viernes, 31 de enero de 2020

#OlgaOrozco2020: Tan solo por estar




Inmenso el día zumba contra mis orejas;
atruena como un dios atrapado de pronto por un ala en la jaula del mundo.
Dorado su desvarío hasta raspar, vertiginoso hasta romper los bordes.
¿Y ahora qué reclama con esta furia de abejorro descomunal que arrastra el cielo?
¿Es sólo contra mí tanto escándalo en alto, tanto esplendor en guerra?
¿Qué mas debo acatar aparte del pedregal en la cabeza, la soga en los tobillos y el agujero a través de cada mano?
Acaso me reproche mi ración en el reparto de las permanencias,
acaso esté juzgando solamente mi costado visible,
ese que se abre paso entre bloques de oscuridad y avanza sin saber
lo mismo que la proa encandilada de un navío fantasma.
También tú, día cruel, tan fatuo como yo, como la máscara de lo nunca visto,
eres el turbio vaho, apenas la emanación de un yacimiento sumergido,
el sol inacabado que al asomarse oculta los otros soles de la lejanía.
hemos llegado aquí sin memoria que corra hacia después,
sin contraseña alguna que nos justifique haste el final del juego.
Tu color es igual al de cualquier anónima y oscura traficante de tiempos.
Pero no hablemos por eso de no estar, ni tampoco siquiera de ser otros,
fatales, necesarios, previstos en las mareas de la historia y el vuelo de las aves,
porque tal vez seamos también ineludibles,
ambos incluídos en la turbulencia de la primera ola, en el hervor del verbo,
ambos golpeando juntos sobre la misma playa en los vaivenes del retorno,
hasta el último día, hasta el último náufrago.
Porque tal vez quién, cuándo y dónde sean las variaciones de una sola sustancia,
estados en suspensión hasta el fin del recuento.
No me apartes entonces con esta sacudida de trapo huracanado contra el rostro.
No me arrojes de ti lo mismo que si fuera una lapa insidiosa,
tu adherencia superflua, un fanático error de cada hora incrustado en la roca.
No lograrás excluirme aunque me lleves en vilo entre el pulgar y el índice,
aunque me balancees y me dejes caer sobre mi mismo.
A oscuras, contra la loza, desasida.

jueves, 30 de enero de 2020

#OlgaOrozco2020: Catecismo animal



http://marisa-negri.blogspot.com

Somos duros fragmentos arrancados del reverso del cielo,
trozos como cascotes insolubles
vueltos hacia este muro donde se inscribe  el vuelo de la realidad,
la mordedura blanca del destierro hasta el escalofrío.
Suspendidos en medio del derrumbe por obra del error,
enfrentamos de pie las inclemencias, la miserable condición del rehén,
expuestos del costado que se desgasta al roce de la arena y al golpe del azar,
bajo el precario sol que quizás hoy se apague, que no salga mañana.
No tenemos ni marca de predestinación ni vestigios de las primeras luces;
ni siquiera sabemos qué soplo nos expulsa y nos aspira.
Apenas si el sabor de la sed, si la manera de traspasar la niebla,
si esta vertiginosa sustancia en busca de salida,
hablan de alguna parte donde las mutiladas visiones se completan,
donde se cumple Dios.
Ah descubrir la imagen oculta e impensable del reflejo,
la palabra secreta, el bien perdido,
la otra mitad que siempre fue una nube inalcanzable desde la soledad
y es toda la belleza que nos ciñe en su trama y nos rehace,
una mirada eterna como un lago para sumergir el amor en su versión insomne,
en su asombro dorado.
Pero no hay quien divise el centelleo de una sola fisura para poder pasar.
Nunca con esta vida que no alcanza para ir y volver,
que reduce las horas y oscila contra el viento,
que se retrae y vibra como llama aterida cuando asoma la muerte.


Él quedará incrustado en este muro.
Él será más opaco que un pedrusco roído por la lluvia hasta el juicio final.
¿Y servirá este cuerpo más allá para sobrevivir,
el inepto monarca, el destronado, el frágil desertor obligatorio,
rescatado otra vez desde su nadie, desde las entrañas de un escorial de brumas?
¿O será simplemente como escombro  que se arroja y se olvida?
No, este cuerpo no puede ser tan sólo para entrar y salir.
Yo reclamo los ojos que guardaron el Etna bajo las ascuas de otros ojos;
pido por esta pìel con la que caigo al fondo de cada precipicio;
abogo por las manos que buscaron, por los pies que perdieron;
apelo hasta por el luto de mi sangre y el hielo de mis huesos.
Aunque no haya descanso, ni permanencia, ni sabiduría,
defiendo mi lugar:
esta humilde morada donde el alma insondable se repliega,
donde inmola sus sombras
y se va.

en "En el revés del cielo" (1988)

miércoles, 29 de enero de 2020

#OlgaOrozco2020: Con el humo que no vuelve



http://marisa-negri.blogspot.com/

Yo te barrí con una escoba negra,
di vuelta tus pisadas para que cada paso te alejara de mí,
hice una sola hoguera con todas las marañas donde anidó tu sombra
y te tapié la casa con una piedra viva calentada en mi mano.

No medí tu poder contra estas inconsistentes envolturas
tejidas solamente por la complicidad del resplandor y el aura.
No calculé tu alcance de rata que abre un túnel desde un cubil de invierno
hasta el rostro del día,
que fue un creciente agujero en todas las ventanas.

Acampaste a lo lejos
con tu arsenal de tenebrosas ollas, fetiches de tierras muertas y tijeras,
y esa tribu invisible alimentada con rata del infierno,
y comenzó el asedio, apenas como un pie que roza las fronteras de la espuma,
casi como un perfume que avanza o como un canto;
después cerraste el cerco,
¿y por qué no hasta trocar los sitios, hasta dejarme fuera?
Tú eras la invasora cuyos ojos atraviesan los vidrios de la noche
lo mismo que un diamante;
yo, la guardiana ciega en su vigilia de ensimismada porcelana.

Acorralaste mi alma, moldeándome tres veces en la cera funesta:
una con los estigmas de la separación
que traspasan las vendas desde el porvenir hasta el pasado;
la segunda, con la nube interior que perpetúa el desasimiento y la caída;
la tercera, con esas incrustaciones de azabache que convocan las obsesiones y el pavor
y que no se disuelven ni bajo el ácido de la costumbre ni bajo el bálsamo de ninguna fe.
Es como balancearse en el vacío,
teñida por tres veces con el color de la otra orilla.
Confundiste mis pasos anudando la soga del destino
a una catedral que se deshizo en polvo contra el acantilado,
a una barca que huía encandilada por el sol de las vertiginosas islas,
a una torre que anduvo entre tembladerales y que cayó partida por el rayo.
Y siempre, en todas partes, tus aliadas,
esas merodeadoras de los muelles esperando el naufragio,
las hijas de la serpiente derribando mi illa desde el árbol de la tentación,
la mujer con corona de lata profanando las ruinas.

¿Y ahora dónde está la casa blanca con la franja ultramar
que bebería el cielo inagotable en una copa del Mediterráneo?
Molida con cal devoradora en tus morteros.
¿Dónde los niños, cada uno con su clave secreta,
deslizándose como una misteriosa constelación sobre la hierba?
Fundidos con las semillas de mi raza en tu crisol de hierro.
¿Dónde, dónde la hora bienaventurada que rueda hasta el regazo
más indemne que un prisma capaz de recomponer toda la luz del inocente paraíso?
Fue la que hirvió mejor en tus negras marmitas.

Trabaste con agujas de hielo mis palabras, mi único talismán en las tinieblas,
y extrajíste con hondas incisiones su forma y su color
vaciando sus almendras y evaporando su sentido;
a veces las dejaste entre puertas cerradas en laberintos insolubles
que siempre desembocan en una cámara circular de aguas estancadas
donde se disputaron sus despojos los extintos fulgores, los ecos y los vientos.
En algún lado hiciste castillos de papel con mis fracasos.

Me soltaste tus perros
junto con la jauría innominada que hizo una madriguera de mis noches.
Engendros de aquelarres incubados en las cocinas subterráneas,
alimañas surgidas del “sueño de la razón” en insomnes bestiarios,
sabandijas fraguadas en el reverso de todas las tentaciones de los santos,
probaron mis resortes hasta las últimas alertas del acosado yo,
hasta el chirrido de los engranajes que fijan las protectoras apariencias
solamente hasta aquí, solamente hasta ahora,
en esta incomprensible maquinaia del mundo.

Se quebró el maleficio.
Se rompió como un huevo, como una rama seca, como un anillo inútil.
Acaso sea poco lo que queda:
la inquebrantable fe, el insistente amor, las ataduras con todo lo imposible
y esta desesperada y prolija costumbre de probarme las almas, los vocablos y la muerte.

