa del sueño
para oírte mejor,
tantos carros de ruinas que ruedan con el trueno
para moler mejor tus huesos y los míos,
para precipitar la bolsa de guijarros en el despeñadero de la bruma
y ponernos a hervir,
lo mismo que en los cuentos de la vieja hechicera.

Pequeño, no mires hacia atrás: son fantasmas del cielo.
No cortes esa flor: es el rescoldo vivo del infierno.
No toques esas aguas: son tan sólo la sed que se condensa en lágrimas y en duelo.
No pises esa piedra que te hiere con la menuda sal de todos estos años.
No pruebes ese pan porque tiene el sabor de la memoria y es áspero y amargo.
No gires con la ronda en el portal de las apariciones,
no huyas con la luz, no digas que no estás.

Ella trae una aguja y un puñal,
tejedora de escarchas.
Te anuda para bordar la duración o te arrebata al filo de un relámpago.
Se esconde en una nuez,
se disfraza de lámpara que cae en el desván o de puerta que se abre en el estanque.




Corroe cada edad,
convierte los espejos en un nido de agujeros,
con los dientes veloces para la mordedura como un escalofrío,
como el anuncio de tu porvenir en este día que detiene el pasado.

Señora, el que buscas no está.
Salió hace mucho tiempo de cara a la avaricia de la luz,
y esa espalda obstinada de pródigo sin padres para el regreso y el perdón,
y esos pies indefensos con que echaba a rodar las últimas monedas.
¿A quién llamas, ladrona de miserias?
El ronquido que escuchas es tan sólo el del trueno perdido en el jardín
y esa respiración es el jadeo de algún pobre animal que escarba la salida.
No hay ninguna migaja para ti, roedora de arenas,
Este frío no es tuyo.
Es un frío sin nadie que se dejó olvidado no sé quién.

Criatura, esta es sólo una historia de brujas y de lobos,
estampas arrancadas al insomnio de remotas abuelas.
Y ahora, ¿adónde vas con esta soga inmóvil que nos lleva?
¿Adónde voy en esta barca sola contra el revés del cielo?
¿Quién me arroja desde mi corazón como una piedra ciega contra oleajes de piedra
y abre unas roncas alas que restallan igual que una bandera?

Silencio. Está pasando la nieve de otro cuento entre tus dedos.

en "Mutaciones de la realidad" (1979)

sábado, 15 de febrero de 2020

#OlgaOrozco2020: El presagio




Estaba escrito en sombras.
Fue trazado con humo en medio de dos alas de colores,
casi una incrustación de riguroso luto cortando en dos el brillo de la fiesta.
Lo anunció muchas veces el quejido escarchado del cristal debajo de tus pies.
Lo dijeron oscuros personajes girando siempre a tientas,
porque nunca hay salida para nadie en los vertiginosos albergues de los sueños.
Lo propagó la hierba que fue un áspero, tenebroso plumaje una mañana.
Lo confirmaron día tras día las fisuras súbitas en los muros,
los trazos de carbón sobre la piedra, las arañas traslúcidas, los vientos.
Y de repente se desbordó la noche,
rebasó en la medida del peligro las vitrinas cerradas, los lazos ajustados,
las manos que a duras penas contenían la presión tormentosa.
Un gran pájaro negro cayó sobre tu plato.
Es como la envoltura de algún fuego sombrío, taciturno, sofocado,
que vino desde lejos horadando al pasar la intacta protección de cada día.
Ahora observas humear esa cosecha escalofriante.
Llega desde las más remotas plantaciones de tu presentimiento y de tu miedo,
llega incesantemente exhalando el misterio.
Está sobre tu plato y no hay distancia alguna que te aparte,
ni escondite posible.

viernes, 14 de febrero de 2020

#OlgaOrozco2020: Guardianas nocturnas




Preparan mi equipaje.
Ellas, las lentas damas moldeadas por crespones en el viento más frío,
las que bordan pacientes como arañas una grieta sin fin en la urdimbre de mis días,
ellas, las susurrantes, las delegadas de los altos poderes, las mitradas:
mis guardianas nocturnas.

