sábado, 29 de octubre de 2022

Palabras introductorias a la Antología poética Instituto de Cooperación Iberoamericana (Olga Orozco, 1985)

 





La poesía, en su representación total, así como el universo, como esa esfera de la que hablaban Giordano Bruno y Pascal, cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna, es inaprensible. No se la puede abarcar en ninguna definición. Cualquiera sea el centro cambiante desde el que se la considere —pepita de fuego, lugar de intersección de fuerzas desconocidas o prisma de cristal para la composición y descomposición de la luz—, su ámbito se traslada cuando se lo pretende fijar y el número de alcances que genera continuamente excede siempre el círculo de los posibles significados que se le atribuyen. La formulación más feliz, la que parece aislar en una síntesis radiante sus resonancias espirituales y su má-gica encarnación en la palabra, no deja de ser un relámpago en lo absoluto, un parpadeo, una imagen insuficiente y precaria. La poesía es siempre eso y algo más; mucho más. 

Tenemos que conformarnos solamente con aludir a ella a través de los medios de que el poeta se vale para alcanzarla, confundiendo así de alguna manera el camino con el objetivo. Unos y otros poetas se han referido y se refieren a la Poesía desde el propósito que ha sustentado su acto creador, porque aunque las consecuencias de este sean insospechables, sus procesos están, deliberadamente o no marcados por la intención de quien los suscita. Es decir, la actitud inicial del poeta tiñe con un sentido último a su poesía, a esa faz particular de la poesía. Quiéralo o no, cada uno funda su arte poética, aun remitiéndose a la negación de toda regla, y le impone sus leyes: las de la libertad absoluta, las del rigor extremo, las del abandono y la brusca vigilancia. Bajo estas directivas que rigen un material en ebullición, una arquitectura pétrea o una sustancia cristalina, el acto creador se convierte, en uno y otro caso, en arco tendido hacia el conocimiento, en ejercicio de transfiguración de lo inmediato, en intento de fusión insólita entre dos realidades contrarias, en búsquedas de encadenamientos musicales o de fórmulas casi matemáticas, en exploración de lo desconocido a través del desarreglo de todos los sentidos, en juego verbal librado a las variaciones del azar, en meditación sobre momentos o emociones altamente significativos, en trama de correspondencias y analogías, en ordenamiento de fuerzas misteriosas sometidas a la razón, en dominio de correlaciones íntimas entre el lenguaje y el universo. Los enunciados podrían continuar indefinidamente. Sobre ellos y sus posibles combinaciones planean, entre otras, y por no ir más lejos, las sombras de Rimbaud, de Verlaine, de Mallarmé, de Apollinaire, de Eliot, de Bréton, de Eluard, de Reverdy. 

Entre todas configuran un mosaico hecho de fragmentos complementarios, de tonos francamente opuestos, de zonas que se superponen o se rechazan. Ampliando esta visión con los colores de otras épocas y otros territorios, aparece un panorama general aún más contradictorio, pero ilustrado en sus armonías y en sus disonancias por experiencias prestigiosas, por ejemplos que no se pueden descalificar, aun cuando frente a algunos de ellos nuestro punto de partida se encuentre en la orilla opuesta. 
De todos modos, cualquiera sea el lugar de arranque y el previsible o imprevisible lugar de llegada —la representación de estados atemporales aprisionados en el poema—, las declaraciones de quienes se lanzan a fondo en esta extraña aventura hacen suponer que la poesía es una tentativa perversa y malsana. 
Es perversa, porque el poeta se obstina en asir una presencia que se le escabulle, en retener un agua milagrosa que no toma la forma de ningún cuenco, en traducir un texto cuya clave cambia de código permanentemente. Es perversa porque es una tentativa tenaz, desesperada y desesperanzada, que se vuelve a recomenzar después de cada frustración. Ya que eso es cada poema si lo comparamos con esa inmersión en lo absoluto que es su lugar de origen: un objeto inacabado, apenas un reflejo elusivo en un azogue avaro, apenas una opaca cartografía de un viaje deslumbrante, apenas la aproximación a un centro que siempre se sustrae. Como en el mito de Sísifo con su invencible piedra, o como en aquella 
condena que Gómez de la Serna imaginaba para Lautréamont, cuyo blasfemo canto III Dios rompía implacable, sin haberlo leído, enviándolo a escribirlo nuevo cada día, el poeta debe recomenzar otra vez su interrumpido e interminable poema, su precario puente entre lo perdurable y lo momentáneo. Es un curioso acto de fe el de esta afirmación que lleva implícita gran parte de negación, el de este misterio de amor que nos lleva a ligarnos incondicionalmente a lo que nos ha vencido, por más que, como bien lo expresó Jean Paulhan, el poema sea también como un soplo de aire puro que nos llega después de haber estado a punto de perder el aliento, o como un poco de salvación en el fondo de la pérdida, o como el alivio de haber salvado el lenguaje después de haberlo expuesto al mayor de los peligros. 
Dije que la poesía es una tentativa perversa y agregué que es una tentativa malsana. Y lo es, porque el poeta se expone a todas las temperaturas, desde la del hielo hasta la de la calcinación; soporta tensiones opuestas, desde la exaltación hasta el aniquilamiento; camina sobre tembladerales; se sumerge en profundidades contaminadas por todas las pestes del silencio y la palabra; transgrede las leyes de la gravedad y del equilibrio; pasa del vértigo hacia arriba a la caída en el espacio sin fin; encarna con perplejidad en cuerpos ajenos; padece asfixias y amenazas de desintegración, mientras permanece unido al seguro lugar de su diaria existencia sólo por un hilo que adquiere por momentos la fragilidad de lo imaginario. 
¿Y para qué? ¿Para qué sirve este oráculo ciego, este guía inválido, este inocente temerario que inclina a cortar la flor azul en el borde de los precipicios? Reduciendo al máximo su misión en este mundo, prescindiendo de su fatalidad personal y de sus propios fines, y limitando su destino al papel de intermediario que desempeña frente a los demás, aun sin proponérselo y por antisocial que parezca, diremos que ayuda a las grandes catarsis, a mirar juntos el fondo de la noche, a vislumbrar la unidad en un mundo fragmentado por la separación y el aislamiento, a denunciar apariencias y artificios, a saber que no estamos solos en nuestros extrañamientos e intemperies, a descubrir el tú a través del yo y el nosotros a través del ellos, a entrever otras realidades subyacentes en el aquí y en el ahora, a azuzarnos para que no nos durmamos sobre el costado más cómodo, a celebrar las dádivas del mundo y a extremar significaciones ¿por qué no? cuando la exageración abarca la verdad. 


