sábado, 10 de octubre de 2015

Ella cantaba (Leonardo Martínez)

Con su habitual generosidad, el querido poeta Leonardo Martínez comparte con nosotros este poema sobre su amiga Olga Orozco.



Leonardo Martínez



Ella cantaba



Cuando la poeta cantaba tangos
y la poesía al fondo de sus ojos
era una ronca dulce queja
una imprecación  un desvarío
y la pampa atravesaba  su mirada
de lanza
               de rifle
                            de galope tendido hasta los toldos
porque La Fantasma se agitaba
para estarse luego quieta
y profetizar con ademán magnífico
una estampida de voraces y sonoros versos
de un libro torrentoso
que cantaba
                       callaba
                                    escribía
con una tinta que sangraba el horizonte
en atardeceres de niñez feliz
para después vestirse de amor


y amar desde una vestidura cosida
con relámpagos y pedazos estremecidos
de Oskar de Lubicz Milosz
y del mejor Rilke
mientras su cabellera y sus largas piernas soleadas
y sus pies calzados con sandalias de viento
se adueñaban de la noche
y la noche era el mar
la gran ansia que reúne todas las ansias

                                                                      
28-XII-1998


Leonardo Martínez

Recomendamos el dossier sobre el poeta de la revista El vendedor de tierra preparado por Alejo González Prandi

http://elvendedordetierra.com/category/dossier/leonardo-martinez/

miércoles, 22 de julio de 2015

Para ser otra (Olga Orozco)




.
Una palabra oscura puede quedar zumbando dentro del corazón.
Una palabra oscura puede ser el misterio de otros nombres que tuve.
Una palabra oscura puede volver a levantar el fuego y la ceniza.
.
“Matrika Doléesa,
llora por mí.
Matrika Doléesa,
vuelve por mí.
Ven a buscar el ascua del esplendor
sepultada en mi mano”.
.
Y unas ramas sobre la cabeza bastan
para desenterar una reina borrada por la plumas de un dominio salvaje.
Conservo de ese tiempo el tatuaje que deja una sombra de triste idolatría en todo cuanto toco,
una respiración de plantas sofocadas que exhalan un veneno semejante al sueño,
el puñado de piedras siemprevivas donde hierve la sangre de mis antepasados,
un poder en tinieblas encerrado por el vuelo de un pájaro
y esta máscara fúnebre que avanza desde el fondo de mi rostro cuando nadie me mira.
Entre las ceremonias del amor
ninguna comparable al matrimonio del sol y de la luna.
El sabor de los días es como un talismán que preservara del gusto de morir,
y el éxtasis y el pavor son como dos tormentas que vienen y se van
llevadas por el bostezo de una larga, larguísima pereza.
.
“Matrika Doléesa,
no llores por mí.
Matrika Doléesa,
no vuelvas por mí.
Rompe el cristal del invierno
donde guardas mis lágrimas”.
.
Y desde no sé dónde, los cabellos llorosos
anudados por unas cintas grises que despliegan un viaje de huérfana en la lluvia
vuelven con el color de la nostalgia.
He guardado ese rostro como de ramo hallado en una tumba,
un pedazo de vidrio para verme pasar embalsamada delante del cortejo de lo que nunca vuelve,
y las historias del amor o del miedo
labradas por el llanto sobre unas piedrecitas que señalan mi descenso al olvido.
Alguien llama a veces desde una casa que hunde sus raíces de arena en la distancia que llamamos nunca,
y otras veces despierto en mi memoria con el olor de los países donde nunca estuve.
Porque mi exilio está conmigo.
Cuando me alejo crezo, como las catedrales.
Quienes más me conocen me recuerdan como a una bujía apenas entrevista detrás de una ventana,
o las aparecidas que surgen desde el fondo del estanque en su ataúd de hierbas,
y llaman desde el costado de la luz a ciegas,
llaman.
.
“Darvantaran Sarolam,
junta nuestros despojos.
Darvantaran Sarolam,
búscanos la salida.
Toma el grano de trigo funerario,
tómalo desde el fondo de cada eternidad.”
.
Entonces, la que no duerme en mí
levanta la cabeza de sonámbula como una luminaria entre las colgaduras de la fiebre.
Siempre este gusto a sed,
esta mano que incendia con mi mano las grandes asambleas de la sombra,
esta mirada que no ve para mirar mejor debajo de las aguas.
Yo escarbo en mi memoria otra memoria como un desván en llamas
donde se ocultan cifras entretejidas con molduras,
enigmas disfrazados de falsos personajes de la ley,
revelaciones encubiertas con ropones de hiedra, entre restos de espejos,
poderes enmascarados por la promesa de la muerte.
Todo arde aquí, inmóvil en su envoltura inalcanzable.
Y alguien da la señal.
Las aguas suben en una estría azul que rompe las paredes.
Voy a poder mirar.
Voy a desenterrar la palabra perdida entre las ruinas de cada nacimiento.
.
¿Y este nombre secreto con que me nombran todos y se nombran?
Ya soy ajena en mí,
pero es este mundo entero quien emigra conmigo
como un solo organismo arrebatado de cada cautiverio, de cada soledad,
por esa bocanada de las grandes nostalgias.
Y de pronto, ¿este desgarramiento,
esta palpitación en medio de la noche que corta su atadura en la vena más honda de la tierra,
este fondo de barca que asciende sobre un lecho de plumaje celeste,
este portal aún entre la niebla,
este recuerdo del porvenir desde el comienzo de los siglos?
¿Quién soy? ¿Y dónde? ¿Y cuándo?