Siento pasar el borde de toda mi asombrosa existencia entre mis dedos;
lo siento como un filo de vidrio contra las entrañas.
Han plegado los pálidos telones de los descubrimientos infantiles
con los mapas del tesoro escondido, el pueblo encandilado y el palomar en ruinas.
Han puesto en una caja los cristales de la inocencia rota
y han hecho un envoltorio en el que se debaten igual que sabandijas mis pecados.
Un puñado de agujas por las escasas contricciones, un alfiler por la torcaza muerta,
un manojo de astillas por todas las heridas y un puñal por la sangre del perdón.
Ahora doblan las sábanas de los insomnios, las fundas del delirio,
lienzos agujereados que dejaron escabullir hasta mi nombre y emerger los murciélagos,
los emisarios del submundo, el nadie siempre a punto de franquear mi lugar.
Van a llenar los huecos con los acusadores frascos de venenos:
tintas fanáticas para los desaciertos, licores para las mutaciones insensatas,
perfumes alucinógenos extraídos de dichas irrecuperables, lluvias del más allá.
Se consultan, vacilan frente al álbum en el que fosforecen los retratos.
Por favor, todos, todos, desde aquellos que fueron una llaga voraz sobre los juros
hasta los que ahuyentaron el terror y embellecieron los desmantelamientos de mi alma.


Afuera los estuches fervorosos, las felpas hechizadas:
destituidos los ídolos, los talismanes, las medallas, los desvalidos trofeos de la fe,
amontonados al desdeñoso azar, sepultados a tientas en el aserrín de las costumbres.
Ningún sitio de honor para las vestiduras de la soledad, ninguna flor encima.
Que las cubran con esos atavíos estampados por noches copiadas del abismo,
esos que todavía flotan como en sueños alrededor del vértigo y de los suspiros
y en los que aún brillan igual que lentejuelas desordenadas las caricias.
También, también va ese fanal que guarda cielos para los regresos y las despedidas.
Y no olvidar las cartas estrujadas, ni los bellos disfraces extinguidos,
ni las plumas arrancadas al vuelo a la alegría, ni los fabuladores espejos,
ni siquiera la bolsa de retazos de los días desiertos.

Al alba está dispuesto el equipaje.
Embalados mis bienes, ceñidas las correas, sellados los precintos.
Ellas, las altas damas, las papisas enfundadas en lutos solemnes, se retiran.
Hay un rótulo allí. No dice “frágil”; no señala un destino.
Indica : “Para dejar en cualquier parte. Solamente residuos sin reclamo posible”.

en "Mutaciones de la realidad" (1979)

jueves, 13 de febrero de 2020

#OlgaOrozco2020: Andante en tres tiempos






Más borroso que un velo tramado por la lluvia sobre los ojos de la lejanía, confuso como un fardo,
errante como un médano indeciso en la tierra de nadie,
sin rasgos, sin consistencia, sin asas ni molduras,
así era tu porvenir visto desde las instantáneas rendijas del pasado.
Sin embargo detrás hay un taller que fragua sin cesar tu muestrario de máscaras.
Es un recinto que retrocede y que te absorbe exhalando el paisaje.
Allí en algún rincón están de pie tus primeras visiones,
y también las imágenes de ayer y aun los espejismos que no se condensaron,
más las ciegas legiones de fantasmas que son huecos anuncios todavía.
Entre todos imprimen un diseño secreto en las alfombras por donde pasarás,
muelen tus alimentos de mañana en el mortero de lo desconocido
y elaboran en rígidos lienzos los ropajes para tu absolución o tu condena.
Cambia, cambia de vuelo como la ráfaga del enjambre bajo la tormenta.
Un soplo habrá disuelto la reunión;
un soplo la convoca en un nuevo diseño, junto a nuevos ropajes y nuevos alimentos.
¡Qué vivero de formas al acecho de un molde desde el principio hasta el final!