                                                                                                                                  OLGA OROZCO 


En  Antología poética Instituto de Cooperación Iberoamericana. Madrid : Ediciones Cultura Hispánica, 1985.

lunes, 20 de abril de 2020

Después de la manzana (Valentine Charpentier)








Recreo de los sentidos, cura del enfermo, cielo del sibarita, fuerza para el débil y debilidad de poderosos, los alimentos son, desde la manzana de Adán y Eva, el hilo más modesto y resistente de la compleja trama de la Historia.



La tierra se expresa por sus frutos. Una corriente incesante de alimentos sale de sus entrañas, corre por sus venas y asciende en la marea de su voz. Son naranjas que parecen una condensación del sol, cebollas como esferas de vidrio envueltas en papel tostado, escarolas que pliegan y despliegan sus largas y matizadas sonrisas, ristras de ajo con cabecitas de muñeca y dientes de lobo para espantar a los vampiros, ríos de mayonesa donde el aceite atisba con pupilas doradas, uvas que se deslizan hacia la intimidad de las bocas en plena siesta, panales de azucarada arquitectura, sandías con risa de negro en la alborada, legumbres que no esconden cuchillos en sus vainas, mariscos que cavilan bajo acuosas escleróticas, melones tatuados por la fiebre del oro, duraznos que prueban la redondez del terciopelo, hongos y trufas con sabor a tesoro húmedo y secreto, remolachas color de obispo encerrado en un sótano, calamares como escribientes del mar, ciruelas con las mejillas empañadas por el aliento de la inocencia, montañas de panes palpitantes, tomates que sangran por la herida, ananaes para coronar reinas salvajes, langostinos avergonzados de no ser langostas, alcauciles que cierran sus pétalos de piedra verde, coliflores disfrazadas de pólipos, huevos que son estuches de nuevos mundos, almendras con cerebro de mazapán y nueces con cerebro tortuoso, repollos celestes y otros ebrios de vino que giran en la danza de los mil velos, frutillas que claman por la nieve, choclos que estallan a carcajadas entre sus barbas, pescados con escamas de fósforo para incendiar el arco iris, pepinos avaros de sus flores de escarcha, granadas con sangrientas municiones, higos semejantes a mostacillas purpúreas, zapallos rellenos con hilvanes de miel, papas que no se jactan de su vida interior, quesos que transpiran por sus calvas, carnes blancas que no creen en el pecado de la carne y carnes rojas bajo el ramito compuesto del perdón.
Sí, la tierra se expresa por sus frutos. Entre la lengua y el paladar nos inculca su idioma que es como un canto de alabanza.

Fiesta de los sentidos

Según el Eclesiastés un festín es comparable a una esmeralda incrustada en el oro y cada alimento renueva los sentidos : la vista, esa especie de adelantado o de alerta vigía; el tacto, ese inspector de aduanas que ausculta y diagnostica; el olfato, ese jefe de policía que penetra y anticipa; el gusto, ese César implacable bajo su abovedado sitial. Hay quienes agregan el oído, facultad que aparte de indicar el rastro de la caza o el de los frutos que se caen de maduros, sólo tiene la indiscreción de registrar los defectos ajenos.
Estos funcionarios, a veces demasiado precipitados, a veces demasiado pacientes, pero siempre insobornables, pueden, en última instancia, reducirse a dos. Brillat- Savarin, el gran filósofo de la gastronomía, es más estricto y los fusiona en uno : "Me siento tentado a afirmar que el olfato y el gusto forman un solo sentido que tiene a la boca por laboratorio y a la nariz por chimenea o, para hablar con más exactitud, una parte sirve para la degustación de los cuerpos táctiles y la otra para la de los cuerpos gaseosos, Y agrega : "La lengua de los animales no atraviesa las puertas de su inteligencia" - en muchos humanos sucede a la inversa, lo cual es peor - ": en los peces no es más que un hueso móvil; en los pájaros, generalmente, un cartílago membranoso; en los cuadrúpedos está frecuentemente revestida de escamas o de asperezas, y no tiene, por otra parte, movimientos circunflejos (Brillat-Savarin es francés). En cambio la del hombre, dada la delicadeza de su contextura y la de diversas membranas que la circundan, anuncia obviamente la sublimidad de las operaciones a que está destinada."

Así el hombre, condenado a ganarse el pan con el sudor de la frente, ha agregado al apetito la recompensa del placer. Es un placer que lo acompaña desde el nacimiento hasta la muerte, que puede mezclarse con todos los otros y hasta consolarlo de su ausencia.

La historia y el pan

Si nos trasladaran a ciegas a una ciudad europea y abriéramos los ojos en una cocina, podríamos descubrir sin demasiada sutileza dónde nos encontramos: ajos, frituras, pescados, cochinillos y más ajos delatan por el aliento a la cocina española; salsas aterciopeladas,  aves veteranas en la muerte., "condimentos adjetivos que predominan sobre los alimentos sustantivos", descubren, bajo su exquisito. maquillaje, a la cocina francesa; cabelleras y rizos de pasta espolvoreados como los de una prima donna, pajaritos líricos, tomates líricos, aceitunas líricas, lanzan el do de pecho de la cocina italiana; Y así sucesivamente. 

Pero en cada una de estas cocinas podemos realizar, también, un inventario histórico. En el contenido de cada olla está el nomadismo de los bárbaros, la dominación romana, los viajes a Oriente y a América, la Revolución Francesa, los adelantos de la ciencia y el nuevo nomadismo que conduce a las cámaras frigoríficas, En cada olla se cocina la historia.
Y todos los alimentos son reveladores. A través de ellos leemos los climas, las geografías, las estadísticas, las guerras y la paz. 