en  Los juegos peligrosos (1962)

domingo, 17 de mayo de 2015

Ceremonia nocturna / sobre textos de Olga Orozco en junio en el CCC


Yo somos tú (monólogo) Olga Orozco





"A mí me encana la transmigración." Entendámonos bien. No se trata de andar de tierra en cielo, como ráfaga errante, desechando un cuerpo, cerrando con un golpe las ventanas de cualquier biografía, para después colarse de un soplo en otro cuerpo y en otra biografía, y volver a salir definitivamente. Yo prefiero no dejar residuos, ni ropajes vacíos, ni corazones rotos, ni esperanzas de encuentro para el día de la resurrección. Prefiero estar aquí, en unidad de tiempo y de lugar. Prefiero probarme caras sobre esta sola cara. Prefiero animar toda la historia universal sin apagar mi historia. A puertas cerradas, a nombre fijo y aun a días contados, prefiero entreabrir otras puertas, multiplicar los nombres, extender días a siglos. Mis territorios crecen de este modo de manera incalculable. Y los llevo conmigo. Los pliego, los despliego, los torturo, los siembro, los recorto, los trituro, los mezclo, los devoro, los exhalo, y si quiero los pliego una vez más, los estrujo en la mano y los dejo caer entre los dedos. Así, naturalmente, sin mirar hacia atrás. La geografía no tiene exigencias para mí: aplano las montañas, desvanezco los mares sin contemplaciones, cambio de sitio las ciudades, desvío el curso de los ríos para poder pasar. Y hasta hago surgir los continentes desaparecidos y aparecer, de pronto, los que nunca estuvieron. La zoología no se me resiste. Paso sin transición de perro a lobo, de tigre de Bengala a colibrí, de cordero pascual a martín pescador. Me visto y me desvisto de plumajes ardientes a púas erizadas, de terciopelos suaves como el ocio a escamas para encubrir la tentación. La mineralogía no es impenetrable, salvo cuando se trata de disolver ideas fijas y conciencias de falso cristal. Con la botánica me desperezo, me alargo, me desplazo, llego furtivamente hasta otro pecho, me adhiero al corazón. Pero  de todas las prolongaciones me quedo con los brazos abiertos y las piernas sin fin y los pies bien adentro de otros pasos; de todas las cortezas, ninguna más fija y más cambiante que la piel; de todos los lenguajes elijo el de la lengua intercambiable; de todos los verbos inmanentes o manifestados elijo el de vivir mi vida en otras vidas, en todos los tiempos,, en todas las personas, en todas las conjugaciones y géneros y números y aumentativos y partitivos, bajo todos los regímenes y en todas las posibles concordancias y disonancias. Encarno todos los cortejos del pasado y los séquitos del porvenir, fluyendo, refluyendo hacia un punto central —mi propia anatomía— que arde como un carozo incandescente. Por ejemplo esta mano insensata incendia Roma y las llamas la acechan, la siguen, la persiguen, la alcanzan, la consumen en la hoguera que convierte en cenizas la grisácea envoltura que envuelve a Juana de Arco, cuya llama inextinguible se reaviva en la tea del bonzo, que clama todavía con la voz de Babel, con la voz que clama en el desierto, con la voz desgarrada de Edith Piaf, con la voz de una negra que canta cuando una negra canta de la cabeza hasta los pies, pies desnudos, ligeros, pies de Aquiles, talón y punta, punta y talón vulnerable huyendo con las suelas al viento de Rimbaud, esparciendo a los vientos la ceniza incestuosa de Lord Byron mezclada a tanta arena de la playa, arena color de miel que raspa la garganta por dentro y por fuera, donde están señaladas en Ana Bolena y en María Antonieta las dos líneas de puntos por donde se debe cortar, y la cabeza rueda hasta el regazo de Judith y se adelanta a la cabeza de Goliat, y rebota, rebota como un gran sol decapitado en la cabeza neblinosa de la creación, pendiente siempre de ese hilo que se ajusta de pronto en torno a la garganta de Nerval y la exprime hasta lograr el dulce arrullo de alondra de Julieta o el aullido desaforado de Madame Rolland: "Libertad, cuántos crímenes se cometen en tu nombre", "J'écris ton nom, Liberté", "Liberté, liberté chérie", "Oíd el ruido de rotas cadenas, libertad, libertad, libertad", "para todos los hombres libres que quieran habitar el suelo" y el subsuelo, hacia donde corre la sangre de Rosa Luxemburgo salpicando el diario de Ana Frank, empujando la sangre de Abelardo que brilla en lentejuelas sobre las cartas mutiladas de Eloísa, sin hallar la salida, como la bala que penetra en la sien de María Vetsera en aquella madrugada color de ostra que se cierra, color de garza que no quiere mirar cómo cae al encuentro del cisne negro Jeanne Modigliani, o cómo se precipita bajo el tren el vestido flotante de Ana Karenina, una cinta anudada a una rueda, a otra vuelta de rueda que gira con la gasa, y gira una vez más, anudando quizás el último recuerdo de Isadora Duncan, que se triza como un espejo al caer contra el espejo donde se abren las aguas rescatando el sombrero abandonado de Virginia Woolf, el cuerpo abandonado de la desconocida del Sena, y así sucesivamente, por ejemplo. Nada más que un ejemplo que equivale a dormirse en Juan y despertarse en Pedro o en María. Sin borrar este yo siempre latente o siempre a punto de aparecer o siempre a punto de desaparecer entre telones, como un río que arrolla las grandes llamaradas de la pasión, las enormes burbujas que ascienden desde las bocas mudas de tantos personajes, las luces y las chispas y las ráfagas de polvo luminoso con que perduran héroes y heroínas, como relámpagos, como chorros de estrellas que se rompen contra la faz del mundo. ¡Ah, el presente transitivo, tan simultáneo y múltiple! Yo somos tú, él son vosotros, ellos sois nosotros, desde todos los siglos por los siglos. Amén.