Ahora planeas, lejos, con el humo que no vuelve.
Visto desde tu lado
ese pájaro negro es la victoria y vuela con tus alas.

martes, 28 de enero de 2020

#OlgaOrozco2020: Para esta hora



foto:http://marisa-negri.blogspot.com

Reconozco esta hora.
Es esa que solía llegar enmascarada entre los pliegues de otras horas;
la que de pronto comenzaba a surgir como un oscuro arcángel detrás de la neblina
haciendo retroceder mis bosques encantados,
mis rituales de amor, mi fiesta en la indolencia,
con sólo trazar un signo en el silencio,
con sólo cortar el aire con su mano.
Esa, la de mirada como un vuelo de cuervo y pasos fantasmales,
que venía de lejos con su manto de viaje y las mejillas escarchadas,
y se iba bajando la cabeza, de nuevo hasta tan lejos
que yo buscaba en vano la huella del carruaje en el pasado.
Hora desencarnada,
color de amnesia como dibujada en el vacío del azogue,
igual que una traslúcida figura enviada desde un retablo del olvido.
¿Y era su propio heraldo,
el fondo que se asoma hasta la superficie de la copa,
la anunciación de dar a luz las sombras?
No supe descifrar su profecía,
ese susurro de aguas estancadas que destilan a veces los crepúsculos,
ni logré comprender el torbellino de plumas grises con que me aspiraba
desde un claro de ayer hasta un vago anfiteatro iluminado por lluvias y por lunas,
allá, entre los ventisqueros del irreconocible porvenir;
aquí, donde ahora se instala, maciza como el demonio del advenimiento,
en su sitial de honor en medio de la asamblea de otras horas, pálidas, transparentes,
y me dice que mis bosques son luces extinguidas y aves embalsamadas,
que mi amor era erróneo, como un espejo que se contempla en otro espejo,
que mi fiesta es un cielo replegado en el sudario de mis muertos.
Y se queda esta vez, sin bajar la cabeza.

lunes, 27 de enero de 2020

#OlgaOrozco2020: En tu inmensa pupila



foto: http://marisa-negri.blogspot.com

Me reconoces, noche,
me palpas, me recuentas,
no como avara sino como una falsa ciega,
o como alguien que no sabe jamás quién es la náufraga y quién la endechadora.
Me has escogido a tientas para estatua de tus alegorías,
sólo por la costumbre de sumergirme hasta donde se acaba el mundo
y perder la cabeza en cada nube y a cada paso el suelo debajo de los pies.
¿Y acaso no fui siempre tu hijastra preferida,
esa que se adelanta sin vacilaciones hacia la trampa urdida por tu mano,
la que muerde el veneno en la manzana o copia tu belleza del espejo traidor?
Olvidaron atarme al mástil de la casa cuando tú pasabas
para que no me fuera cada vez tras tu flauta encantada de ladrona de niños,
y fue a expensas del día que confundí en tu bolsa la blancura y la nieve, los lobos y las sombras.
Ahora es tarde para volver atrás y corregir las horas de acuerdo con el sol.
Ahora me has marcado con tu alfabeto negro.
Pertenezco a la tribu de los que se hospedan en radiantes tinieblas,
de los que ven mejor con los ojos cerrados y se acuestan del lado del abismo y alzan vuelo y no vuelven
cuando Tomás abre de par en par las puertas del evidente mediodía.
Tú fundas tu Tebaida en lo invisible. Tú no concedes pruebas. Tú aconteces,  secreta, innumerable, sin formular,
como una contemplación vuelta hacia adentro,
donde cada señal es el temblor de un pájaro perdido en un recinto inmenso
y cada subida un salto en el vacío contra gradas y ausencias.

Tú me vigilas desde todas partes,
descorriendo telones, horadando los muros, atisbando entre fardos de penumbra;
me encuentras y me miras con la mirada del cazador y del testigo,
mientras descubro en medio de tus altas malezas el esplendor de una ciudad perdida,
o busco en vano el rastro del porvenir en tus encrucijadas.
Tú vas quién sabe adónde siguiendo las variaciones de la tentación inalcanzable,
probándote los rostros extremos del horror, de la extrema belleza,
la imposible distancia de los otros, el tacto del infierno,
visiones que se agolpan hasta donde te alcanza la oscuridad que tengo,
hasta donde comienzas a rodar muerte abajo con carruajes, con piedras y con perros.
Pero yo no te pido lámparas exhumadas ni velos entreabiertos.
No te reclamo una lección de luz,
¿como no le reclamo al agua por la llama ni a la vigilia por el sueño.
¿O habría de confiar menos en ti que en las duras, recelosas estrellas?
¡Hemos visto tantos misterios insolubles con sus blancos reflejos, aun a pleno sol!
Basta con que me lleves de la mano como a través de un bosque,
noche alfombrada, noche sigilosa,
que aprenda yo lo que quieres decir, lo que susurra el viento,
y pueda al fin leer hasta el fondo de mi pequeña noche en tu pupila inmensa.

domingo, 26 de enero de 2020

#OlgaOrozco2020: Rehenes de otro mundo







a Vicent Van Gogh,
a Antoni Artaud
a Jacobo Fijman


Era un pacto firmado con la sangre de cada pesadilla,
una simulación de durmientes que roen el peligro en un hueso de insomnio.
Prohibido ir más allá.
Sólo el santo tenía la consigna para el túnel y el vuelo.
Los otros mordaza, las vendas y el castigo.
Entonces había que acatar a los guardianes desde el fondo del foso.
Había que aceptar las plantaciones que se pierden de visa al borde de los pies.
Había que palpar a ciegas las murallas que separan al huésped y al perseguidor.
Era la ley del juego en el salón cerrado:
las apuestas a medias hasta perder la llave
y unas puertas que se abren cuando ruedan los últimos dados de la muerte.

Y ellos se adelantaron de un salto hasta el final,
con sus altas coronas.
Quemaron los telones,
arrancaron de cuajo los árboles del bosque,
rompieron hasta el fondo las membranas para poder pasar.
Fue una chispa sagrada en el infierno,
la ráfaga de un cielo sepultado en la arena,
la cabeza de un dios que cae dando tumbos entre un rayo y el trueno.
Y después no hubo más.
Nada más que las llamas, el polvo y el estruendo,
iguales para siempre, cada vez.
Pero esa misma mano mordida por la trampa rozó la eternidad,
esa misma pupila trizada por la luz fue un fragmento del sol,
esas sílabas rotas en la boca fueron por un instante la palabra.
Ellos eran rehenes de otro mundo, como el carro de Elías.
Pero estaban aquí,
cayendo,
desasidos.

sábado, 25 de enero de 2020

#OlgaOrozco2020: Dónde corre la arena dentro del corazón


foto: http://marisa-negri.blogspot.com/




Yo nací con vosotras, incesantes arenas,
en un lugar donde los días tienden sus flores cenicientas como si sólo fueran recuerdo de algún sueño,
la mirada de un tiempo guardado por congojas y fatigas, que vuelve, largamente,
a repetir su inútil poderío.

Es la región mecida por llorosos derrumbes;
una llanura, al sur,
bajo el triste sopor de lentísimos cielos.

Allí pasan flotando las grandes estaciones:
los transidos inviernos con un halo de pálidas escarchas,
con los cardos errantes que alimentan las hogueras de junio
durante largas noches ataviadas de terror y leyenda;
y crueles, los estíos,
por siempre consagrados a una misma paciencia,
encienden unas hierbas, una extensión cansada de grises matorrales,
toda la sed, la dura soledad de no alcanzar la dicha más allá de su llanto.

Entre el amanecer y el pausado crepúsculo
marchan los lentos hombres,
sentenciosos y graves,
al encuentro imposible de una época siempre demorada,
de una respuesta al débil trabajo de sus manos;
y vuelven, silenciosos,
a sus tranquilos ritos alrededor del fuego,
contemplando a lo lejos un pasado,
una vana distancia tendida como el humo sobre el picante y agrio crepitar de los leños.

Pero no son los años los que dejan esos muros exangües por donde asciende lenta la memoria.

Son unas y otras veces las sedientas manadas
o el rumor de los campos desvelados por crecientes mareas,
los que llega, precisos, hasta el infatigable recordar,
porque una vez se unieron, inseparablemente, como el tiempo a la piel,
a las gastadas vidas, las bodas y los muertos.

En tanto levantáis,
insaciables arenas,
médanos fugitivos que cumplen en el viento un sombrío destino,
una misión que sólo reconocen las ruinas
cuando al caer conquistan, en su más vasto sueño,
un poder semejante al que sostuvo cada piedra en las piedras.

Nada valen, entonces, pobres a vuestro paso,
plegarias y conjuros,
mágicos sortilegios convocando el amparo de los cielos,
murallas de indefensos tamarindos que abandonan al sol
un áspero dominio de aridez y despojos.