Las producciones, las importaciones y las exportaciones, la abundancia y la carencia. pueden explicar los movimientos de opinión y los cambios históricos. 
El libro de cocina del prior de Saint-Martin-des-Champs es una de las tantas pruebas particulares. Un menú del año 1408, para treinta y seis personas, incluía, 36 patés, 36 pollos, 36 pichones, numerosas piezas de buey y de carnero, 18 capones, 8 cabritos, 36 tartaletas y 50 manzanas. Un. menú de 1438 (Francia estaba ocupada por los ingleses, por el saqueo y por el hambre) enumera, sin indicación de cantidades: arenques ahumados, puerros, nabos, jibias, arvejas, acederas y habas. Conclusión: el pueblo francés aceptó la paz con entusiasmo y aclamó a Carlos VII portador del orden, la tranquilidad y la abundancia. 
Grimod de la Reyniére, autor del Almanaque de los gourmand y del Manual del antitrión  nos ofrece sin comentarios otro testimonio. El 27 de junio de 1794 escribe en su diario: "Cola en el mercado: conseguí sólo algunos alcauciles; dos horas en la rue Saint- Honoré: un rodaballo y seis damascos". Ese 27 de julio es el día del arresto de Robespierre. El "incorruptible" ha caído en metilo de la indiferencia general y ha bastado un cuarto de hora de lluvia para dispersar a sus partidarios. ¿Qué tiene de extraño? ¿No debían todos apresurarse para alcanzar una lechuga o aprisionar un pescado escurridizo? Estos documentos privados, simples y triviales, demuestran que la historia del pan es la Historia. 
De la misma manera, una agenda de compras diarias puede ser la historia de una vida. En una lista de provisiones puede citar la pista de un amor o de una traición. Una cuenta de "delikatessen" olvidada en un bolsillo ha provocado más de una separación.

Comilonas y comilones

El hambre y la sed están unidos a todas las acciones de los hombres. Nacimientos, bodas, funerales, los arrojan, de la alegría a la tristeza, en torno de una mesa.
 Los egipcios, sin mesa, compartían el contenido de sus cestas ; los asirios, los hebreo, los persas y los griegos compartían la mesa desde los lechos, los romanos compartían mesa y lecho. 
Los festines públicos, privados y religiosos eran siempre un pretexto para excederse en el vino y en la carne. Y aun cuando a los dioses y a los muertos se les sacrificara bueyes, toros, machos cabríos y carneros y sólo estuviera permitido repartir las sobras, las sobras lo eran todo, pues los espíritus inasibles parecían conformarse con el humo y la intención. 

En la consagración de Léntulo como flamen de Marte, el banquete incluía frutos de mar, erizos, ostras crudas, tordos, pollas gordas sobre espárragos, terrinas de ostras y de moluscos cocidos, mariscos, pajaritos, filetes de cabrito, de venado y de jabalí,paté de aves, pulpo, pastas dulces y frutas. 
Claro que en las fiestas públicas los convidados no comían todo el menú, sino lo que atrapaban en desorden por la ligereza de la mano y el pie, y tampoco se reclinaban todos en el triclinium,  sino que se dispersaban bajo los pórticos o en los atrios de los templos. mirando de soslayo la media res en el ojo ajeno. 
Aunque las comidas diarias eran frugales -cocido, que existió en todas partes, legumbres hervidas, pescado salado y frutas-, y sólo se efectuaban dos veces por día, ha quedado memoria escrita de muchas gourmandis, gourmets y tragaldabas, que se contunden en la misma salsa. 
Claudio comía a toda hora y bebía todo el día; Vitelio arruinaba a las ciudades que le quedaban de camino por el costo de las comidas que debían ofrecerle; Nerón. no era, por cierto, ni un abstemio ni un asceta. Lúculo hacía explorar los países nuevos en busca de productos nuevos y Heliogábalo, emperador a los dieciocho años, hacía colorear los manjares para que armonizaran y matizaba el arroz con perlas, las habas con ámbar y los pescados con polvo de oro. 
El postre imitaba, en pastas y cremas, cada uno de los pasos del festín. Las comidas de Gargantúa y Pantagruel v las bodas de Camacho corresponden a otras latitudes y más bien son el producto de la religiosa abstinencia o el obligado ayuno de sus autores, como esas naturalezas muertas que claman por vivir. 
También la Edad Media nos ha dejado tropas de jabalíes, ciervos y venados, cabañas de aves desplumadas 'y bancos de pescados, todos ahogados en vino y embalsamados con pimienta, nuez moscada, jengibre y clavo de olor, para disimular la torpeza de la elaboración.
En cuanto a las comidas de Versalles, aunque ostentaran 4 sopas, 5 asados, 4 pescados, 12 entradas, pasteles y compotas, tienen el atenuante de que el rey comía "a la carte". Pero más ponderables que los "mandibularios" son las víctimas del deber, como Vatel, que se ajustició a sí mismo por exceso de celo profesional: "Controleur Général de la Bouche de Monsieur le Prince", o Grand Condé, tenía sus vastos dominios en las cocinas del palacio de Chantilly. Con motivo de la visita de Luis XIV y su corte, debían servirse tres veces por día, bajo la responsabilidad absoluta de Vatel, sesenta mesas de ochenta invitados cada una. El primer día faltó asado en dos mesas. El segundo día todo hizo suponer que el pescado llegaría demasiado tarde. Vatel lo olftateó:
 -No sobreviviré a ese desastre -exclamó. Se retiró a sus habitaciones, apoyó la espada contra la pared, a modo de asador, y se atravesó con ella desde el pecho a la espalda. 
De otro estilo fue el final de la hermana de Brillat-Savarin, excelente cocinera que demostró hasta último momento su fervor y su prolijidad en la materia. Sentada a una opípara mesa, sintió que la muerte se acercaba y lanzó un grito angustioso:
-¡Me muero! ¡Rápido! ¡El postre!