El humo de tu incendio está subiendo (Pieza en un acto) Olga Orozco


Homenaje (Y el humo de tu incendio está subiendo y yo somos tú)
 / Grupo Torre / Córdoba 2009




(Pieza en un acto)
(A partir de unas anotaciones de Antonin Artaud)
(Fragmentos)
Ha aparecido en el cielo un fenómeno luminoso inexplicable ir provoca Oda clase de interpretaciones y controversias. El acontecimiento es alarmante y amenazador. La gente permanecen vela, fuera de sus casas o en las ventanas, contemplando el lelo, a la espera de las consecuencias.

ESCENA II

(Entran los canillitas, cada uno por un lado. Gritan sus, pregones corriendo como en un ballet, cruzándose en transversal, en diagonal, desde el foro al proscenio y viceversa.)
Canillitas: ¡Ultimas noticias! ¡Ultimas noticias! Voces: ¿Las últimas, ya? No, no puede ser. ¡Las últimas no! ¡Todavía no! Un día más. Unos minutos más. Hay gente que tiene que nacer, que tiene que morir.
Canillitas: El Gran Jefe hablará con el pueblo a la cero hora. (Suspiros y exclamaciones de alivio y ruido de fuelle que se desinfla, entre los presentes.) A la cero hora.
Voces: ¿Quién? ¿Qué hora es? ¿A qué hora es la cero hora? ¿La hora de dónde?
Canillitas: Se decreta el estado de suspensión. La asamblea pro-clama la igualdad entre el día y la noche.
Voces: Muy bien. ¿Qué más da? Demagogia. ¡No, no, la noche, solamente la noche! ¿Y la luz? Canillitas: Noticias del exterior: el fenómeno es local en todas  partes. ..
Voces: No estamos solos. No hay desgracia completa. Hay otros, ellos y nosotros.
(Se oyen campanadas incontables, en todos los tonos, y un ruido de despertador con una magnitud que haría estallar los resortes y los tímpanos. La pantalla del fondo, que actúa a manera de inmenso televisor, se ilumina para la proyección. El Gran Jefe aparece parcialmente a medida que habla: boca, ojo, nariz, oreja, pie, manos. Nunca se lo ve por entero. Con las manos ¡untas, los pulgares unidos, en ademán y tono típicamente demagógicos:)
Gran Jefe: ¿Y bien? (pausa estratégica). Ciudadanas y ciudadanos: aquí estoy. En este momento soy un compañero más, dispuesto a luchar con ustedes contra el enemigo común. ¿Quién es este enemigo? Tal vez un ismo nuevo, tal vez una combinación de ismos conocidos. Regionalismo, ostracismo, absolutismo, han derivado siempre en cataclismo. Tenemos antecedentes ejemplares. (La imagen cambia. Se proyecta un ataque aéreo, la erupción de un volcán, el terremoto de San Francisco, los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, etc., sobre las palabras que continúan.) El gobierno no escatimó nunca esfuerzos para ponerles un nombre. Sabemos que el nombre es la mitad de una batalla. El nombre designa sin posible error a nuestros contrincantes más encarnizados. ¿Y qué? ¿No los vencimos? ¿No los estamos contemplando? (Vuelve trozo de cara.) En esta hora confusa, vocales y con-sonantes aún no identificadas conspiran en la sombra y a pleno sol contra nuestros derechos más sagrados. Pero las descubriremos. Pueden estar seguros. Los organismos oficiales trabajan sin descanso en esta dificilísima tarea: desenmascarar el nombre, aislar sus elementos y destruir uno por uno sus timbres y sus resonancias hasta la total aniquilación ... El nombre está entre nosotros. Puede esconderse en el bolsillo de un niño, en la amnesia de un anciano y hasta en el recinto interior de cada uno. Pero estemos tranquilos: el nombre será denunciado o se denunciará por sí solo. No tenemos nada que temer. Nuestra bandera nos protege. Agrupémonos debajo de sus pliegues y unamos nuestros corazones en un himno de paz y de amor.
(La imagen se borra en la pantalla, mientras la escena gira y muestra la plaza principal. . . Entran los personajes apresurados, silbando, y se ubican en la plaza, frente a los balcones del Municipio.)