Desmedida es la tierra que amó en sus duros hijos hasta la destrucción,
hasta la sal paciente de su sangre;
mas de ella aprendieron a contemplar la vida a través de la muerte,
a saber, sin reposo, que aún no ha sido creado aquello que no puedan sobrellevar las almas de los hombres,
ya comprender que el cielo y el infierno son expiados aquí
con opacas desdichas.

Si ellos se marchan hoy,
si hoy sus pueblos emigran a lo largo de una seca planicie
donde antaño crecieron junto a las mismas casas,
con árboles, pesares y costumbres,
no es preciso volver la vencida cabeza en despedida,
no es preciso dejar señales de sus pasos que reciban después sus propios pasos.

Ellos regresarán,
porque así lo dispone un lamento de arena que responde al llamado natal de otras arenas,
allá,
en el más abismado eco del corazón.


en "Desde lejos" (1946)

viernes, 24 de enero de 2020

#OlgaOrozco2020: La abandonada













Aún no hace mucho tiempo,
cuando el mundo era un vidrio del color de la dicha, no un puñado de arena,
te mirabas en alguien igual que en un espejo que te embellecía.
Era como asomarte a las veloces aguas de las ilimitadas indulgencias
donde se corregían con un nuevo bautismo los errores,
se llenaban los huecos con una lluvia de oro, se bruñían las faltas,
y alcanzabas la espléndida radiación que adquieren hasta en la noche los milagros.
Imantabas las piedras con pisarlas.
Hubieras apagado conî tu desnudez el plumaje de un ángel.
Y algo rompió el reflejo.
Se rebelaron desde adentro las imágenes.
¿Quién enturbió el azogue?, ¿quién deshizo el embrujo de la transparencia?
Ahora estás a solas frente a unos ojos de tribunal helado que trizan los cristales,
y es como si en un día la intemperie te hubiera desteñido
y el cuchillo del viento hecho jirones y la sombra del sol desheredado.
No puedes ocultar tu pelambre maltrecha, tu mirada de animal en derrota,
ni esas deformaciones que producen las luces violentas en las amantes repudiadas.
Estás ahí, de pie, sin indulto posible, bajo el azote de la fatalidad,
prisionera del mismo desenlace igual que una heroína en el carro del mito.
Otro cielo sin dioses, otro mundo al que nadie más vendrá
sumergen en las aguas implacables tu imperfección y tu vergüenza.

en "En el revés del cielo" (1987)

jueves, 23 de enero de 2020

#OlgaOrozco2020: Entre perro y lobo



Me clausuran en mí.
Me dividen en dos.
Me engendran cada día en la paciencia
y en un negro organismo que ruge como el mar.
Me recortan después con las tijeras de la pesadilla
y caigo en este mundo con media sangre vuelta a cada lado:
una cara labrada desde el fondo por los colmillos de la furia a solas,
y otra que se disuelve entre la niebla de las grandes manadas.
No consigo saber quién es el amo aquí.
Cambio bajo mi piel de perro ax lobo.
Yo decreto la peste y atravieso con mis flancos en llamas las planicies del porvenir
                                                                                                      [y del pasado;
yo me tiendo a roer los huesecitos de tantos sueños muertos entre celestes pastizales.
Mi reino está en mi sombra y va conmigo dondequiera que vaya,
o se desploma en ruinas con las puertas abiertas a la invasión del enemigo.
Cada noche desgarro a dentelladas todo lazo ceñido al corazón,
y cada amanecer me encuentra con mi jaula de obediencia en el lomo.
Si devoro a mi dios uso su rostro debajo de mi máscara,
y sin embargo sólo bebo en el abrevadero de los hombres un
              [aterciopelado veneno de piedad que raspa las entrañas.
He labrado el torneo en las dos tramas de la tapicería:
he ganado mi cetro de bestia en la intemperie,
y he otorgado también jirones de mansedumbre por trofeo.
Pero ¿quién vence en mí?
¿Quién defiende mi bastión solitario en el desierto, la sábana del sueño?
¿Y quién roe mis labios, despacito y a oscuras, desde mis propios dientes?

en "Los juegos peligrosos" (1962)

miércoles, 22 de enero de 2020

#OlgaOrozco2020: Vuelve cuando la lluvia

foto: Marisa Negri



Hermanas de aire y frío, hermanas mías:
¿cuál es esa canción que se prolonga por las ramas y rueda contra el vidrio?
¿Cuál es esa canción que yo he perdido y que gira en el viento
y vuelve todavía?
Era lejos, muy lejos,
en las primeras albas de un jardín custodiado por ángeles y ortigas,
paraíso sin sombra y sin olvido.
Cantábamos para siempre la canción.
Cantábamos nuestra alianza hasta después del mundo.
Era hace mucho tiempo, hermana de silencios y de luna.
Era en tu adolescencia y en mi niñez más tierna,
cuando apenas te habías asomado a las sinuosas aguas del amor,
que te apresaron pronto,
y aún te vestías contra nuestro candor con el muestrario de las apariciones:
la novia fantasmal, el alma en pena o la mendiga loca;
pero al día siguiente eras la paz y el roce de la hierba.
Cuando te fuiste, faltó el cristal azul en la canción.
Era hace mucho tiempo, hermana de aventuras y de sol.
Yo era la más pequeña y seguía tus pasos por sitios encantados
donde había tesoros escondidos en tres granos de sal,
un ojo de cerradura enmohecida para mirar el porvenir más bello
y un espejo enterrado en el que estaba escrita la palabra del supremo poder.
Tú inventabas los juegos, las tentaciones, las desobediencias.
Fueron tantos los años compartidos en fiestas y en adioses
que se trizó en pedazos la canción cuando tu mano abandonó la mía.
Hermanas de ráfaga y temblor, hermanas mías,
las escucho cantar desde las espesuras de mi noche desierta.
Sé que vuelven ahora para contradecir mi soledad,
para cumplir el pacto que firmó nuestra sangre hasta después del mundo,
hasta que completemos de nuevo la canción.

de "Últimos poemas" (2009)

martes, 21 de enero de 2020

#OlgaOrozco2020: Pequeños visitantes






Sé que hay algún avaro lugar donde se guardan pedazos de paisaje,
escenas incompletas como cualquier escena de este mundo,
poblaciones y gentes aferradas a un solo atardecer,
a una sola tormenta.
Se dirían imágenes arrebatadas al pasar por un golpe de viento,
retazos del pasado recogidos como por un rastrillo para el último día,
quizás como testigos, quizás como una prueba destinada a la hoguera final.
Ese sitio imantado deja escapar a veces sus mezquinos tesoros,
quién sabe por qué grieta, por qué secreto acierto del azar,
y vienen hacia mí, que apenas reconozco esas apariciones
en las que ya no soy y los otros so están han perdido la sombra y el color.
Pero igual me persiguen con sus lerdos oleajes,
se obstinan, se desvelan, como si en mí estuviera la clave de su exilio,
la llamarada madre.
¿No busco así también la imagen escondida de la que intento ser la semejanza?
Y aunque a mí no me alcance la forma ni el fulgor para modelo,
debo enfrentarme aún una vez más con palabras roídas, con gestos recortados,
con espejos infieles de episodios casi desvanecidos
como quien se contempla en los retratos de algún álbum leproso, miserable.
¡Ah, porque no se trata de momentos guardados para la gran memoria!
¿Y a quién interrogar por esta ciega ronda de ratones?
¿Son tan solo humaredas,
vanas emanaciones desprendidas de un gran fuego central?
¿O alguna proyección con que poblé, ignorante, los pálidos desiertos de la soledad?
¿Y si fueran, opacos, andrajosos, con su gris aterido,
los fieles anticipos de mi verdadera vida, más allá?


en "Con esta boca, en este mundo" (1994)

lunes, 20 de enero de 2020

#OlgaOrozco2020: Conversación con el ángel


Contigo en aquel tiempo yo andaba siempre absorta,
siempre a tientas, a punto de caerme, pero indemne y eterna,
tomada de tu mano.
Ya casi te veía, lo mismo que al destello de un farol en la niebla,
una señal de auxilio en la tormenta.
Sí, tú, mi sombra blanca, transparencia guardiana,
mi esfinge azul hecha con el insomnio y el íntimo temblor de cada instante,
igual que una respuesta que se adelanta siempre a la pregunta.
Sin duda en algún sitio aún estarán marcados tus dos pies delante de mis pasos
porque te interponías de pronto entre mi noche y el abismo.
Sospecho que convertías en refugios dorados mis peores pesadillas,
que apartabas las setas venenosas y las piedras sangrientas
y venciste acechanzas y castigos.
Tal vez hasta me contagiaras la sonrisa
y lloraras después un larguísimo tiempo con mis lágrimas, vestido con mi duelo.
Después, mucho después, en esos años en que creí perderte
en algún laberinto o en una encrucijada,
fue cuando me dejaste a solas, tan mortal, en el destierro.
Quizás te convocaron de lo alto para un duro relevo,
y acudiste como un vigía alerta sin mirar hacia atrás,
aunque a veces descubrí tu perfume de nube y de jazmín en una ráfaga
y hasta palpé la suavidad que deja la huida de una pluma debajo de la almohada.
Ahora, ya replegada toda lejanía con un golpe ritual,
como en un abanico que se cierra,
frente al fuego donde arde de una vez el lujoso inventario de todo lo imposible,
contemplamos los dos el muro que no cesa,
no aquel contra el que lloraríamos como estatuas de sal a la inocencia,
su mirada de huérfana perdida,
sino el otro, el incierto, el del principio y el final,
donde comienza tu oculto territorio impredecible,
donde tal vez se acabe tu pacto con el silencio y mi ceguera.