Excesos y urbanidad

 Es fácil confundir desborde y falta de urbanidad. La idea exagerada que tenemos de los banquetes desde la antigüedad hasta el s XVII -¡qué sobria y delicada nos parece la multiplicación de los panes y los peces!- tal vez provenga de la falta de modales de cada comensal, falla disculpable, por otra parte, por la falta de instrumental.
Comer con las manos no fue una torpeza de aquellos comensales con túnica ni una perversidad de Enrique VIII. El tenedor de dos dientes - hasta entonces tenían uno que era una especie de punzón para manejar las grandes piezas- se inventó en Italia en el SXV y se difundió en Europa en los SXVI y SXVII. Y aún mucho más tarde. Los dientes le crecieron con el tiempo y actualmente ha comenzado a perderlos.
El Libelius de moribus in mensa servandis de Jean Soulpice, de alrededor de 1500 , aconseja decorosamente: "Toma la carne con los dedos y no te llenes la boca con trozos demasiado grandes. Nunca dejes la mano mucho tiempo dentro del plato."
 Y en su Tratado de Urbanidad, publicado en 1530, Erasmo recomienda la compostura: "Guárdate de poner antes que todos las manos en la fuente. Lo que no puedas recibir con los dedos, recíbelo con el plato. También es una falta de urbanidad muy grande llevar los dedos sucios o grasosos a la boca para chuparlos, o limpiárselos en la chaqueta", y agrega muy pulcramente: "Será mejor que lo hagas en el mantel".
Ana de Austria, que tenía hermosas manos, mereció un elogio en versos en los que se menciona las "muchas sabrosas pasturas, tanto de carnes como de confituras" que con ellas "llevaba a su real pico, dicho sea con respeto".
Su hijo Luis XIV, de buenos modales y mayores luces, conoció el tenedor y lo usó en su vejez, según se deduce del Diario de Luis XIV escrito por Héroud, quien en 1712 cuenta como el delfín tamborileaba en la mesa con el tenedor y la cuchara.
Moraleja : "No bastan los instrumentos para ser bien educado, puesto que pueden convertirse en armas de mala educación".

Made in América

La caída de Constantinopla en poder de los turcos en 1453, cerró a Europa el camino de las especias. Sin azafrán, ni jengibre, ni pimienta, ni canela, ni clavo de olor, ni comino, los paladares continentales, que no conocían la excitación del tabaco ni el café, se adormecían por falta de aroma y de sabor. Cristóbal Colón sintió que los perfumes penetrantes llegaban también desde el Oeste y decidió tomar el mar por la cola remontándolo hasta el cuerpo con las fosas nasales desplegadas. Su cosecha fue pródiga, aunque ignoró hasta el final que no había entrado por la puerta trasera del almacén, sino que lo había hecho , decentemente por la principal, sólo que se había colado en la sucursal de enfrente.
Papas, cacao, maíz, tabaco, ananá, maní, paltas, yuca, mandioca, tomates, ajíes, pomelo son algunos de los productos inesperados, por desconocidos, que emigraron poco a poco de América.
El cacao y las papas, tal vez por el exterior sombrío que contradice en el primero su festiva sustancia y en las segundas su sabroso candor, fueron los que mayor desconfianza despertaron a primera vista.
La papa, totalmente inocente a pesar de sus muchos ojos y sus harapos, fue acusada de contrabandear la lepra. Sir Walter Raleight la llevó a Inglaterra, donde la reina Isabel la impuso en un banquete frente a un grupo de impávidos nobles que disimulaban bajo su flema inglesa el temor de ser envenenados a la indiana. En Francia este rico tubérculo fue rehabilitado por Parmentier en 1771. El entusiasmo fue tal que hasta se utilizó como planta ornamental, sin duda a modo de desagravio.
El cacao se balanceó fuera de su rama. Se lo aplaude, se lo silba, se lo vuelve a aplaudir. Madame Sevigné lo recomienda a su hija como reconfortante en enero de 1671, y dos meses después: "Me he dejado arrastrar por la moda. El chocolate es el origen de las calenturas y las palpitaciones. Alivia por un tiempo, pero después produce fiebre contínua y conduce a la tumba." De todos modos, en 1662 es la bebida de rigor en las colaciones de Versalles. Está prescripto,  más adelante, para "todo hombre que haya bebido algunos tragos de más en la copa de la voluptuosidad, o que haya pasado trabajando el tiempo de dormir, o que se sienta temporariamente atontado, o que esté atormentado por una idea fija que le quite la libertad de pensar".

Propiedades de algunos alimentos y otras hierbas

En un tiempo especieros y boticarios fueron un solo gremio. Unos proporcionan las drogas, otros las preparan, los cocineros atrapan el espíritu y los consumidores las consecuencias.
La salvia, el anís y el hinojo pueden provocar crisis nerviosas. Se recomienda el orégano a los que han perdido el apetito. Para quitar el olor del ajo y la cebolla, nada mejor que una hojita de nardo sobre la lengua. La trufa - el brillante negro del reino vegetal- tiene la virtud de atentar contra la virtud. Los repollos y la acedera son buenos contra la melancolía. El berro hace estornudar, excita la alegría y despierta al perezoso. Las ensaladas "hidratan, refrescan, son laxantes, concilian el sueño, abren el apetito, aplacan los ardores de Venus y apaciguan la sed." La manzana quita el insomnio pero da pesadillas. El apio, el maní, las nueces, los picantes y los mariscos son afrodisíacos. La melaza es un tónico primaveral. Las uvas y las almendras purifican los pulmones y el pecho. Las aceitunas fortifican el estómago. Las alcaparras limpian el hígado y el bazo. Las ciruelas calman las irritaciones internas. El chocolate es bueno contra la cólera y el mal humor.
Todo lo que no nos hace mal nos hace bien.
También la semejanza indica durante siglos lo que puede curar: las habas son buenas para los riñones, la hoja de la pulmonaria para los pulmones, las nueces para el cerebro y la fatiga intelectual, la lengua favorece la elocuencia, el corazón cura el corazón, las glándulas fortifican las glándulas, la carne jugosa da sangre roja, los que comen animales feroces son temerarios, los que se deleitan con ensalada de rosas y violetas confitadas son deleitosos y delicados. ¿Por qué no ingerir al enemigo, al amigo o al dios a fin de incorporarse sus virtudes? Devorar a un semejante - se dice que es viscoso y dulzón, pero no totalmente desagradable - significa más que una cortesía: es una envidiosa admiración.
La comida es contagiosa. Ya lo decía San Francisco de Sales: "Las liebres se vuelven blancas en nuestros montes de invierno porque no ven ni comen otra cosa que nieve".

Dime lo que comes...