ESCENA III

(Se abre el balcón principal en el frente del edificio. Se oyen tres golpes de bastonero y aparece el Gran Husmeador. Se abren simultáneamente los dos balcones de los costados; seis golpes, y aparecen el Gran Visor y el Gran Oidor. Los tres llevan máscara, con nariz, ojo y oreja inmensos, respectivamente. Están subidos sobre zancos y hablan con voces deformadas, nasales, atipladas, roncas, sibilinas o melifluas.)
Gran Husmeador: (Olfatea el aire, hacia arriba, con un ronquido: snif, snif.) Señores, en virtud de nuestras especializaciones respectivas, cuyos méritos están a la vista, hemos sido llama-dos para revelar la verdad.
Gran Oidor: La duda.
Gran Visor: La nada.
(Cada uno protesta contra el otro. Silbatina general en la que se oye "Confundir al pueblo", "Otra vez", "Fraude", "Hasta cuándo", "Basta", "Desorientación general", "Mentira", "Abajo las plataformas electorales",. etc.)
Gran Husmeador: (Imponiendo silencio con un fortísimo ronquido.) La verdad es que la verdad no siempre huele bien, nada bien. La tengo aquí. (Se señala la nariz. Todos olfatean en esa dirección.) La huelo. Pero es indefinible, incomunicable,   intransferible , de persona a persona y viceversa.
(Murmullos de aprobación y de desaprobación.)
Gran Visor: (Que ha mirado minuciosamente hacia la nariz del Gran Husmeador y después hacia lo alto.) No hay nada. No hay ni asomo de verdad. He mirado bien. He forzado la vista hasta su máxima posibilidad de dilatación. Y nada. Ninguna verdad. Nada más que símbolos de símbolos para encubrir la nada.
(Se oyen algunos " iNo! , como de gentes que han sido alcanzadas por una puñalada y algunas vehementes afirmaciones.)
Gran Oidor: Calma, señores. Tal vez sí, tal vez no, tal vez ambas cosas, o ninguna de las dos. Estamos en el universo como de oídas y no sabemos de dónde venimos ni adónde vamos. Y quizás esta duda nos persiga hasta el final, si hay un final. (Murmullos de aprobación y de desaprobación.)
Gran Husmeador: ¡Basta! Digo que la verdad de allá (señala ha-cia lo alto, hacia "eso") llega hasta aquí. La tengo en la nariz. La respiro, la filtro, la incorporo, la transporto, la vivo, pero no la puedo trasmitir. El que tenga nariz que huela, sin prejuicios ni preconceptos, sin temor a las emanaciones del porvenir.
Todos: (Huelen con distintas expresiones y reclaman con tonos diferentes.) ¿Qué olor tiene? ¡El olor! ¡El olor!
Gran Husmeador: (Como en una ensoñación, inspirando y espirando en fuertes ráfagas.) Es sutil, es acre, es penetrante, es peligroso, es nauseabundo. (Continúa con esfuerzo, semejan-te a un alucinado.) El acero y la sangre, la pústula y el fuego. (Pausa. El mismo juego, más intenso.) Y la bestia en la trampa, y el vaho del ayuno y la Mordedura de una gran soledad. (Gime y llora.) Y después, después, algo como una mezcla, todo igual (Sonríe.), una masa de humo que se desprende del mismo incendio. (Con enorme regocijo:) Fiesta. Milagro. Todos somos uno. (Aplausos.)
Gran Visor: (Impaciente:) Bah, bah, bah. ¿Adónde va a llegar? ¿Es más rápido que la luz? (Tajante.) Hipótesis. Falacias. Perturbaciones. (Su ojo se va encendiendo, cada vez más intenso.) No hay nada. Absolutamente nada. Ni una hormiga. Ni antes, ni ahora, ni después.
Todos: (Miran, como él, hacia arriba.) ¿Cómo es? ¿Qué se ve?
Gran Visor: Niebla, burbujas, imágenes ilusorias, proyecciones del miedo o de la esperanza, volatilizaciones sin sentido, absurdas alteraciones de la materia, fuerzas caóticas que nos aspiran, que nos reabsorben en la nada primordial. (Aplausos y comentarios.)
Gran Oidor: (Burlón, a uno y otro:) Ajá, ajá, ajá. El señor huele lo que no se huele, el señor ve lo que no se ve. Pero yo ¿oigo o no oigo? (Se tapa la oreja.) Y este ruido aquí dentro, ¿qué es? ¿La música de las esferas? ¿El vacío total? (Se destapa la oreja. Se oye un ruido de secreteo y de murmullos ininteligibles.)
Todos: (-Escuchando hacia lo alto.) ¿Qué se oye? ¿Qué es? ¿Qué es?
Gran Oidor: ¿No será la suma o a lo mejor la resta de todas las contradicciones, las afirmaciones y las negaciones? ¿No será una cuerda que oscila, que vibra, que se rompe, que no se rompe? ¿No será que no es posible estar seguro d la res-puesta, por mucho que agucemos, que afinemos, que estiremos los sentidos hasta hacerlos pasar por el ojo de una aguja? (Comentarios.)