Palmo a palmo, virando
de un día a otro fulgor, de una noche a otra sombra,
llegas con cada paso a ese lugar al que te remolcaron todas las corrientes:
una región de lobos o corderos donde erigir tu tienda una vez más
y volver a partir, aunque te quedes, aspirado de nuevo por la boca del viento.
Es esa la comarca, esa es la casa, esos son los rostros que veías difusos,
fraguados en el humo de la víspera,
apenas esculpidos por el aliento leproso de la niebla.
Ahora están tallados a fuego ya cuchillo en la dura sustancia del presente,
una roca escindida que ahora permanece, que ya se desmorona,
que se escurre sin fin por la garganta de insaciables arenas.
Entre la oscilación y la caída, si no te deslizas hacia adelante, mueres.
Apresúrate, atrapa el petirrojo que huye, la escarcha que se disuelve en el jardín.
Somételos con un ademán tan rápido que se asemeje a la quietud,
a esa trampa del tiempo solapado que se desdobla en antes y en después.
Sólo conseguirás un presagio de plumas y un resabio de hielo.
A veces, pocas veces, un modelo para los esplendores y las lágrimas de tu porvenir.


¿Y qué fue del pasado, con su carga de sábanas ajadas y de huesos roídos?
¿Es nada más que un embalaje roto,
una mano en el vidrio ceniciento a lo largo de toda la alameda?
¿O un depósito inmóvil donde se acumulan el oro y las escorias de los días?
Pliega las alas para ver.
Esa mole que llevas creciendo a tus espaldas es tu albergue vampiro.
No me hables solamente de un panteón o de algún tribunal embalsamado,
siempre en suspenso y hasta el fin del mundo.
Porque también allí cada dibujo cambia con el último trazo,
cada color se funde con el tinte de la nueva estación o la que viene,
cada calco envejece, se resquebraja y pierde su motivo en el polvo;
pero el muro en que guardas estampadas las manos de la infancia
es ese mismo muro que proyecta unas manos finales sobre los muros de tu porvenir.
¿Y acaso ayer no asoma algunas veces como marzo en septiembre y canta en la enramada?
Todo es posible cuando se desborda y rehace un recuento la memoria:
imprevistas alquimias, peldaños que chirrían, cajones clausurados y carruajes en marcha.
Sorprendente inventario en el que testimonian hasta las puertas sin abrir.


Hoy, mañana o ayer,
nunca ningún refugio donde permanecer inalterable entre la llama y el carbón.
Los oleajes se cruzan y conspiran como los visitantes en los sueños,
intercambian espumas, cáscaras, amuletos y papeles cifrados y jirones,
y todo tiempo inscribe su sentencia bajo las aguas de los otros tiempos,
mientras viajas a tumbos en tu tablón precario
justo en el filo de las marejadas.



Pero hay algo, tal vez, que logró sustraerse a las maquinaciones de los años,
algo que estaba fuera de la fugacidad, la duración y la mudanza.
Guarda, guarda esa prenda invulnerable que cobraste al pasar
y que llevas oculta como un ladrón furtivo desde el comienzo hasta el futuro.
Estandarte o sortija, perla, grano de sal o escapulario,
describe una parábola de brasas a medida que te aproximas, que llegas, que te alejas:
tu credencial de amor en la noche cerrada.

en "La noche a la deriva" (1984)

miércoles, 12 de febrero de 2020

#OlgaOrozco2020: Al pie de la letra



La noche estrellada (Vincent Van Gogh)



El tribunal es alto, final y sin fronteras.
Sensible a las variaciones del azar como la nube o como el fuego,
registra cada trazo que se inscribe sobre los territorios insomnes del destino.
De un margen de la noche a otro confín, del permiso a la culpa,
dibujo con mi propia trayectoria la escritura fatal, el ciego testimonio.
Retrocesos y avances, inmersiones y vuelos, suspensos y caídas
componen ese texto cuya ilación se anuda y desanuda con las vacilaciones,
se disimula con la cautela del desvío y del pie sobre el vidrio,
se interrumpe y se pierde con cada sobresalto en sueños del cochero.
¿Y cuál será el sentido total, el que se escurre como la bestia de la trampa
y se oculta a morir entre oscuras malezas dejándome la piel
o huye sin detenerse por los blancos de las encrucijadas, laberinto hacia adentro?
Delación o alegato, no alcanzo a interpretar las intenciones del esquivo mensaje.
Difícil la lectura desde aquí, donde violo la ley y soy el instrumento,
donde aciertos y errores se propagan como una ondulación,
un vicio del lenguaje o las disciplinadas maniobras de una peste,
y cambian el color de todo mi prontuario en adelante y hacia atrás.
Pero hay alguien a quien no logra despistar la ignorancia,
alguien que lee aun bajo las tachaduras y los desmembramientos de mi caligrafía
mientras se filtra el sol o centellea el mar entre dos líneas.
Impresa está con sangre mi confesión; sellada con ceniza.