De acuerdo con todo esto el hombre es en gran parte su alimento, y cada pueblo es el resultado de los frutos de su tierra. Lo que puede ser abominable para uno no lo es para los otros. La frase del Deuteronomio: "No comerás ninguna cosa abominable" adquiere un significado local...y temporal.
En Estados Unidos se expenden gusanos, hormigas y otros insectos envasados para acompañar diversos cocktails. ¿Acaso San juan no comió langostas con miel en el desierto? ¿No es ésa a su manera una exaltación franciscana de los pequeños seres?
Los chinos encuentran delicioso el sabor de las ratas.
Hay pueblos que encuentran deleznable al cerdo y otros que exaltan al cochinillo. Charles Lamb en su Disertación sobre el cochinillo asado ofrece varios motivos para saborearlo: "Admiradlo en su fuente, segunda cuna. ¡Con qué dulzura reposa! ¿Hubiéramos deseado acaso, ver a este inocente practicando la indocilidad que tan a menudo se advierte entre los adultos de su raza? Hay diez probabilidades contra una de que se hubiera mostrado glotón, terco, desagradable, revolcándose en una promiscuidad vergonzosa, pero, felizmente, se ha librado de caer en todas estas faltas. Antes que el pecado lo haya podido mancillar o la tristeza mustiarlo, sobrevino la muerte y se lo llevó con mano bienechora."
  ¿Y qué decir de las "corrupciones exquisitas"? Ranas, caracoles, aves faisandées, quesos pourris...
Emilio Zola en El vientre de París excita a los aficionados y confirma a la vez, el rechazo de los reacios con esta semblanza ambivalente: "Allí se extendía un gigantesco cantal como hendido por una hacha; luego venía un dorado chester, un gruyere parecido a una rueda caída de un carro bárbaro; quesos de Holanda, redondos como cabezas cortadas; un parmesano, agregando su olor aromático; ...los mont d'or de color amarillo claro, apestaban dulcemente; los troyes, muy espesos, con el borde machucado, fuertemente ásperos, segregaban la fetidez de un sótano húmedo...
Cada uno agregaba su nota particular a esta frase de una rudeza nauseante."

Victor Hugo comía las langostas y los langostinos con caparazón. Tal vez tuviera mala vista; tal vez su sensibilidad de poeta necesitara de ese transparente amparo.
Otros se comen las uñas. Las arañas comen a las arañas.
Ya Ambrose Bierce, en su Diccionario del Diablo, definió el comestible: "Dícese de lo que es bueno para comer y fácil para digerir, como un gusano para un sapo, un sapo para una víbora, una víbora para un cerdo, un cerdo para un hombre, y un hombre para un gusano." El ciclo se cierra. Entre etapa y etapa caben todas las transgresiones.

Lo importante es comer con alegría, comer con todos los sentidos posibles. Los pintores- cada uno dentro de sus técnicas y sus escuelas- han comido con la vista, y no me refiero a los maestros del pastel, sino a los pulcros flamencos, a Chardin, a los casi anónimos autores de bodegones, a los impresionistas como Cézzanne, a los poco apetitosos Braque y Picasso, y al pobrecito Soutine, que pintaba futuros asados con los ojos del hambre.

Convertir las naturalezas muertas en naturalezas vivas y viceversa es una de las fiestas preferidas del arte.
André Gide nos invita a participar de ese banquete. Unámonos con entusiasmo a su canto de alabanza:

¡Alimentos! ¡Cuento con vosotros, alimentos!
Satisfacciones, os busco;
Sois bellas como las risas del estío.
Sé que no siento un deseo
que no tenga ya preparada su respuesta.
Cada una de mis hambres espera su recompensa.

¡Alimentos! ¡Cuento con vosotros, alimentos!
Lo más bello que he conocido yo en la tierra
es mi hambre.
Siempre fue fiel
a todo lo que siempre esperaba.


en Revista Claudia 162 / noviembre 1970

sábado, 14 de marzo de 2020

#OlgaOrozco2020: Olga Orozco: en este mundo y más allá por Silvina Friera para Página/12



14 de marzo de 2020

En el centenario del nacimiento de la poeta
Olga Orozco, el recuerdo y un tributo

Este martes, a las 10 de la mañana, se realizará un homenaje dedicado a la autora de Con esta boca, en este mundo en la Casa Museo Olga Orozco de Toay. Se podrá ver por streaming.

 
Olga Orozco murió en 1999, pero su obra continúa vigente. 
Olga Orozco murió en 1999, pero su obra continúa vigente.  
Imagen: Gentileza Casa Museo Olga Orozco


“Yo, Olga Orozco, desde tu corazón digo a todos que muero”. Su voz grave acompaña a sus lectores con la palabra como “peste pertinaz”. Sus poemas oceánicos, acentuados por el ritmo de los versos endecasílabos y heptasílabos, más vivos que nunca, retumban y se propagan más allá de la página, arrebatados a la oscuridad –que ella creía que está siempre habitada-. En el centenario de su nacimiento, el triunfo de Orozco, parafraseando un título de uno de sus poemas más emblemáticos, se materializa “con esta boca, en este mundo”. Plegarias, conjuros y mágicos sortilegios se desplegarán para invocar a la hechicera o médium de la poesía argentina, la alquimista que nació el 17 de marzo de 1920 en Toay (La Pampa), con el sol en Piscis y ascendente en Acuario; una mujer de mirada tan intensa y magnética que parecía de otro mundo. Este martes, a las 10 de la mañana, se realizará un homenaje a la poeta en la Casa Museo Olga Orozco de Toay, que se podrá ver por streaming.
Olga Nilda Gugliotta –el nombre y apellido completo de la hechicera- era la hija menor del siciliano Carmelo Gugliotta y la argentina Cecilia Orozco. La familia se mudó en 1928 a Bahía Blanca; siete años después, en 1935, se estableció en Buenos Aires. Lectora voraz que empezó a escribir y a tirar el Tarot cuando era una adolescente, Orozco fue maestra y estudió la carrera de Letras, aunque no la terminó. La muerte, como “tema” en sus poemas, emerge muy tempranamente en su primer libro Desde lejos (1946) y se extiende como una mancha, una sombra, o un fantasma, hacia el resto de sus libros de poemas: Las muertes (1952), Los juegos peligrosos (1962), Museo salvaje (1974), Cantos a Berenice (1977), Mutaciones de la realidad (1979), La noche a la deriva (1983), En el revés del cielo (1987) y Con esta boca, en este mundo (1994); también merodea en sus relatos La oscuridad es otro sol (1967) y También la luz es un abismo (1975). “He aquí unos muertos cuyos huesos no blanqueará la lluvia,/ lápidas donde nunca ha resonado el golpe tormentoso de la piel del lagarto,/ inscripciones que nadie recorrerá encendiendo la luz de alguna lágrima;/ arena sin pisadas en todas las memorias./ Son los muertos sin flores./ No nos legaron cartas, ni alianzas, ni retratos./ Ningún trofeo heroico atestigua la gloria o el oprobio”, se lee en “Las muertes”.