ESCENA IV

(El escenario ha quedado desierto. Los ruidos cesan y se con-vierten en el sonido de remos en el agua. La luz es suave y azula-da. Aparece la Muerte. Es una dama veneciana, con encajes y antifaz. Avanza como si el suelo se deslizara, girando con movimientos de muñeca mientras canta. A los costados de la sala se proyecta una película de agua que corre hacia atrás, dando la impresión de que el público se adelantara.)
Muerte: ¿Soy yo quien va o eres tú que vienes? / Oigo escarbar debajo de tu lecho, / veo la telaraña en que te enredas, / siento la ráfaga que nos anuda / desde tu pelo frío hasta mis dientes. / ¿Soy yo quien va o eres tú que vienes? / Apenas te conozco desde afuera. / Hemos andado juntos a tientas, / sólo a tientas, / compartiendo la sopa de guijarros,/ antor-chas y trofeos, / el oro del otoño acumulado bajo las alas de la primavera. / ¿Soy yo quien va o eres tú que vienes? / No me mires así, como si fueran mías las tinieblas, / o pudieras huir por otras puertas / dejándome en las manos tu coraza desierta, / como si fuera el último traje que abandonas / después de tantas pruebas. / ¿Soy yo quien va o eres tú que vienes? / Soplo sobre tus ojos para que te despiertes / en este insomnio con que yo te sueño.

ESCENA V

(Aparecen letreros luminosos o proyecciones errantes que dicen PESTE. Los personajes irán surgiendo de sus escondites. Los síntomas de la peste ofrecen las características más diversas, inclusive ninguna: cabezas de globo, de pescado, de caballo, de manzana; cuerpos de asno, de gusano, de piña, de maniquí; manos enormes, tentáculos, patas de palmípedo, colas, alas, escamas, fosforescencias, etc.) (El hombre con Cabeza de Globo sale a la calle, vacila, mira en todas direcciones... Aparece en una puerta, frente a él, un hombre con Cabeza de Pescado y pies de palmípedo.) Globo: (En voz baja.) ¿Cuándo fue? Pescado: (También como en secreto.) ¿Qué importa cuándo fue? Lo importante es que es y no dejará de ser. Globo: (Ansioso.) ¿Por qué? (Señala hacia "eso", en lo alto.) ¿Crees que no se irá? Pescado: (Negando con desesperanza.) Se irá, pero nosotros nos quedaremos. (Otros se han asomado a las ventanas. Otros bajan a la calle y hablan, distantes. Se forman grupos.)
Cuerpo de Pájaro: (Se acerca desde el fondo, casi corriendo, agitado.) Todos. No falta nadie. Y hasta parece que alguno es más de uno.
Globo: (A Pescado.) ¿Y éste quién es?
Cuerpo de Pájaro: ¡Juan, por Dios!, soy el que menos ha cambiado.
Mano Grande: (Cruzando la calle.) El que menos ha cambiado soy yo.
Globo: (Tocándolo en distintas partes.) A ver. Algo debes de tener.
Mano Grande: (Saltando hacia atrás.) No me toques. No me contagies.
Globo: (Ha descubierto las manos grandes.) ¡Estúpido! ¿Quién a quién?
(Las mismas reacciones se producen en otros grupos. Se  miran con recelo, con curiosidad, con asco. Se rechazan, se dan la espalda.)
Cabeza de Caballo y Cuerpo de Caracol: (Son los canillitas. Aparecen corriendo, con diarios bajo el brazo. Cruzan la escena en todas direcciones, gritando.) Más noticias. La peste no tiene fronteras. Las patrullas médicas continúan el empadronamiento. Nadie se esconda. Los culpables de contagio serán castigados. Los prófugos también. Más noticias. No hay noticias del cielo. (Salen.)
Unos y otros: ¿Y ahora qué pasará? ¿Alguien lo sabe? El hospital. El campo de concentración. El leprosario, El destierro. La cámara de gas. El fusilamiento. La escuela de rehabilitación. La fosa común. ¿Y qué pueden hacer los médicos? ¿Y a ellos quién los empadrona?... No son médicos para curar; son miembros del Santo Oficio. O fiscales biológicos.
(Suena una campanilla que se va acercando. Los grupos se desparraman en todas direcciones como ráfagas. No queda un alma. Llegan dos médicos con ropones encerados y caretas de pájaro, como los de la peste en Marsella en 1720. Llevan brazaletes con una cruz negra. Despliegan una mesa y dos sillas, extienden rollos de papel y agitan la campanilla. Silencio. Nadie acude.)
Médico uno: No saldrán. Se esconden como ratas. Procedamos.
Médico dos: ¿Otra vez?
Médico uno: Sí, otra vez. Siete veces setenta. Es la orden, ¿no?
 Dos: Me gustaría saber para qué.
Uno: No lo preguntes. En cuanto lo sepas serás culpable de crueldad.
Dos: ¿Y ellos de qué son culpables? ¿De obediencia? ¿De permeabilidad?
Uno: Mira, te lo explico por última vez. (Señalando hacia arriba:) Allá se produce una aparición fulgurante, (hacia abajo) y acá una subversión de la materia. Existe una más que sospechosa afinidad entre ambos fenómenos, como la que existe entre el sarampión y la inocencia, entre la sífilis y el pecado.
Dos: Pero ellos no han subido y nadie ha bajado. No ha habido acuerdo.
Uno: Ha habido un acuerdo imponderable, como en toda fatalidad. Y se acabó. No me comprometas más. Cada uno a su papel. Si no quieres aceptar un orden superior que te exime; allá tú. Mucho peor para ti.
Dos: No me acuses, no me interpretes mal: acepto, acato, contribuyo, secundo, asisto, me someto, me flexiono (bajando la voz) pero a veces reflexiono.
Uno: Mal hecho. Adelante.
(Se dirigen con firmeza a una de las puertas. Golpean. Nadie)

en “Páginas de Olga Orozco seleccionadas por la autora”. Editorial Celtia. Buenos Aires 1984
(La obra obtiene el Premio Municipal de Teatro en 1972, p

lunes, 6 de abril de 2015

Edición ilustrada de Cantos a Berenice (Olga Orozco / Ediciones en Danza 2015)