en "La noche a la deriva" (1984)

martes, 11 de febrero de 2020

#OlgaOrozco2020: La maga de la poesía (Patricia Kolesnicov)

Olga Orozco
La maga de la poesía

por Patricia Kolesnicov (Revista Viva, 16 de noviembre de 1997)



Con la palabra de poder
nómbrala y mátala

Exactamente eso decía ella, hace treinta y cinco años, en el poema “Para destruir a la enemiga”. Olga Orozco, la poeta, levanta sus párpados sombreados de turquesa y sigue hablando de un enemigo. Pero ahora dice que es el tiempo:"El que te deteriora y te mata”. Y que su tentación es violentar al tiempo. “No sólo me tienta hacerlo retroceder; también hacerlo simultáneo, alternarlo, como si lo venciera. Lograr esto, o intentarlo, es hacer retroceder a la muerte, aunque sea por un momento."
Olga Orozco supo del Tarot y las videncias. Daba su pelea con las armas de la magia. “Estaba buscando trascender -dice desde sus ojos verdes, todas las limitaciones: esta realidad que te somete a reglas como las leyes de causa y efecto, como las leyes del tiempo. Trascender este yo, la limitación de ser este yo y ningún otro.
Olga Orozco nació en 1920 en Toay, un pueblo de La Pampa donde los médanos volaban. Tuvo una abuela que le contó cuentos durante tres décadas. En Bahía Blanca, a los 14 años, una sombrerera italiana que se llamaba Teresa vio que había en la intensidad de la chica condiciones para el ocultismo. En las calladas tardes de esa Bahía Blanca, la sombrerera Teresa le enseñó a esa niña pampeana los secretos del Tarot, sus arcanos mayores y menores. Y la niña supo de reyes y de locos.
Después tuvo una gata, Berenice:

Algo más que piedad, que providencia y desatino
erigió nuestra carpa invulnerable entre las carcomidas fundaciones.
Algo que comenzamos a saber entre un plato de leche
y huesos, sólo huesos de desapariciones, tan duros de roer.

Con una amiga, María Julia Onetti, la poeta hizo el horóscopo de Clarín entre 1968 y 1974. Firmaban “Canopus”. Así lo recuerda: "Lo hacíamos a conciencia, de la manera rigurosa en que se puede hacer un horóscopo estático".
Los lectores lo seguían y hasta pedían que su palabra interviniera directamente en el destino: “Una señora me escribió que su marido tenía relaciones con una mujer más joven. Me decía que le se aconsejara a Géminis que volviera a sus amores de siempre, aunque le parecieran rutinarios, y olvidara los deslumbramientos momentáneos".
--¿Se puede encontrar una forma bella de escribir hasta los horóscopos?
-Sí, absolutamente, se le puede poner belleza a todo, hasta a la tabla de multiplicar; si se tiene talento, se puede.
Mi poema "La cartomancia” es una tirada de cartas real, una tirada que me hice a mí misma.

No dormirás del lado de la dicha, 
porque en todos tus pasos hay un borde de luto que presagia 
el crimen o el adiós,
y el Ahorcado me anuncia la pavorosa noche que te fue destinada.