en "La noche a la deriva" (1983)

domingo, 19 de enero de 2020

#OlgaOrozco2020: En la rueda solar



Cada ojo en el fondo es una cripta donde se exhuma el sol,
donde brilla la luna sobre la piedra roja del altar
erigida entre espejos y entre alucinaciones.
Yo asisto cada día con los ojos abiertos al sacrificio de la resurrección,
a la alquimia del oro en aguas estancadas.
Es difícil mirar con la sustancia misma de la luz filtrada por la tierra del destierro;
es imposible ver quién se levanta y anda entre malezas
desde estos dos fragmentos arrancados a la cantera de la eternidad.
Uno al lado del otro en su prisión de nácar,
en su evasión de nubes y de lágrimas;
uno ajeno del otro,
sometidos a ciegas a la ley de la alianza en la separación,*
fabulan la distancia, la envoltura de cada desencuentro, la isla que no soy.
¿Y acaso no me acechan desde el fondo de todo cuanto miro
igual que a una extranjera?
¿No me dejan a solas con su estuche de nieblas,
lo mismo que a un rehén,
contra la trampa abierta en la espalda del mundo?
¡Extraña esta custodia que permite avanzar al enemigo transparente
y retiene hacia adentro este insondable vacío de caverna!
No tiene explicación esta córnea con piel de escalofrío,
con avaricia de ostra que incuba al mismo tiempo su misterio y el cuchillo final;
tampoco es razonable este iris que tiembla como una flor al borde del abismo,
que destella y se apaga lo mismo que un relámpago de tigres,
que se acerca y se aleja semejante a una selva sumergida en un ala de insecto.
¿Y la pupila, entonces?
¿Quién puede descifrar esta pupila cautiva entre cristales,
este túnel contráctil siempre alerta a la inminencia a solas,
esta palpitación a medias con la muerte?
¡Basta, mirada de fisura, incesante mirada de pólipo en tinieblas!
Es otra vez el mismo tembladeral de aguas voraces,
la misma negra rampa circular que me pierde hacia adentro.
Es otra vez el mismo recinto central adonde caigo
arrastrando un telón sobre la lejanía,
entreabriendo la escena donde los personajes son una sola máscara de Dios.
Es otra vez el mismo centinela que dice que no estoy,
la misma luz de espada que me empuja hacia afuera hasta el revés de mí,
hasta la ciega condena de estos ojos que me impiden mirar
y que sólo atestiguan la división debajo de estos párpados.


en Museo Salvaje (1974)

sábado, 18 de enero de 2020

#OlgaOrozco2020: Aún menos que reliquias




Son apenas dos piedras.
Nada más que dos piedras sin inscripción alguna,
recogidas un día para ser sólo piedras en el altar de la memoria.
Aún menos que reliquias, que testigos inermes hasta el juicio final.
Rodaron hasta mí desde las dos vertientes de mi genealogía,
más remotas que lapas adheridas a ciegas a la prescindencia y al sopor.
Y de repente cierto matiz intencionado,
cierto recogimiento sospechoso entre los tensos bordes a punto de estallar,
el suspenso que vibra en una estría demasiado insidiosa,
demasiado evidente,
me anuncian que comienzan a oficiar desde los anfiteatros de los muertos.

¿A qué aluden ahora estas dos piedras fatales, milenarias,
con sus brillos cruzados como la sangre que se desliza por mis venas?
A fábulas y a historias, a estirpes y a regiones
entretejidas en un solo encaje desde los dos costados del destino
hasta la trama de mis huesos.

Exhalan otra vez ese tiempo ciclópeo en los dioses eran mis antepasados
-malhechores solemnes, ocultos en la ola, en el volcán y en las estrellas,
bajaron a la isla a trasplantar sus templos, sus represalias, sus infiernos-
y también esos siglos de las tierras hirsutas, emboscadas en el ojo del zorro,
hambrientas en el bostezo del jaguar, inmensas en el cambio de piel de la
(serpiente.
Pasan héroes de sandalias al viento y monstruos confabulados con la roca,
pueblos que traficaron con el sol y pueblos que sólo fueron dinastías de eclipses,
invasiones tenaces como regueros de hormigas sobre un mapa de
(coagulada miel;
y aquí pasan las nubes con su ilegible códice, excursiones salvajes,
y el brujo de la tribu domesticando a los grandes espíritus
(como un encantador de pájaros
para que hablen por el redoble de la lluvia, por el fuego o el grano,
por la boca colmada de la humilde vasija.
En un friso de nieblas se inscribe la mitad confusa de mi especie,
mientras cambian de vestiduras las ciudades o trepan las montañas o se
(arrojan al mar,
sus bellos rostros vueltos hacia el último rey, hacia el último éxodo.
Un cortejo de sombras viene del otro extremo de mi herencia,
llega con el conquistador y funda las colonias del odio, de la espada y la codicia,
para expropiar el aire, los venados, los matorrales y las almas.
Se aproxima una aldea encallada en lo alto del abismo igual que un arca rota,
una agreste corona que abandonó el normando y recogieron los vientos
(y las cabras,
mucho antes que el abuelo conociera la risa y los brebajes para expulsar
(los males
y la abuela, tan alta, enlutara su corazón con despedidas y desgastara
(los rosarios.
Ahora se ilumina un caserío alrededor del espinillo, el ciego y el milagroso
(santo;
es polvareda y humo detrás de los talones del malón,
(de los perros extraídos del diablo,
poco antes que el abuelo disfrazara de fantasmas las viñas, los miradores,
(los corrales,
y la abuela se internara por bosques embrujados a perseguir el ave de
( los siete colores
para bordar con plumas la flor que no se cierra.
Y allá viene mi padre, con el océano retrocediendo a sus espaldas.
Y allá viene mi madre flotando con caballos y volanta.
Yo estoy en una jaula donde comienza el mundo en un gemido
( y continúa en la ignorancia.

Pero detrás de mí no queda nadie para seguir hilando la trama de mi raza.
Estas piedras lo saben, cerradas como puños obstinados.
Estas piedras aluden nada más que a unos huesos cada vez más blancos.
Anuncian solamente el final de una crónica,
apenas una lápida.

en "La noche a la deriva" (1983)

viernes, 17 de enero de 2020

#OlgaOrozco2020: Operación nocturna



W. Turner


Alguien sopla.

Sopla contra mi casa una envoltura de cortinajes negros,

una niebla sedienta que husmea como hiena en los rincones,

unas sombras que incrustan trozos de pesadilla en la pared.

Alguien sopla y convoca los poderes sin nombre.

Mi guarida se eriza,

se agazapa en el foso de las fieras,

resiste con su muestrario de apariencias a los embates de la mutación.

Alguien sopla y arranca de sus goznes mi precaria morada,

las maquinarias de su remota realidad.

Ahora es otra y no es y apenas vuelve a ser en más o en menos,

tan amenazadora y tan falaz como una escena blanca espejeando en la nieve

o la ventana que se enciende y se apaga en la espesura del tapiz.

Pero igual la sofocan en su temblor final con una funda helada,

la separan de sus mansas costumbres,

le quitan una a una sus misericordias pertenencias con un duro escalpelo.

La convierten en la trampa feroz sobre las bocas del abismo que viene.

¡Y yo que reclamaba solamente un lugar de pequeñas alianzas como chispas,

solamente un lugar para oficiar la luz en torno de mis huesos!