Compartimos con ustedes la alegría de reeditar con Ediciones en Danza, 38 años después de su primera edición, "Cantos a Berenice" de Olga Orozco.
Los 17 poemas que Olga dedicara a su amada gata Berenice ilustrados en acrílico sobre papel por Gabriel Martino en una edición especial de la Colección Kern.
Sueño cumplido!!!



domingo, 15 de febrero de 2015

No te pronunciaré jamás, verbo sagrado, aunque me tiña las encías de color azul (Tina Escaja)

                                                                               Tina Escaja




El lugar es aséptico y ruidoso. Sirven comida rápida a la miríada de almas tras el cine, los escaparates, las salidas de miércoles por la noche en Buenos Aires. Me distrae una pareja enamorada y joven, la falda corta y el cabello perfectamente liso y precipitado sobre la curva del brazo de él. Vuelvo al hechizo Orozco: Con esta boca, en este mundo, creando una burbuja de insomnio y vuelo sobre mí misma, de verso desbordado. Cómo poder nombrar. Mañana subiré los peldaños, ¿o habrá ascensor? al ático donde habita Olga Orozco, donde me espera en una cita segura y perentoria. No sabré qué decirle, protesté a medias a la dádiva del encuentro. No sabré cómo… mirarle a los ojos. Ahora sólo gestos, desde esta burbuja de talismanes y hechizos, me aventuro en el poema horizontal, precipitado, como el cabello de ella sobre el brazo? de él. Julieta suspendida del canto del ruiseñor hasta el veneno. Se busca el verso-Orozco tras las esquinas, en los espejos, en la indecible memoria de él, exquisito cadáver mutuo compartiendo portada. ¿Cómo acertar contigo? 

Y yo, procurando a mi vez hallarme en el disfraz de poemas, perdida o apuntalada en el corazón de una ciudad extraña e inmensa a la búsqueda de nombres que me nombren, de cifras por descifrar. Todo y huida o circunvalación. Olga Orozco en el principio de una tesis sin resolver, o resuelta de lado. Recién llegada al «mutilado universo» de la profesión, me aventuro en el sur, perseguida de inviernos. Subo a la cita. Me abren los ojos enormes y claros de Orozco a mí pequeñez que se me antoja extrema.

no te llego a los ojos, no trasciendo la sombra y me rechaza tu estatura.

Tú estás en todo tiempo, y yo casi en ninguno. 

No acierto a las palabras, y me quedo apretada y tonta contra el mullido sillón, enorme como sus ojos, atorado de flores y de gestos furtivos. Olga, mullida y bella, habla y ofrece té, me cuenta historias sobre París, ausculta con inteligencia amable mi parquedad de acólito. Y yo me aventuro al halago torpe de sus poemas, de los círculos que me atrapan en inquietudes y retos.Pero mal, porque su presencia lo llena todo como el frondoso jardín o selva que ocupa la baranda toda del departamento, y en pleno Buenos Aires. Un loro pronuncia nombres, verde, el eco de consonantes, musa quizás indagadora y profeta Orozco. El té se enfría en la taza grande de porcelana. Le extiendo el libro impregnado de apuntes y ecos de enamorados, de versos precipitados, un último encuentro acaso, un roce que nos duplique, esa doble moneda para poder pasar a uno y otro lado. Olga abre con ceremonia y hábito su último libro de versos y escribe: 

Para Tina que descifra los signos, 

Olga Orozco, 



1° de junio, 1995




en "Olga Orozco, territorios para una poética de fuego" Inmaculada Lergo Martin (coord.) Universidad de Sevilla, 2010

A cada uno su espejo de palabras (María Rosa Lojo)