La emisaria de otro mundo

“Cuando chica era enana y era ciega en la oscuridad. Ansiaba ser sonámbula con cofia de puntillas, pero mi voluntad fue débil, como está señalado en la primera falange de mi pulgar, y desistí después de algunas caídas sin fondo. Desde muy pequeña me acosaron las gitanas, los emisarios de otros mundos que dejaban mensajes cifrados debajo de mi almohada, el basilisco, las fiebres persistentes y los ladrones de niños, que a veces llegaban sin haberse ido”, cuenta en “Anotaciones para una autobiografía”. “No tengo descendientes –confiesa en ese texto–. Mi historia está tatuada en mis manos y en las manos con que otros me tatuaron. Mi heredad son algunas posesiones subterráneas que desembocan en las nubes. Circulo por ellas en berlina con algún abuelo enmascarado entre manadas de caballos blancos y paisajes giratorios como biombos. Algunas veces un tren atraviesa mi cuarto y debo levantarme a deshoras para dejarlo pasar. En la última ventanilla está mi madre y me arroja un ramito de nomeolvides”.

La obra de Orozco imprime una marca tan intensa como indeleble sobre el rostro de la poesía argentina. Desde sus primeros pasos como poeta, se vinculó con Oliverio Girondo y Norah Lange, y fue la única mujer que participó en el grupo de poetas que se aglutinaron en torno a la revista Canto, que reunía a la llamada “generación del 40”. En 1955 conoció a Alejandra Pizarnik, de la que fue una suerte de “madrina literaria” y amiga. No se puede soslayar la tendencia surrealista en su poesía, que resonaba, con diversidad de registros, también en otros poetas como Girondo, César Fernández Moreno, Enrique Molina, Alberto Girri y Joaquín Giannuzzi. La conexión con el mundo de la magia y la videncia, esa especie de don de la adivinación, se derrama intensamente en sus poemas. Ella estaba convencida de que el poeta “escarba en lo desconocido, escarba en lo que no tiene explicación lógica”; por eso en sus versos-cataratas se multiplican talismanes, rituales, brujerías, encantamientos y oráculos; un “legado” que recibe de su abuela materna, “esa hechicera blanca que heredó en cada piedra un altar de los druidas” y “encendía las lámparas de un soplo”, que tenía una concepción animista del mundo: los objetos estaban siempre al acecho para ayudar o condenar, para proteger o lastimar. “Los objetos adquieren una intención secreta en esta hora que presagia/ el abismo./ Exhalan cierto brillo de utensilios hechos para la enajenación y el/ extravío,/ contienen el aliento para el ataque indescifrable,/ transforman sus oficios en esta exasperada, malsana geometría del/ suspenso”, proclama en el poema “Objetos al acecho”. La radio resultó una especie de ámbito natural para esa voz tan singular; entró a Radio Municipal en 1947 para hacer comentarios de teatro y cuando la escucharon –cómo no rendirse al conjuro que generaba ese timbre orozquiano- la contrataron como actriz de radioteatro. En la revista Claudia escribió notas con distintos seudónimos entre 1964 y 1974: Valeria Guzmán, para el correo sentimental de las lectoras; Sergio Medina, para las notas sobre las estrellas de Hollywood; Richard Reiner, para los textos esotéricos; Elena Prado o Carlota Ezcurra, para los artículos de vida social; Jorge Videla, para notas de tango; y Valentine Charpentier, para escritos biográficos o de viajes, entre otros.

Las palabras al trasluz

La impronta surrealista que se apodera de la poesía de Orozco, plantea Tamara Kamenszain en el prólogo de Poesía Completa (Adriana Hidalgo), se inscribe sobre lo que retorna en forma compulsiva, “son los seres que fui los que me aguardan”, dando cuenta de los avatares de una subjetividad. “Lo que Orozco comparte con el surrealismo es un asombro en relación con el descubrimiento del inconsciente. Ese que Breton, diferenciándose de Freud, definió como campo magnético de asociaciones cuyo registro se logra a través de medios automáticos”, subraya la prologuista. “Imbuida de ese asombro que multiplica la que fui en una diversidad de seres –todos en uno repitiendo los mismos llantos, los mismos deseos, los mismos ademanes– estaría lanzando a rodar, a partir de 1946, una pregunta poética con relación al tiempo de la subjetividad que ya de entrada alude a la muerte. Siguiendo ese hilo investigativo que abre la pregunta, se puede ir viendo cómo la cualidad de las alusiones a la muerte va cambiando a través de los diferentes libros, al mismo tiempo que cambia el modo en que la hablante se concibe a sí misma –explica Kamenszain–. Si empieza aferrada a la díada yo-tú para dar cuenta del otro mundo a través de una boca que se sitúa lejos, después se irá acercando a éste para adueñarse definitivamente del presente (‘con esta boca, en este mundo’). Un presente donde la muerte de los otros entendida como recuerdo deviene la marca de una experiencia actualizada con los otros”.

En los poemas de Los juegos peligrosos las figuraciones del yo encarnan en la trastornada que llama a un muerto, la prisionera en la celda de tormento o la ahogada que se hunde en un estanque. “Una palabra oscura puede quedar zumbando dentro del corazón./ Una palabra oscura puede ser el misterio de otros nombres que tuve./ Una palabra oscura puede volver a levantar el fuego y la ceniza”, revela Orozco en “Para ser otra”, como una sacerdotisa que convoca los poderes del verbo y la profecía. En sus Cantos a Berenice, la sujeta poetizada en su gata con nombre de personaje de Edgard Allan Poe, “intacta en tu negrura inmaculada desde la cara hasta la cola”. La poética de Orozco se construye en torno a las variaciones sobre el tiempo, “ese fantasma inconcluso, miserable anfitrión” con que la poeta ha luchado cuerpo a cuerpo: “nos hemos disputado como fieras cada porción de amor,/ cada rostro esculpido en la inconstancia de las nubes viajeras,/ cada casa erigida en la corriente que no vuelve”. Esa “variación” del tiempo incluye también las pérdidas, lo que se desplaza y se extravía: “¿no habrá nada que se mantenga en su lugar, nada que se confunda con su nombre desde la piel hasta los huesos”, se pregunta en el poema “En el final era el verbo”, donde interpela a la poesía: “¿Y no he intentado acaso pronunciar hacia atrás todos los alfabetos de la/ muerte?/ ¿No era ese tu triunfo en las tinieblas, poesía?/ Cada palabra a imagen de otra luz, a semejanza de otro abismo”.