Hay una anécdota que esta maga de la poesía gusta contar. Dice que el Tarot tuvo algo que ver en su segundo matrimonio: "Era la segunda vez en mi vida que lo veía y no me había impresionado tantísimo como para que aspirara a compartir con él el resto de mi vida. Él estaba en un mal momento, le conté por qué y le dije que no se afligiera, que la mujer de su vida estaba a las puertas, y se la describi. Daba la sensación de que hubiera buscado mi propia descripción. Le dije que era artista, que tenía ojos claros pero que era morena y puse además miles de calificaciones excelentes sobre esa persona: era bondadosa, era comprensiva, talentosa. Yo leía honestamente las cartas de Tarot y él anotaba cada palabra. Después fue mi marido, y cada vez que yo hacía algo que no le gustaba -que fueron pocas veces- sacaba ese papel del bolsillo, lo leía y me decía: 'Mirá el retrato que te hiciste...'”.
Aunque habla de la magia en pasado, la poeta cuenta que "muchas veces escribo con una piedrecita negra en una mano, a veces con dos piedras: una de Sicilia, donde nació mi padre, y otra de San Luis, donde nació mi madre”.

-¿Para qué esas piedras?

-No sé. Como para pedir ayuda. Y a veces escribo con una piedrecita negra que me dio el primer chico del que me enamoré. Las piedras, yo creo de verdad, están vivas. No creo que estén muertas. Creo que tienen una vida lenta. A medida que las tocas, puedes llegar a sentir como un latido.
A mí me ayudan a evocar cosas, además tienen una energía.
Las elijo y las quiero. Las junto, inclusive. Siempre junto piedras y cosas por las playas. De Grecia, del Cabo de Nueva Esperanza, de México.

-Cuando vuelve a la misma piedra, ¡¿lo hace buscando la sensación que tuvo antes?

-No. Pero cada piedra convoca un ámbito diferente.

-Alguna vez usted dio un argumento astrológico para rechazar una invitación a entrar a la Academia de Letras.

La primera vez que me propusieron entrar a la Academia de Letras fue cuando murió Victoria Ocampo. Yo no tengo pasta de académica; no es que vea mal que entren otros, pero yo no me veo ahi, no siento ninguna energía que me espere allí, no veo una silla favorable para mí-dice, y se le escapa la risa. Entonces piensan que no acepto por motivos esotéricos. En realidad, ése fue el motivo que di. Dije eso, y que no veía en mi horóscopo ninguna señal de que tuviera que aceptar.

-¿Lo decía seriamente?

-Por supuesto que yo lo decía seriamente- pone mirada de ofendida por la duda-. Lo decía seriamente, pero no lo pensaba seriamente.
Ella se inquieta en la silla y asegura que la magia quedó atrás: “Me pareció que era una manera bastarda de trascender el tiempo. Porque una hace descender, de alguna manera, fuerzas que son oscuras, poco manejables. El Tarot. La práctica de la videncia dan una omnipotencia que es falsa.
Creo que lo mismo se trasciende a través de la plegaria y de la poesía misma. También con la poesía puedes llegar a trastornar todos los tiempos, a confundirlos, barajarlos, ordenarlos como se te da la gana. Puedes resucitar a los muertos, vivir otras vidas, ser otras".

-¿Usted cree realmente que la magia es un intento de intervenir en las leyes del tiempo?

-Sí, en las leyes del tiempo y de la física. Pero la poesía también interviene, aunque de otro modo. La poesía es un juego peligroso porque no es lineal, como la prosa, sino que va hacia lo alto o hacia las profundidades y una se sumerge buscando los elementos que quiere encontrar, que no son justamente los externos. No es fácil llegar a eso, a esas respuestas. Y a veces una queda unida a la superficie por un hilito. No sabe muy bien cómo va a hacer para regresar porque se ha quedado observando muy, muy adentro.

-Dijo que empezó a escribir porque sentía que había preguntas que no tenían respuesta. ¿Qué quería saber?