                                                                          María Rosa Lojo


Conocí personalmente a Olga Orozco en 1984. Fue en una circunstancia de fiesta para mí, porque ella formaba parte del jurado que me otorgó el Primer Premio de Poesía de la Feria del Libro de Buenos Aires, junto Alberto Girri y José Isaacson. Que Orozco fuese jurado de un concurso en el  que yo participaba y que además decidiese otorgarme el Premio, era, simplemente, un regalo soñado. Algo extraordinario que se había hecho realidad. La alegría fue aún mayor porque se trataba de mi primer libro de creación artística que iba a publicarse, gracias al premio, y porque los textos que había presentado al concurso eran raros, desusados por lo menos para la tradición poética argentina, difícilmente encasillables; yo los llamaba «poemas en prosa», aunque hoy día, teóricos del género breve como Francisca Noguerol , prefieren considerarlos como microficciones líricas. Pero la denominación era y es lo de menos. Lo importante, lo maravilloso, consistía en que Olga Orozco los hubiese convalidado con su aprobación. No empecé a tratarla inmediatamente, con todo, a partir de ese concurso. Mi vínculo con ella comenzó a hacerse fluido con motivo de otro debut, al cual también ella estuvo relacionada. El entonces jefe de la sección bibliográfica en el Suplemento Literario del diario La Nación de Buenos Aires era otro notable poeta, Horacio Armani, y me ofreció la posibilidad de comenzar a hacer críticas de libros para este medio. Mi primer título asignado fue En el revés del cielo. Con ese comentario, el 24 de enero de 1987, se inauguró para mí no sólo una tarea, que lleva más de veinte años (la continúo hoy en la revista cultural ADN, heredera del Suplemento), sino sobre todo, mi amistad (discipular) con Olga Orozco. Solía visitarla en su piso de la Capital, donde la encontraba sola o en compañía de otros poetas, como Jorge Smerling, Dolores Etchecopar, Hugo Mujica. También me crucé allí con estudiosos que venían a entrevistarla y que trabajaban sobre sus textos. Recuerdo haber conocido en su casa a Elba Torres de Peralta, que estaba entonces por publicar su libro La Orozco: Desdoblamiento de Dios en máscara de todos.

Olga era y no era el personaje mítico que delineaba la poderosa voz de sus poemas. Por momentos, para la mirada superficial, parecía sólo una señora en trance de envejecer, en la sala de un departamento de Buenos Aires. Pero pronto también, como en la «Señora tomando sopa» aparecía «la solitaria comensal del olvido», capaz de transformar el inofensivo ritual del té de la tarde en una ceremonia «para llegar muy lejos», aunque nunca lo suficiente como para abrir, «con esta sola boca, en este mundo», las puertas del paraíso. Olga Orozco amaba las plantas y los gatos. Alguna vez había sido menos hogareña y más viajera por diversas geografías. Cuando yo la conocí, cansada de los viajes, y consagrada al cuidado de Valerio, su marido gravemente enfermo, sólo se trasladaba, siempre en el mismo lugar, por espacios conjeturales y galerías imaginarias, de vuelta en su infancia de Toay, o en vidas anteriores que sólo se vislumbraban al trasluz de la poesía. Hablaba de lo que hablamos normalmente los escritores, capaces de pasar, sin solución de continuidad, del más inspirado discurso sobre los límites de la comprensión y de la percepción (un tema que la obsesionaba), y sobre el destino final de la existencia, al fastidio por disgustos o rivalidades con algún colega, a la charla menuda sobre premios bien o mal adjudicados, y apreciaciones acertadas o erróneas de la crítica. Recuerdo que por entonces estaba molesta con la revista Diario de Poesía, colocada en una línea antimetafísica y muy poco apreciativa del aporte de poetas como Orozco u otros grandes filosurrealistas. Pero sus genuinos motivos de aflicción pasaban por otras coordenadas, desde luego: como su inmenso dolor ante la enfermedad y muerte de uno de sus más queridos amigos: Alberto Girri. O la deriva de la sociedad argentina, que se precipitaba en la hiperinflación luego de las ilusiones que había despertado el retorno de la democracia.

Asertiva, apasionada, fulgurante, dadivosa, Olga Orozco tenía, entre tantos dones superlativos, uno aparentemente menor, pero derivado sin duda de los otros mayores: de su perceptiva sabiduría, de su fina capacidad de conocimiento y apreciación de los otros, y sin duda, de su voluntad de ver y aquilatar en ellos lo más valioso. A todos los que tuvimos la suerte de entrar en su amistad, y de recibir de sus manos algún libro, Olga nos regalaba, con cada uno, un espejo de palabras en el que pudiéramos vernos con la generosidad de su mirada. Como en aquel bellísimo poema de Pedro Salinas, apostaba a revelar y hacer emerger, de lo profundo y a veces invisible, incluso para nosotros mismos, «el mejor tú».

Poseía, como ningún otro escritor que haya conocido, el arte de la dedicatoria. Guardo la mía como un tesoro inmerecido y sigo tratando, hasta hoy, de vivir y de escribir a la altura que ella quiso luminosamente anticiparme.


en "Olga Orozco, territorios de fuego para una poética" Inmaculada Lergo Martin. Universidad de Sevilla 2010.


viernes, 6 de febrero de 2015

Olga Orozco, brilla otra vez (Jacobo Sefamí)



Jacobo Sefamí




Recuerdo vivamente Mutaciones de la realidad, el primer libro de Olga Orozco que tuve entre mis manos. Me impresionó la cadencia de sus versos, el ritmo de oleaje que batía con una gran contundencia. No sé por qué me imaginaba que Olga Orozco era una mujer alta que leía sus poemas alzando los talones del pie, como si estuviera tratando de alcanzar las alturas. Nunca viví en los sitios en que residía Olga. Sólo tuve la oportunidad de estar con ella en tres ocasiones. Quizá esos encuentros fueron simbólicos de los espacios de mi tránsito y de mi memoria. Los atesoro porque son escasísimas las ocasiones en que uno tiene la oportunidad de estar con una sibila, una poeta de tan alta envergadura.