El reconocimiento fue de menor a mayor con el Primer Premio Municipal de Poesía (1963), el Gran Premio del Fondo Nacional de las Artes (1980), el Premio Nacional de Poesía (1988) y el Premio Juan Rulfo (1998), entre otros. “La poesía acompaña a la gente, les ayuda a compartir sus extrañamientos, a sentir que no están solos para mirar el fondo de los abismos que se nos presentan a cada rato y los acompaña en sus interrogantes, en sus inquietudes extremas, en el enigma que todos llevamos con nosotros por el sólo hecho de estar vivos y no saber quiénes somos. Además la poesía ayuda a no dormirse del lado más cómodo”, advertía la poeta. Aunque murió el 15 de agosto de 1999, hace poco más de veinte años, sus poemas resurgen en la memoria de sus lectoras tan vivos que la hechicera, en el revés de todo destino, no puede estar muerta. Sus poemas son como puertas que se abren para exorcizar lo imposible: Orozco miraba las palabras al trasluz, en los reversos del misterio.


Vivir para siempre

Por Marisa Negri *

Olga, sus ojos, su voz grave, la memoria que guardan las piedras, los amores, las cartas. Siete libros de poesía y dos de relatos de infancia componen un corpus en el que los tópicos esenciales son el tiempo, la búsqueda de dios, la memoria, los juegos de la magia y el tarot. Si tuviese que elegir una puerta de acceso para jóvenes lectores sería Cantos a Berenice, los poemas dedicados a su gata, tótem sagrado y compañera de Olga durante quince años o La oscuridad es otro sol donde el relato autobiográfico es una llave de ingreso a ese mundo de arenales, cardos rusos y casas que viajan por la noche. Pero estamos sólo en el umbral y queda mucho por descubrir aún.


En 2012, luego de un arduo trabajo de rastreo de las publicaciones originales, apareció en Ediciones en Danza una pequeña antología de su obra periodística bajo diferentes seudónimos que por una acertada ocurrencia de Javier Cófreces titulamos Yo, Claudia. Encontré en esas viejas revistas mucho de lo que recuerdo de nuestras conversaciones: su empatía ante las angustias ajenas y los males de amor, el humor exquisito, un profundo sentido de la justicia, el amparo de los más débiles, la creencia en una poesía lejana de los rótulos y próxima al misterio.


Los testimonios coinciden: “Conocer a Olga viene acompañado de un fuertísimo cambio de destino…”, me escribe su amiga Mora Torres y la sonrisa se ensancha porque sé que no es casual que la semana pasada haya encontrado su libro Jugar en noche oscura (El cuenco de plata, 2004) en la misma librería de Avda. Corrientes donde compré en 1986 Hotel pájaro de Enrique Molina y Antología poética de Olga Orozco y ese fue el principio de esta larga travesía.


“Siempre que paso por momentos difíciles o para anunciar cosas buenas, ella es la Gran Maga que aparece en mi vida” dice Silvia O'Higgins, su sobrina y hablamos largo rato de los últimos momentos de Olga, esos que ella tanto temía pero finalmente atravesó naciendo otra vez hacia la luz. Olga siempreviva entre nosotrxs que la amamos. Olga que llegó para quedarse y por estos días se pone su vestido más elegante para festejar cien años. Olga nunca quiere irse. Cuando Antonio Requeni le pregunta ¿cómo le gustaría morir? ella responde: “De ningún modo”. Y está aquí. Cada vez más presente en las librerías, las bibliotecas populares y las escuelas secundarias en donde su poesía completa integra la colección Juan Gelman. Alguna vez usó para escribir horóscopos el nombre de Canopus, la estrella más brillante del cielo.


Esa profecía también se ha cumplido.


Ya luz

alma reunida ante el Ojo Final

una escalera de espadas puso a prueba tu nombre

pero tu signo era la confianza

y elegiste el trapecio,

la ecuyere que despliega sus alas

el mundo invertido en donde las hermanas danzan en traje ritual

¿Extrañas acaso el recipiente salvaje de tu cuerpo?

Sé que rondas el jardín de tu infancia

ese reino de magnolias y felinos en el que ahora puedes permanecer

porque has vencido todas las batallas

y todo brilla otra vez

Y todo es de nuevo un latido invisible en un grano de arena

raíz de la tierra,

pluma del aire

una palabra de fuego

para sellar el talismán


La niña escribe en la casa ambulante

cierra los ojos y canta.

 

*Poeta, docente, fundadora de Poesía en la Escuela, autora de Estuario, Caballos de arena y Kasu, apuntes sobre el té, entre otros libros de poemas.

viernes, 28 de febrero de 2020

#OlgaOrozco2020: Olga Orozco, con voz ronca y rituales secretos (por Jorge Monteleone para Clarín)

100 aniversario

Olga Orozco, con voz ronca y rituales secretos

A un siglo de su nacimiento, se multiplican este año las lecturas y reediciones de la gran poeta argentina. Tan expresiva como oscura, su obra roza un existencialismo que hoy se podría definir como gótico.