¿No había para mí nada más que esta cárcel,

estos muros aviesos, fatales hacia abajo,

esta tensa tiniebla que me arroja de subsuelo en subsuelo!


en "Mutaciones de la realidad" (1979)

jueves, 16 de enero de 2020

#OlgaOrozco2020: Cantos a Berenice IX

Ilustración de Gabriel Martino para Cantos a Berenice


Pero salta, salta otra vez sobre las amapolas,
salta sobre las hogueras de junio sin quemarte,
como si supieras.
Asómate otra vez a plena luz por tu sombra entreabierta,
aunque sólo sembremos como niebla rastrera,
como invasión de arañas transparentes,
la sospecha de que somos de nuevo la bruja y la emisaria.
No lamerán tu rastro dos perros amarillos,
ni volarás en nubes erizadas a la fiesta de Brocken.
No tuvimos más búho que la vigilia alerta en el fondo del sueño
ni más sapo lacayo que la ráfaga fría para ahuyentar los duendes.
Nuestra maldita alianza con el diablo
fue el poder del terror contra los roedores inasibles
que excavaban sus trampas debajo de la casa;
nuestra señal satánica,
la misma desmesura en la pupila
para precipitar allí las intenciones de la noche embozada;
nuestro pacto de sangre,
nada más que aquel trueque de enigmas insolubles:
otras nosotras mismas.





en "Cantos a Berenice" (1977) //
"Cantos a Berenice" ilustrado por Martino / En Danza, 2015.

miércoles, 15 de enero de 2020

#OlgaOrozco2020: Penélope


Circe and her Swine / Briton Riviere


Penélope bordaba el periplo de Ulises.
Bordaba con realce el riesgo y las hazañas, la penuria y la gloria.
Recibía el dictado de los dioses copiando su diseño del bastidor de las estrellas
Anudaba los hilos con los años.
Pasaban por el ojo de su aguja el caballo de Troya,
los horizontes indomables - esos que no se someterán jamás al obstinado-,
los cíclopes, los vientos, los frutos que procuran el desarraigo y el olvido,
y punzaba de paso el corazón de otras mujeres, horadaba otras dichas.
Deshacer cada noche su labor equivalía a conjurar la suerte,
era deshilvanar cada aventura, volver atrás las puntadas del tiempo.
También tú, repudiada, bordas ahora el viaje de otro ausente,
infiel como las nubes, fabulador como el artero mar.
Pero bordas en tu favor lo que desdice el eco y recusan las sombras:
islas en vez de cuerpos que se adaptan a la forma cambiante del deseo,
resacas por delirios,
parajes extenuados en lugar de instantáneos paraísos,
tu casa floreciendo en la nostalgia en lugar de una puerta cerrada para siempre.
Querrías imponer tu dibujo al destino,
convertir en destierro y en muralla la ola que arrebatara al inconstante,
amordazar las fauces del oráculo que te condena por su desmemoriada boca.
Pero nunca serás ni siquiera el refugio después de la aventura;
mucho menos el premio de un torneo cualquiera con la muerte.
Porque por esta vez Mercurio no intervino en bien del traicionero.
Otra Circe perversa lo ha convertido en cerdo.

de "En el revés del cielo" (1987)

martes, 14 de enero de 2020

#OlgaOrozco2020: Génesis


Génesis de Odnoder


No había ningún signo sobre la piel del tiempo.
Nada. Ni ese tapiz de invierno repentino que presagia las garras del relámpago quizás hasta mañana.
Tampoco esos incendios desde siempre que anuncian una antorcha entre las aguas de todo el porvenir.
Ni siquiera el temblor de la advertencia bajo un soplo de abismo que desemboca en nunca o en ayer.
Nada. Ni tierra prometida.
Era sólo un desierto de cal viva tan blanca como negra, un ávido fantasma nacido de las piedras para roer
[el sueño milenario,
la caída hacia afuera que es el sueño con que sueñan las piedras.
Nadie. Sólo un eco de pasos sin nadie que se alejan un lecho ensimismado en marcha hacia el final.

Yo estaba allí tendida;
yo, con los ojos abiertos.
Tenía en cada mano una caverna para mirar a Dios,
un reguero de hormigas iba desde su sombra hasta mi corazón y mi cabeza.

Alguien rompió en lo alto esa tinaja gris donde subían a beber los recuerdos;
después rompió el prontuario de ciegos juramentos heridos a traición
y destrozó las tablas de la ley inscritas con la sangre coagulada de las historias muertas.
Alguien hizo una hoguera y arrojó uno por uno los fragmentos.
El cielo estaba ardiendo en la extinción de todos los infiernos en la tierra se borraban sus huellas y sus pruebas.
Yo estaba suspendida en algún tiempo de la expiación sagrada;
yo estaba en algún lado muy lúcido de Dios;
yo, con los ojos cerrados.

Entonces pronunciaron la palabra.

Hubo un clamor de verde paraíso que asciende desgarrando la raíz de la piedra,
su proa celeste avanzó entre la luz y las tinieblas.

Abrieron las compuertas.
Un oleaje radiante colmó el cuenco de toda la esperanza aún deshabitada,
las aguas tenían hacia arriba ese color de espejo en el que nadie se ha mirado jamás,
hacia abajo un fulgor de gruta tormentosa que mira desde siempre por primera vez.
Descorrieron de pronto las mareas.
Detrás surgió una tierra para inscribir en fuego cada pisada del destino,
para envolver en hierba sedienta la caída y el reverso de cada nacimiento,
para encerrar de nuevo en cada corazón la almendra del misterio.
Levantaron los sellos.
La jaula del gran día abrió sus puertas al delirio del sol
con tal que todo nuevo cautiverio del tiempo fuera deslumbramiento en la mirada,
con tal que toda noche cayera con el velo de la revelación a los pies de la luna.
Sembraron en las aguas y en los vientos.
Y desde ese momento hubo una sola sombra sumergida en mil sombras,
un solo resplandor innominado en esa luz de escamas que ilumina hasta el fin la rampa de los sueños.
Y desde ese momento hubo un borde de plumas encendidas desde la más remota lejanía,
unas alas que vienen y se van en un vuelo de adiós a todos los adioses.
Infundieron un soplo en las entrañas de toda la extensión.
Fue un roce contra el último fondo de la sangre;
fue un estremecimiento de estambres en el vértigo del aire;
y el alma descendió al barro luminoso para colmar la forma semejante a su imagen,
y la carne se alzó como una cifra exacta,
como la diferencia prometida entre el principio y el final.

Entonces se cumplieron la tarde y la mañana
en el último día de los siglos.

Yo estaba frente a ti;
yo, con los ojos abiertos debajo de tus ojos
en el alba primera del olvido.

lunes, 13 de enero de 2020

#OlgaOrozco2020: En donde la memoria es una torre en llamas




Noche y sueño por Evelyn De Morgan


No, ninguna caída logró trocarse en ruinas
porque yo alcé la torre con ascuas arrancadas de cada infierno del corazón.
Tampoco ningún tiempo pronunció ningún nombre con su boca de arena
porque de grada en grada un lenguaje de fuego los levantó hasta el cielo.

Nadie se muere aquí.
Una criatura vela
envuelta entre sus plumas de ángel invulnerable
jugando con ayer convertido en mañana.
Vuelve a escarbar con un trozo de espejo los terrenos prohibidos,
la oscuridad sin nombre todavía,
para entregar a cada huésped la llave al rojo vivo que abrirá cualquier puerta hacia este lado,
una consigna de sobreviviente
y las semillas de su eternidad
—un áspero alimento con un sabor a sed que nunca cesa—.

Nadie se pierde aquí.
A la entrada de cada laberinto
la adolescente aguarda con un ovillo sin fin entre las manos.
Otra vez del costado donde perdura el eco,
una vez más del lado que se abre como un faro hacia la soledad,
hay un hilo que corre solamente desde siempre hasta nunca,
que ata con unos nudos invencibles las ligaduras de la separación.
Con ese mismo hilo tejía sus disfraces de araña la impostura
y el estrangulador, noche tras noche, preparaba su lazo mejor para mañana.
Pero ella sonríe aún detrás de su cristal de azul melancolía
escribiendo sobre el vaho de las nuevas traiciones las más viejas promesas
con un tizón ardiendo,
para que nadie pierda la señal,
para que a nadie borre ni siquiera el perdón.

Nadie sale de aquí.
Yo convierto los muros de ansiosas hogueras que alimento con sal de la nostalgia,
con raíces roídas hasta el frío del alma por la intemperie y el destierro.
Yo cierro con mis ojos todas las cerraduras.
No hay grieta que se entreabra como en una sonrisa para burlar la ley,
ni tierra que se parta en la vergüenza,
ni un portal de cenizas labrado por la cólera, el sueño o el desdén.
Nada más que este asilo de paso hacia el final,
donde siempre es ahora en todas partes al sol de la vigilia,
donde los corredores guardan bajo sus alas de ladrones de adiós a todo mensajero del destino,
donde las cámaras de las torturas se abren en una escena de dicha o infortunio que ninguna distancia consigue restañar,
y por cada escalera se asciende una vez más hasta el fondo de la misma condena.

Esta es la torre en llamas en medio de las torres fantasmas del invierno
que huelen a guarida de una sola estación,
a sótano cerrado sobre unas aguas quietas que nadie quiere abrir.
A veces sus emisarios vienen para trocar cada cautivo ardiente por una sombra en vuelo.
Entonces oigo el coro de las apariciones.
Llaman áridamente igual que una campana sepultada.
Zumban como un enjambre elaborando para mi memoria un ataúd de reina helada en el exilio.