-¡Vaya a saber qué quería saber! Quería justamente saber cosas que aún no tienen respuesta para mí. Cómo era Dios, que me lo dibujaran. Incluso una vez hice un dibujito y le pregunté a mí madre si así era Dios. Era un dibujito con un perfil humano que debía de ser algo monstruoso porque yo trataba de que fuera lo incomprensible, lo enigmático. Yo tenía cinco años y no podía pensar en la belleza de Dios, pensaba en el poderío de lo desconocido. Quería saber por qué, si yo tenía un ángel de la guarda, él no me alcanzaba o me explicaba las cosas que le pedía. Cosas como por qué el viento trae sólo viento, que además es mentira, porque el viento trae muchas cosas y lleva muchas cosas, como cuenta Lo que el viento se llevó.

-En La Pampa el viento se ve.

-En La Pampa el viento es casi ciclónico, trae cardos rusos, trae hojas secas. Incluso se llevaba los médanos, que cambiaban de lugar con el viento. Ya no está el médano que estaba ayer en el fondo de tu casa.

-Y un médano parece una montaña…

-Sí, y tiene un volumen. Una se sorprende porque no ha pensado en la liviandad de la arena sino en el volumen del médano. Ese es uno de los juegos más deliciosos que una tiene de chica: jugar en la arena.

En tanto levantáis,
insaciables arenas,
médanos fugitivos que cumplen en el viento un sombrío destino.

-¿Sigue escribiendo para contestarse preguntas?

-Naturalmente, yo siempre he escrito para contestarme preguntas. Incluso creo que me contesto a mí misma con otras preguntas. Sin pretender definir la poesía, que siempre se escapa por todos los costados por más que una pretenda definirla, creo que la poesía es eso, una permanente pregunta. Por más que uno conteste con aseveraciones, en realidad esa respuesta es también una pregunta.

-Eso prueba los límites de la capacidad de preguntar.

-Y claro. Se acaba. La última pregunta no tiene respuesta, o la respuesta nos está vedada. Viene el silencio. Hay sellos que no se pueden levantar desde este costado del mundo.

Tú no preguntas nada, nunca,
porque no hay nadie ya que te responda.

El tiempo de las preguntas, de las cosas pasadas por el viento, fue también el de su abuela María Laureana. Olguita, la escritora, creció con los relatos de esa mujer que había nacido en San Luis. Como si la literatura se transmitiera de abuela a nieta, fue la abuela de su abuela, una irlandesa, la que trajo las historias a la familia. Y esta señora poeta se reconoce en esa genealogía: "Mi abuela era como una maga blanca, una persona que imaginaba un cuento distinto todos los días. Cuantos de hadas, de demonios, de castillos encantados, de tesoros enterrados. Eran esos cuentos donde hay una palabra de poder que abre las aguas
y una puede hundirse hasta el fondo y rescatar a alguien vivo que está todavía allí no se sabe cómo. María Laureana murió a los 97 años, cuando yo tenía 28, y hasta entonces seguía contando".

-¿Los cuentos eran a pedido suyo?

-Sí, yo le pedía y ella empezaba sin titubear. Eran cuentos o historias. Ella había nacido a mediados del siglo pasado y presenció hasta malones. Había tenido una prima -ella era muy rubia, con ojos azules; la prima Lucía también, y durante un malón esta chica no se había guarecido, se había quedado sola caminando por no sé dónde y un cacique la llevó en su caballo a medida que le decía: "Ir dando besos". La prima Lucía estuvo como quince años en esa toldería. La mujer principal del cacique, una señora anciana la ayudaba a escapar, pero la muchacha caía siempre en tolderías de caciques amigos. Cuando consiguió huir ya tenía treinta años y se encerró y no salió nunca más. Pero tuvo para siempre las cicatrices en las plantas de los pies, todas cortajeadas, por las heridas que le habían hecho para que no escapara. De eso me hablaba mi abuela Maria Laureana.

De todos los que amaron ciertas edades suyas, ciertos gestos,
las mismas poblaciones con olor a leyenda,
no quedan más que nombres a los que a veces vuelven como a un sueño.

-En sus poemas aparecen el amor y el abandono. ¿Usted tuvo grandes amores?

-Amores intensos.

-¿En qué consistía esa intensidad?