1.  Finales de 1990. Alguien me dijo que Olga Orozco estaba en Nueva York de visita por una semana. Me emocionó mucho saberlo y de inmediato la llamé por teléfono. Al día siguiente, estaba yo en el loft del East Village donde se alojaba Con un amigo. Lo primero que me llamó la atención fue su sencillez. Me vino a saludar como si me conociera de años, sin darse cuenta que yo la miraba como si se tratara de una actriz de Hollywood, con una avidez que había crecido durante años en mi admiración y que se mantenía expectante y curiosa frente a la persona de carne y hueso. En sus ojos verdes había una picardía que afloraba con su voz ronca. No era la poeta alta que yo imaginaba, sino una mujer que miraba desde la profundidad y nunca desde la pretensión ni la arrogancia. Durante esa semana accedió a conversar conmigo para un libro de entrevistas que yo preparaba, en donde se incluían a otros poetas de su generación: Gonzalo Rojas y Alvaro Mutis (también aparece José Kozer)1. La invitamos, asimismo, a dar una charla en New York University, donde yo trabajaba. Olga sabía leer muy bien su poesía; a pesar de que se trata de un lenguaje sofisticado y con imágenes muy elaboradas, su voz se oía muy natural, como si saliera de su habla cotidiana. Recuerdo, por ejemplo, el poema «Tú, la más imposible», escrito después de la muerte de su hermana. El ritmo elegiaco del texto sonaba casi a una conversación (un monólogo, debo decir), a una lamentación que viajaba con el versículo largo, acompasado del dolor.

2. Impulsado por la ya cariñosa amistad con Olga, decidí viajar a Bu Aires en el verano (invierno en Argentina) de 1992, en compañía de mujer. Era mi primer viaje a esa ciudad. Olga insistió mucho en que nos quedáramos en su casa. La llamé varias veces desde el aeropuerto pero nunca contestaba. Perplejos ante esta situación, decidimos ir directamente a domicilio. Nos recibió muy consternada, diciéndonos que le habían «robado» la línea telefónica. Nos dijo que escribiría alguna nota para un periódico para protestar porque los encargados de la telefónica se quedaba con los brazos cruzados frente a esta situación. Eran las once de la noche; suponía que tendríamos hambre y se fue directamente a la cocina. «Ahora les preparo algo sencillo». En menos de veinte minutos ya teníamos un bife enorme en la mesa. «Ya llegué a Argentina», me dije para mis adentros. Durante  la semana que estuve allí, Olga se desvivía por atenderme. Me presentó a Enrique Molina, el otro gran poeta de la generación, a quien tuve la oportunidad de entrevistar en su casa. También invitó a otros amigos escritores, fuimos al teatro, a librerías... En pocos días nuestra relación se había hecho muy cercana, casi íntima, al grado de que mi mujer se sentía celosa. Le recordaba el cerco estrecho que había entre mi madre y yo, y al que ella no podía acceder. Curiosamente, mi mujer volvió intempestivamente a California al oír que nuestro hijo besaba su foto sin cesar y con lágrimas continuas pedía que regresara. Yo pasé unos días más con Olga, conversando y recorriendo las calles de Buenos Aires.

3.En 1998, Olga Orozco fue merecedora del Premio Internacional de, Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo. Los organizadores de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara invitaron a un grupo selecto de estudiosos a hablar de Olga Orozco en una sesión especial dedicada a su obra. Al parecer, Olga dio mi nombre, así es que tuve la fortuna de volver a verla, ahora con motivos para celebrar, en Guadalajara. Entre los acompañantes estaban Cristina Turró, Juan Gelman y su mujer Mara, Elba Torres de Peralta, Gustavo Segade, Myriam Moscona y Elba Macías (Julio Ortega también formó parte de la mesa de homenaje). Le daban un premio muy importante (quizá el más importante de Latinoamérica), pero su actitud no había cambiado en lo absoluto. Los bellos discursos de Olga y de Gelman ante una gran multitud fueron muy gratos para mí porque destacaron las virtudes de la poesía en un mundo tan materializado como el nuestro. Con Olga, Gonzalo Rojas, Octavio Paz, Álvaro Mutis, Enrique Molina (por solo mencionar escritores de su generación) y tantos otros, la poesía persistirá en nuestras vidas aun si tiene que ir contra viento v marea. La persona de carne y hueso nos ha dejado, pero la personas creadas en su poesía seguirán viviendo cada vez que uno de nosotros abra uno de sus libros y lea: “Sube, sube, fulgor, / entreabriendo algo más la sustancia opresiva de noches sobre noches, / como si aprovecharas toda mi oscuridad para existir. / Quizá sea una brasa que enterré, / una gran quemadura sofocada por las separaciones y la lejanía, / y ahora será un nombre, una mirada, algún beso que vuelve, que atraviesa como una incandescente cicatriz el espesor de mi destino,» («Ahora brilla otra vez»).




1. Cfr. Jacobo Sefamí, De la imaginación poética. Conversaciones con Gonzalo Rojas, Olga Orozco, Alvaro Mutis y José Kozer. Caracas: Monte Ávila Editores, 1996.


en "Olga Orozco: Territorios de fuego para una poética" Inmaculada Lergo Martin (coord) Universidad de Sevilla, 2010