Mis días en los otros ya no son nada más que una semilla seca,
un hilo roto,
la irrevocable momia del olvido.

domingo, 12 de enero de 2020

#OlgaOrozco2020: "Botines con lazos", de Vincent Van Gogh

Botines con lazos (Vincent Van Gogh)




¿Son dos extraños fósiles,
emisarios sombríos de una fauna sepultada en un bosque de carbón,
que vienen a reclamar un óbolo de luz para sus muertos?
¿Son ídolos de piedra,
cascotes desprendidos del obraje de los más tristes sueños?
¿O son moldes de hierro
para fraguar los pasos a imagen del martirio y a semejanza de la penitencia?
.
Son tus viejos botines, infortunado Vincent,
hechos a la medida de un abismo interior, como las ortopedias del exilio;
dos lonjas de tormento curtidas por el betún de la pobreza,
embalsamadas por lloviznas agrias,
con unos lazos sueltos que solamente trenzan el desamparo con la soledad,
pero con duros contrafuertes para que sea exiguo el juego del destino,
para que te acorrale contra el muro la ronda de los cuervos.
.
Pero son tus botines, perfectos en su género de asilo,
modelos para atar a cada ráfaga de alucinada travesía,
fieles como tu silla, tus ojos y tu Biblia.
Aferrados a ti como zarpas fatales desde las plantas hasta los tobillos,
desde Groot Zundert basta la posada del infierno final,
es inútil que quieran sepultar tus raíces en una casa hundida en el rescoldo,
en el barro bruñido, el brillo de las velas y el íntimo calor de las patatas,
porque una y otra vez tropiezan con el filo de la mutilación,
porque una y otra vez los aspira hacia arriba la tromba que no entienden:
tu fuga de evadido como un vértigo azul, como un cráter de fuego.

Botines de trinchera, inermes en la batalla del vendaval y el alma:
han girado contigo en todas las vorágines del cielo
y han caído en la trampa de tu hoguera oculta bajo el incendio de los campos,
sin encontrar jamás una salida,
por más que pisoteen esas flores fanáticas que zumban como abejorros amarillos,
esos soles furiosos que atruenan contra tu oreja, tan distante,
perdida como un pálido rehén entre los torbellinos de otro mundo.
.
Botines de tribunal, a tientas en la noche del patíbulo,
sin otro resplandor que unos pobres destellos arrancados al pedernal de la locura,
entre los que hay un pájaro abatido en medio de su vuelo:
el extraño, remoto anuncio blanco de una negra sentencia.
Resuenan dando tumbos de ataúd al subir la escalera,
vacilan junto al lecho donde se precipitan vidrios de increíbles visiones,
trizado por una bala el árido universo,
y dejan caer a lentas sacudidas el balance de polvo tormentoso adherido a sus suelas.
.
Ahora husmean la manta de hiedra que recubre tu sueño junto a Theo,
allá, en el irreversible Auvers-sur-Oise,
y escarban otra tumba entre los andamiajes de la inmensa tiniebla.
Son botines de adiós, de siempre y nunca, de hambriento funeral:
se buscan en la memoria de tu muerte.

sábado, 11 de enero de 2020

#OlgaOrozco2020: Hieronymus Bosch en desusada compañía


El jardín de las delicias (Hieronymus Bosch) -detalle-


¿En qué pactos anduvo?
¿Qué ungüentos o qué pócimas usaron para hacerlo asistir a semejantes ceremonias?
¿Y cuál fue su función entre tantos oficios delicados como propalan los muestrarios?
No la quieta intrusión, el espionaje impune del imaginero.
Porque inmóvil será tal vez la beatitud,
un ángel domesticado por la contemplación de inalcanzables lejanías,
una burbuja azul suspendida en el centro de una esfera donde flotan las almas;
pero el pecado es tormentoso y arrebata en su remolino a quien lo roza.
Sopla y cambia de piel con la velocidad del fuego que devora los mejores propósitos
y no consigue nunca disimular con bellos atavíos el rabo y la pezuña.
Es igual que un color que aúlla entre las flores.
¿Y son ésas las tintas que utilizó Hieronymus?
¿Qué pecados mezcló para alcanzar la negrura de la pesadilla?
De caída en caída sin duda rompió el vidrio, se deslizó en el cuadro
y encontró un buen lugar en la farándula embrujada en medio del paisaje.
A simple vista se diría un taller en el que cada uno está absorto en su juego,
o una feria estival donde compiten ilusionismos y acrobacias,
o acaso un libro de horas en el que se mezclaron al azar las imágenes.
Pero hay algo que chilla como un cerdo al que degüellan en el alba,
algo que huele al filo del cuchillo, al tufo del demonio.
Y he ahí que ahora viene trotando sobre los lodazales con manos y con pies.
Viene con hielo y fuego y todo el sol en contra.
Te orina en la cabeza y tu deseo se convierte en sapo, en lagartija, en perro.
Te poseen engendros extraídos de escandalosas bodas y aberraciones de la especie,
de acoplamientos entre un par de bestias y un utensilio al paso.
Fusiones de ortopedia, vínculos que se anudan por el desencuentro y la tortura,
alimañas que saltan con la presión del vicio embotellado,
espantajos obscenos, prelados crapulosos, fortalezas incombustibles y vampiras,
recreos de verdugos, hopalandas encubridoras y festines de asilo,
orejas inquietantes como esfinges, moradas como fauces, delirios como embudos,
aluviones de cuerpos siempre ilesos para los irisados placeres de la soldadesca.
Otro golpe de llama, otro azote de truenos,
otra capa de sangre sobre el escabroso lema: "castigar deleitándose",
y que siga la orquesta.
¡Ah la contrahecha tentación y su profuso instrumental de amanuense del diablo!
Tienes toda "la triste variedad del infierno" por delante,
y tal como el reverso de la culpa así será la inagotable forma de la pena.
¿Y qué hace ahí Hieronymus, en medio de semejantes hervideros,
con esa cornamusa del color de la fiebre y esa gente girando sobre su cabeza?
¿Es el huésped de honor o el sospechoso anfitrión de la fiesta?
Acaso sea un réprobo cualquiera y pague con oprobios los abusos del yo
invirtiendo la suerte,
transformado a su vez en el hueco trofeo de un sentido,
en el atributo de la supresión, en la esponja que absorbe los excesos ajenos.
Aunque tal vez su alianza sea con las alturas, contra toda esperanza.

Tal vez no rece con el amor ni con la fe, sino con la visión de la condena.

en La noche a la deriva (1984)

viernes, 10 de enero de 2020

#OlgaOrozco2020: Señora tomando sopa




Detrás del vaho blanco está la orden, la invitación o el ruego,
cada uno encendiendo sus señales,
centelleando a lo lejos con las joyas de la tentación o el rayo del peligro.
Era una gran ventaja trocar un sorbo hirviente por un reino,
por una pluma azul, por la belleza, por una historia llena de luciérnagas.
Pero la niña terca no quiere traficar con su horrible alimento:
rechaza los sobornos del potaje apretando los dientes.
Desde el fondo del plato asciende en remolinos oscuros la condena:
se quedará sin fiesta, sin amor, sin abrigo,
y sola en lo más negro de algún bosque invernal donde aúllan los lobos
y donde no es posible encontrar la salida.

Ahora que no hay nadie,
pienso que las cucharas quizá se hicieron remos para llegar muy lejos.
Se llevaron a todos, tal vez, uno por uno,
hasta el último invierno, hasta la otra orilla.
Acaso estén reunidos viendo a la solitaria comensal del olvido,
la que traga este fuego,
esta sopa de arena, esta sopa de abrojos, esta sopa de hormigas,
nada más que por puro acatamiento,
para que cada sorbo la proteja con los rigores de la penitencia,
como si fuera tiempo todavía,
como si atrás del humo estuviera la orden, la invitación, el ruego.

en Con esta boca, en este mundo (1992)

https://www.youtube.com/watch?v=hRbCkle9hu0

jueves, 9 de enero de 2020

#OlgaOrozco: El continente sumergido



Tête penchée de femme (Cabeza pensativa de mujer) Pablo Gargallo.Museo Reina Sofía. Madrid