-Yo no soy una persona insensible ni indiferente. Creo que no todo el mundo tiene la capacidad de enamorarse con intensidad ni de hacer que los amores sean duraderos. Hay
gente que confunde la emoción con un sentimiento, entonces vive cosas pasajeras. El amor verdadero es de otro modo, es pensar más en el otro que en sí mismo.

-¿Hay gente que busca el reflejo de sí misma?

-Eso es un narcisista, no un enamorado. En el amor hay una cosa de entrega, de dedicación al otro, que ni siquiera uno sueña en confundir con la abnegación: hay alegría en eso. Pero, además, hay que ser capaz de jugarse en esas apuestas.

- Qué queda en uno cuando se terminan esos amores?

-Queda la intensidad de la pena, que es la otra cara de la moneda. Uno sabe desde el comienzo que cuando existe un sentimiento poderoso la ausencia va a determinar también otro sentimiento poderoso, pero penoso.

-Hace falta una cierta generosidad para no ir para atrás, para no asustarse...

-Yo no le tengo miedo a la vida, le tengo miedo a la muerte. Aunque sea un gran dolor, vale la pena la apuesta. Es como en la poesía misma: uno no tiene ninguna esperanza de acertar con el centro justo en la poesía, con lo que uno quiere decir plenamente; sabe que siempre va a ser una aproximación y, sin embargo, sigue apostando.

-¿La poesía se nutre del amor en su plenitud o de la ausencia?

-Yo estoy con el proverbio español: boca que besa no canta. Mis poemas de amor siempre son a la ausencia. La dicha plena se basta a sí misma, no necesita de palabras anexas ni nada.

Porque indefensos viven los hombres en la dicha
y solamente entonces, mientras muere a lo lejos su vana melodía,
recobran nuestros rostros una aureola invencible.

- ¿La poesía es un momento de indefensión?

-No, es un momento de fuerza. Por lo menos es la intención de la fuerza. Uno siente que está hablando con todo, con todo el universo y con todas las personas.

-La oscuridad es otro sol, También la luz es un abismo y La noche a la deriva son tres libros suyos. ¿Qué le pasa con la noche y el día?

-La noche es para descubrir secretos, para internarse en sensaciones abismales. Yo digo que la oscuridad es otro sol: ocurren muchas cosas de noche. No es el negro absoluto.
Ahora, una tiene que entrar allí con una lámpara. Lo que recoges en la noche lo tienes que llevar a una claridad suprema. Llevarlo a plena luz, a una luz casi hiriente,

- El día es menos intenso y menos amenazante?

-Hay horas del día que no soporto; las horas de la siesta por ejemplo; no sé qué hacer en esas horas. Si duermo me hace daño y si no duermo es la hora más expuesta, más peligrosa. No sé si me vendrá desde chica: era la hora en que me obligaban a dormir siesta y me escapaba, me trepaba a los árboles, comía fruta verde y después estaba enferma.

-Todo queda en la memoria.

-Curiosamente, cuando le conté esto a un psicólogo me preguntó: "¿A qué hora murió tu padre?". A las tres de la tarde. "A qué hora murió tu madre?". A las dos de la tarde. “A qué hora murió tu hermana?". A las dos de la tarde. "A qué hora murió tu marido?". A las dos de la tarde. Desde antes le tenía terror a esa hora.

-Una hora de desgracia...

-Fue la hora que me fue dejando sola.

-Una hora muy luminosa.

-No; es muy fea.

Nuestro largo combate fue también un combate a muerte con la muerte poesía.
Hemos ganado. Hemos perdido,
porque cómo nombrar con esta boca,
cómo nombrar en este mundo con esta sola boca en este mundo con esta sola boca?

Olga Orozco, la poeta, se queda mirando fijo. No le gustan las entrevistas. Y menos le gustan las cámaras. Dice que muestran cambios que no quiere que ocurran. Hace poco le preguntaron cómo preferiría morir y contestó con certeza: “De ningún modo". Y es una mujer que prefiere no ver el tiempo en su cuerpo.

-¿Usted se ve siempre como era antes?

-No... más o menos. Pero una tiene una idea embellecedora. Ahora, cuando me miro al espejo, me parece que va a decir "Fin". Entonces me voy alejando despacito.