Cabeza impar,
sólo a medias visible desde donde se mire
y a medias rescatada de un exilio sin fin en la cabeza de la bruma.
Es opaca por fuera,
impermeable al bautismo de la luz,
porosa como esponja a las destilaciones de la noche insoluble.
Pero por dentro brilla;
arde en un remolino de cristales errantes,
de chispas desprendidas de la fragua del sueño,
de vértigos azules que atestiguan que es la tumba del cielo.
Se supone que alguna vez fue parte desprendida de Dios,
en forma de tiniebla,
y que rodó hacia abajo, cercenada sin duda por la condenación
    de la serpiente.
Se ignoran los milenios y las metamorfosis,
las napas de estupor que debió atravesar hasta llegar aquí,
girando como sombra de topo entre raíces,
avanzando después como un planeta ciego
que se condensa en humo, en vapor, en eclipse.
Fue aspirada hacia arriba,
erigida en lo alto de un tronco a la deriva que apenas la retiene,
con dos cavernas sordas para escuchar la voz que rompe contra
    el muro,
con dos estrías vanas para ver desde un claustro la caída,
con un olor de bestia acorralada debajo de la piel,
con un sabor de pan sepultado entre ayunos,
y esta lengua insaciable
que devora el idioma de la muerte en grandes llamaradas.
Cabeza borrascosa,
cabeza indescifrable,
cabeza ensimismada:
se asemeja a un infierno circular
donde el perseguidor se convierte de pronto en perseguido,
siempre detrás de sí, o delante de mí,
que no sé desde dónde surjo a veces, aferrada a este cuello,
sin encontrar los nudos que me atan a esta extraña cabeza.


en "Museo Salvaje" (1974)



miércoles, 8 de enero de 2020

#OlgaOrozco2020: Mutaciones de la realidad







Rosa, oh pura contradicción, voluptuosidad de no ser
el sueño de nadie bajo tantos párpados
Rainer Maria Rilke

¿De modo que la piedra húmeda no contiene agua
y el reflejo en el vidrio no traslada la escena al medio del jardín?,
¿que mi sombra no me precede ni me sigue sino que testimonia por la luz
y un hueso fosforescente no anda en busca de cenizas dispersas
para la fiesta de la resurección?

Es posible, como todo prodigio al que deshojan las manos de la ley.

No niego la realidad sin más alcances y con menos fisuras
que una coraza férrea ciñendo las evaporaciones del sueño y de la noche
o una gota de lacre sellando la visión de abismos y paraísos que se entreabren
como un panel secreto
por obra de un error o de un conjuro.

Pero es sólo un deseo sedentario, como fijar la luna en cada puerta;
nada más que un intento de hacer retroceder esas vagas fronteras que cambian de lugar
-¿hacia dónde? ¿hacia cuándo?-
o emigran para siempre aspiradas de pronto por la fuga de la revelación impenetrable.

Sé que de todos modos la realidad es errante,
tan sospechosa y tan ambigua como mi propia anatomía.

Digo que también ella ha llegado hasta aquí a través de otro salto feroz en las tinieblas,
y guarda, como yo, nostalgias y temores de faunas y floras
como aquellas que trasplantó Hieronymus Bosch desde los depósitos del caos,
adherencias de nubes sobre las cicatrices de las mutilaciones,
vértigos semejantes a un éxodo de estrellas
y raíces tan hondas que sacuden a veces los pilares de este aparente suelo
y atruenan, con su ronco reclamo de otro mundo.

Cautiva, como yo, con las constelaciones y la hormiga,
quizás en una esfera de cristal que atraviesa las almas,
la he visto reducirse hasta tomar la forma del ínfimo Jonás dentro de la ballena
o expandirse sin fin hacia la piel exhalando en un chorro de vapor todo el cielo:
el insoluble polizón a tientas en la sentina de lo desconocido
o la envolvente bestia a punto de estallar contra las alambradas de los limbos.
Y ni en la puerta exigua ni en la desmesurada estaba la salida.

Guardiana, como yo, de una máscara indescifrable del destino,
se viste de hechicera y transforma de un soplo las aves centelleantes en legiones de ratas,
o propone evaporar en sus marmitas todo el vino de ayer y el de mañana
hasta que sólo quedan en el fondo esas ásperas borras que acrecientan la sed
con su sabor de nunca o de nostalgia;
o se convierte en reina y se prueba los trajes de la belleza inalcanzable,
las felpas tachonadas de la lejanía,
que son vendas del olvido,
jirones de mendiga cuando pega su frente a mi ventana,
o desnudez de avara cuando vuelva en mis arcas sus tesoros roídos por la lepra.
Y nunca entenderemos cuál es nuestro verdadero papel en esta historia.

Ajena, como yo, a los desordenados lazos que nos unen
y que ciñen mi cuello con los nudos de la rebeldía, la desconfianza y la extrañeza,
a veces me contempla tan absorta como si no nos conociéramos
y desplaza su alfombra debajo de mis pies hasta que pierdo de vista su aleteo,
cuando no se me acerca con un aire asesino y me acorrala contra mis precipicios
para desvalijarme con sus manos de axfisia y de insanía;
¿y acaso no simula de repente distintas apariencias entre dos parpadeos?,
¿no me tiñe de luto las paredes?,
¿no cambia de lugar objetos y tormentas y arboledas sólo para perderme?
Y apenas si hay momentos de paz entre nosotras.

Precaria, como yo,
aquí, donde somos apenas unos pálidos calcos de la ausencia,
se desdobla en regiones que copian los incendios del recuerdo perdido,
abre fisuras en las superficies como tajos de ciega para extraer el porvenir,
olfatea con sus perros hambrientos cada presagio que huye con la muerte
y eprsigue de mutación en mutación vislumbres que se trizan en alucinaciones.
Y no consigue asir más que fantasmas de la desconocida imagen que refleja.
No, tampoco tú,
aunque niegues tu empeño entre fulgores y lo sepultes entre escombros;
aunque traces tus límites acatando el cuchillo de la pequeña ley;
por más que te deshojes para demostrar
que la rosa de Rilke no encierra ningún sueño bajo tantos párpados.


en "Mutaciones de la realidad" (1979)

martes, 7 de enero de 2020

#OlgaOrozco2020: Lejos, desde mi colina


A veces sólo era un llamado de arena en las ventanas,

una hierba que de pronto temblaba en la pradera quieta,

un cuerpo transparente que cruzaba los muros con blandura

dejándome en los ojos un resplandor helado,

o el ruido de una piedra recorriendo la indecible tiniebla de la medianoche;

a veces, sólo el viento.

 

Reconocía en ellos distantes mensajeros

de un país abismado con el mundo bajo las altas sombras de mi frente.

 

Yo los había amado, quizás, bajo otro cielo,

pero la soledad, las ruinas y el silencio eran siempre los mismos.

 

Más tarde, en la creciente noche,

miraba desde arriba la cabeza inclinada de una mujer vestida de congoja

que marchaba a través de todas sus edades como por un jardín

antiguamente amado.

Al final del sendero, antes de comenzar la durmiente planicie,

un brillo memorable, apenas un color pálido y cruel, la despedía;

y más allá no conocía nada.

 

¿Quién eras tú, perdida entre el follaje como las anteriores primaveras,

como alguien que retorna desde el tiempo a repetir los llantos,

los deseos, los ademanes lentos con que antaño entreabría sus días?

 

Sólo tú, alma mía.

 

Asomada a mi vida lo mismo que a una música remota,

para siempre envolvente,

escuchabas, suspendida quién sabe de qué muro de tierno desamparo,

el rumor apagado de las hojas sobre la juventud adormecida,

y elegías lo triste, lo callado, lo que nace debajo del olvido.

 

¿En qué rincón de ti,

en qué desierto corredor resuenan los pasos clamorosos de una alegre estación,

el murmullo del agua sobre alguna pradera que prolongaba el cielo,

el canto esperanzado con que el amanecer corría a nuestro encuentro

y también las palabras, sin duda tan ajenas al sitio señalado,

en las que agonizaba lo imposible?

 

Tú no respondes nada, porque toda respuesta de ti ha sido dada.

 

Acaso hayas vivido solamente

aquello que al arder no deja más que polvo de tristeza inmortal,

lo que saluda en ti, a través del recuerdo,

una eterna morada que al recibirnos se despide.

 

Tú no preguntas nada, nunca, porque no hay nadie ya que te responda.

 

Pero allá, sobre las colinas,

tu hermana, la memoria, con una rama joven aún entre las manos,

relata una vez más la leyenda inconclusa de un brumoso país.

lunes, 6 de enero de 2020

#OlgaOrozco2020: No hay puertas

No hay puertas

Con arenas ardientes que labran una cifra de fuego sobre el tiempo,
con una ley salvaje de animales que acechan el peligro desde su madriguera,
con el vértigo de mirar hacia arriba,
con tu amor que se enciende de pronto como una lámpara en medio de la noche,
con pequeños fragmentos de un mundo consagrado para la idolatría,
con la dulzura de dormir con toda tu piel cubriéndome el costado del miedo,
a la sombra del ocio que abría tiernamente un abanico de praderas celestes,
hiciste día a día la soledad que tengo.
Mi soledad está hecha de ti.
Lleva tu nombre en su versión de piedra,
en un silencio tenso donde pueden sonar todas las melodías del infierno;
camina junto a mí con tu paso vacío,
y tiene, como tú, esa mirada de mirar que me voy más lejos cada vez,
hasta un fulgor de ayer que se disuelve en lágrimas, en nunca.
La dejaste a mis puertas como quien abandona la heredera
de un reino del que nadie sale y al que jamás se vuelve.
Y creció por sí sola,
alimentándose con esas hierbas que crecen en los bordes del recuerdo
y que en las noches de tormenta producen espejismos misteriosos,
escenas con que las fiebres alimentan sus mejores hogueras.
La he visto así poblar las alamedas con los enmascarados que inmolan al amor
-personajes de un mármol invencible, ciego y absorto como la distancia-,
o desplegar en medio de una sala esa lluvia que cae junto al mar,
lejos, en otra parte,
donde estarás llenando el cuenco de unos años con un agua de olvido.
Algunas veces sopla sobre mí con el viento del sur
un canto huracanado que se quiebra de pronto en un gemido
en la garganta rota de la dicha,
o trata de borrar con un trozo de esperanza raída
ese adiós que escribiste con sangre de mis sueños en todos los cristales
para que hiera todo cuanto miro.
Mi soledad es todo cuanto tengo de ti.
Aúlla con tu voz en todos los rincones.
Cuando la nombro con tu nombre
crece como una llaga en las tinieblas.
Y un atardecer levantó frente a mí
esa copa del cielo que tenía un color de álamos mojados
y en la que hemos bebido el vino de la eternidad de cada día,
y la rompió sin saber, para abrirse las venas,
para que tú nacieras como un dios de su espléndido duelo.
Y no pudo morir
y su mirada era la de una loca.
Entonces se abrió un muro
y entraste en este cuarto con una habitación que no tiene salidas
y en la que estás sentado, contemplándome, en otra soledad
semejante a mi vida.

en Los juegos peligrosos (1962)

domingo, 5 de enero de 2020

#OlgaOrozco2020: Cantos a Berenice III

Gabriel Martino


III

Quiero pensar que no eras la cría repudiada,
hija de gato errante y de gata cautiva
—la pareja precaria, victoriosa en la ley de un solo
    acoplamiento
y sumisa al decreto de algún Malthus tardío que impera
    en el desván—.
Puedo creer que no eras trofeo ni residuo
arrojado al azar desde lo alto de la roca,
ni yo la tejedora que detiene con redes milagrosas el
    vuelo o la caída.
Algo más que piedad, que providencia y desatino
erigió nuestra carpa invulnerable entre las carcomidas
    fundaciones.
Algo que comenzamos a saber entre un plato de leche
y huesos, sólo huesos de desapariciones, tan duros de roer.

en Cantos a Berenice ilustrado por Martino (En Danza, 2015)


sábado, 4 de enero de 2020

#OlgaOrozco2020: Al pájaro se lo interroga con su canto






ph: Vicent Van Zalinge



Hay en algunos ojos esas borras de añil que dejan los crepúsculos
     al evaporarse
–un ala que perdura, una sombra de ausencia–
Son ojos hechos para distinguir hasta el último rastro de la
     melancolía,
para ver en la lluvia el inventario de los bienes perdidos,
así como hace falta un invierno interior
“para observar la escarcha y los enebros erizados de hielo”
dijo Wallace Stevens congelando el oído y la pupila,
convertido tal vez en el hombre de nieve que contempla la nada
     con la nada
y que oye sólo el viento,
sin ningún evangelio que no sea ese sonido único del viento
(aunque tal vez hablara de la más extremada desnudez;
no de la transparencia).
Pero yo sé que cada tiniebla se indaga solamente con la noche que
     llevo,
que la piedra se entreabre ante la piedra
de la misma manera que se tantea el corazón con el abismo.
¿Hay alguna otra forma de asomarse hasta el fondo del subsuelo,
el fondo de otra herida, el fondo de otro infierno?
No hay ninguna otra lámpara para reconocer lo próximo, lo ajeno,
     lo distante.
Lo atestigua la esquiva intención de la rata chillando entre los
     vidrios,
resbalando en la rampa de una impensable luz;
lo proclama la estrella con su remoto código adherido a un temblor,
tal vez a una agonía que ya fue;
lo confirma ese yo que camina contigo y es memoria dondequiera que
     olvides,
y ese otro, inabarcable, centelleante,
que le sale al encuentro bajo el agua de las transformaciones,
y a veces ni es persona, ni color, ni perfume, ni huella de este
     mundo.
Ambos están tejidos con la sustancia misma del silencio.
Se parecen a Dios en su versión de huésped reversible:
el alma que te habita es también la mirada del cielo que te incluye.


de "En el revés del cielo" (1987)

viernes, 3 de enero de 2020

#OlgaOrozco2020: Tierra nueva en crónica vieja





En nombre de mi rey
consagro estos dominios al servicio de su fantasía y de sus ocios
y a la gloria y alabanza de Dios.
Sobre estas posesiones puede haber más de un sol
y en cada sol instauran su brillo fulminante la corona y el trono,
porque así es el poder.
En adelante rige, inapelable, estas tierras sin fin y estos océanos sin estatutos
que forman la dudosa, incomprobable realidad.
Son sitios resbalosos, hechos para el traspié y para la caída;
debajo de cada paso suele haber un agujero.
Son arduos territorios donde todo es posible, salvo la costumbre,
donde cualquier repetición, aún la de abrir puertas a las visiones de Ezequiel
o la de levantarme de mi lecho para que pase un barco,
es fatal advertencia o acosadora pesadilla.
Lo que fue ayer no es hoy y las piedras de hoy no permanecerán hasta mañana,
porque no hay nada estable, ni dicha ni tormenta,
y donde hubo un jardín prosperan como locas las cabelleras de las furias
y donde hubo una hoguera tal vez surja Cartago o los perros de Orión.
No me preocupa levantar la casa sobre ráfagas que huyen,
porque de todos modos cambiará de lugar con cada trueno lo mismo que los pájaros,
aunque sobre mis huesos prevalezcan los rosales silvestres y la araña.
También, también los hombres mudan de piel bajo la garra del relámpago;
son ellos y no son,
como si los hubiera ganado la distancia o invadido otra especie;
a veces se adormecen del lado del amor y despiertan del lado del encono;
a veces se evaporan cuando llegan, crecen cuando se alejan.
Algunos precipicios persiguen al viajero, lo aprisionan en su estuche de hierbas;
otros toman la forma de una herida anterior,
de una larga fisura por la que se puede contemplar el infierno.
Traidoramente bellas son la fauna y la flora, hechas de terciopelo y pedrería
o esculpidas en el humo  y la niebla,
pero siempre dispuestas al asalto, al estrangulamiento y al veneno.
Este reino es esquivo, soluble y engañoso como ciertos cristales en el atardecer.
Hay rincones que vuelan, poblaciones arrancadas de cuajo,
praderas que caminan hacia el mar con sus hormigas y con sus antorchas,
pero nada es indemne bajo la mordedura de la herrumbre
ni el tajo de los años.
Aquí los habitantes y las cosas son fantasmas: como llegan se van.
Yo le pido a mi Dios una sola certeza:
que no despierte ahora ese rey que me sueña.


en "En el revés del cielo" (1987)

jueves, 2 de enero de 2020

#OlgaOrozco2020: Cantos a Berenice XI





¿En qué alfabeto mítico aprendiste a interpretar los símbolos?
¿Qué fábulas heroicas te enseñaron?
a sitiar los aviesos anuncios con el foso de la monotonía
y a clavarles después el puñal del relámpago?
Tu poder era el poder de la distancia
que con un golpe cierra su abanico y expulsa al invasor.
Horas que fueron años alertas como lámparas,
pacientes como estatuas frente a huéspedes que vienen y se van.
Tú, inmóvil, sumergida en dorados invernáculos,
en visiones letárgicas bordadas por la conspiración del sol y sus oleajes,
acechabas un flanco con repentinas rayas de leopardo,
la música irisada de un abejorro ciego taladrando de pronto todo el cosmos,
para hacer estallar bajo un solo zarpazo sus amenazadoras maquinarias.
Así pudiste un día replegar el espacio
y descubrir en el fondo de mi corazón alguna sombra intrusa entre las sombras,
o adivinar qué oculta telaraña tejían, destejiendo, mis tejidos,
o qué vetas aciagas fraguaban bajo mi piel un mármol implacable
y escarbaste, escarbaste con felpas y pezuñas hasta arrancar el mal
como una perla negra que se disuelve en polvo,
en nada.
Yo te pregunto ahora, entre nosotras,
¿era realmente nada?
¿O atesoraste acaso una por una esas cuentas sombrías
y enhebraste un collar que se hizo nudo en torno a tu garganta?



en "Cantos a Berenice" ilustrados por Martino (Ediciones en Danza, 2015)