Olga Orozco guardó toda la vida su primer recuerdo: “un color colorado que se mueve en el campo amarillo y después hay sangre”. Su hermana le contó que cuando tenía dos años andaban por un campo de girasoles y los seguía un chico de boina colorada; de pronto surgió un toro que corría para embestir a los tres, azuzado por el color rojo. Olga iba en brazos y lograron pasar del otro lado de la alambrada, pero las púas desgarraron la blusa blanca de su hermana y la sangre cayó sobre su cara. “Recuerdo el terror, el movimiento, los colores”, dijo. Esa transfiguración de hechos vividos y su reflejo sensible en una imagen inventiva de largo ritmo se halla siempre en sus versos: “mis fundaciones se alzan con sus bloques al rojo, con sus bloques en blanco”.
Olga Nilda Gugliotta nació el 17 de marzo de 1920 en Toay, La Pampa, cuando todavía era gobernación, a once kilómetros de Santa Rosa, y hasta los ocho años residió en aquella casona de la niñez, con árboles frutales y jardines, que reaparece hasta el fin en su poesía. Vivía junto a su padre siciliano Carmelo Gugliotta –que explotaba madera e instaló un aserradero–, su madre argentina, Cecilia Orozco, y sus hermanos Emilio, Celia del Carmen y Yolanda. Era la menor, pero después de la muerte de su papá –que, nacionalizado, fue intendente de Toay por el radicalismo durante catorce años– encontró en Italia a su medio hermano, Francesco Stella.
En 1928 la familia se mudó a Bahía Blanca y desde 1935 vivió en Buenos Aires. Olga escribió desde los doce años, era una gran lectora y, asimismo, aprendió a tirar el Tarot a los trece con la mujer que le hacía los sombreros a su madre. Una de sus hermanas, que la acompañó un día, volvió aterrada diciendo que la había hecho levitar a Olga veinte centímetros del suelo. Sin duda la poesía y la clarividencia se unieron naturalmente en ella desde el principio.
Fue maestra del Normal Sarmiento y poco después ingresó en la carrera de Letras, aunque no la finalizó. Había tenido en paralelo su temprana iniciación en el mundo de la poesía, cuando conoció a Oliverio Girondo y Norah Lange y participó del grupo de poetas de los años cuarenta en torno de la revista Canto. “Éramos prácticamente veinte hombres y una muchacha. La muchacha era yo”, contó. Se casó a los veinte con el director de la revista, el poeta Miguel Ángel Gómez, pero se separó cuatro años después. Su primer libro, Desde lejos, apareció en 1946, en Losada, algo inusual para una poeta primeriza. Olga fue intensa: en el tiempo de la revista surrealista A partir de cero, vivió un romance con el poeta Enrique Molina y, luego de su separación, conservaron una amistad de confidentes durante toda la vida.
En vacaciones, en un retrato de juventud.
En vacaciones, en un retrato de juventud.
En los años cincuenta su pareja fue el actor José María Gutiérrez, con el que puso un bar con happening llamado “La Fantasma”, donde ella se paseaba disfrazada de aparecida. Su último amor fue largo: en los setenta se casó con el arquitecto Valerio Peluffo, que muere en 1989. “No creo ser indiferente a ninguno de los sentidos del amor”, dijo.
En Desde lejos, tan joven, ya había escrito esa línea célebre: “Yo, Olga Orozco, desde tu corazón digo a todos que muero”. Como los poetas de la modernidad –desde Rimbaud, que escribió “Yo es otro”, hasta Vallejo, que escribió “César Vallejo ha muerto”– Orozco inventó a su doble para multiplicarlo en eso que llamó “desdoblamiento en máscara de todos”. Sostenía que el yo del poeta no es una personalidad, sino un sujeto plural en el poema, que transforma la vida en fábula, la historia en mito, la niñez en paraíso perdido. El yo es como un animal anfibio, desgarrado entre la certeza de la muerte y el deseo de otro lugar, otro lado, más allá de lo visto, “donde no hay ni medida ni tiempo”: el otro reino posible, el revés del cielo, ese lugar vislumbrado desde el romanticismo alemán hasta el surrealismo que alimentaron sus lecturas.
A las poéticas de la percepción –“poesía es lo que se está viendo” escribió Joaquín Gianuzzi– en las cuales no hay un más allá de las cosas nombradas, Orozco opuso una poética de lo invisible, donde los objetos son como talismanes que abren –o, mejor dicho, buscan desde un umbral– mundos alternativos y donde las palabras son su modo de arraigarse en el corazón de la tierra. Tal mitología poética, que parece tan remota, tiene en la obra de Orozco la misma sensualidad de su cara, que mira con los ojos verdes y la boca morena hasta en las fotos en blanco y negro. Lo consiguió en la poesía transfigurando en ritmo de ecos graves lo que resonaba en el cuerpo, inolvidable para quien la escuchara: la voz de Olga.
En compañía de su último amor, el arquitecto Valerio Peluffo.
En compañía de su último amor, el arquitecto Valerio Peluffo.
Hacia la década del cincuenta varios poetas amigos frecuentaban la casa de Girondo. Cierta madrugada, al salir de allí, algunos de ellos, entre los que estaban Olga y Francisco Madariaga, fueron encarcelados porque al poeta correntino se le ocurrió pegar un largo grito, un alto sapucay muy lejos de los esteros de su tierra natal, es decir, en plena avenida Libertador de la Capital Federal.
Girondo los liberó con un abogado. En sus memorias, Sólo contra Dios no hay veneno, Madariaga recordaría una escena de esa noche: “Olga Orozco cantaba, en voz muy alta, tangos que las prostitutas de calabozos vecinos celebraban con aplausos y gritos”. Juan Gelman, que la admiraba, habló de esa voz con un verso de ella: “la voz ronca y llorada”. Hubiera querido ser cantante, como lo era en privado muchas veces. Al fastidiarla con la pregunta “¿qué clase de poesía escribe, clásica o romántica?”, espetaba: “yo escribo tangos con categoría”.
Cuando entró a Radio Municipal en 1947 para hacer comentarios sobre dramaturgia, al escuchar esa voz la contrataron como actriz de radioteatro. Su nombre artístico fue “Mónica Videla” y en los años siguientes frecuentó varias emisoras porteñas –aunque no volvió a la radio luego de su viaje a París de 1961 con una beca para investigar “Lo oculto y lo sagrado en la poesía moderna”.
Olga Orozco decía que el tono y la medida de sus versos correspondía al ritmo de su respiración y de su dicción: “mi ritmo respiratorio es el endecasílabo y el heptasílabo. De haber inventado otro tono, habrían tenido que venir a hacerme respiración artificial”. Esos metros aparecen y se hunden como olas en sus versos oceánicos.
Horacio Zabaljáuregui, en el prólogo a la antología Relámpagos de lo invisible, habló de un “ritmo oracular”. Su poesía se reconoce a primera vista: son versos largos como exhalaciones, tiradas que llenan toda la página y que a veces obligan a girar los versos en el margen porque no terminan allí, como si el libro no pudiera contenerlos.
Una página es siempre un ritmo y la voz de Olga es una prosodia personal. “Ese arduo trabajo de adueñarse de la propia voz es la vida que entre 1946 y 1999 pide ser reunida en una obra”, escribió Tamara Kamenszain en el prólogo a la Poesía completa, al cuidado de Ana Becciú (2012).
La poesía de Olga Orozco desdobla esa voz, para ser la otra o lo otro de sí misma, a través de figuras, de yoes, de voces heterogéneas. Al comienzo es una voz ritual bajo la figura de la oficiante, la médium, la hechicera, la que nombra el Verbo sagrado que la habita. Pero también es atravesada por otras analogías: “¿No busco así también la imagen escondida de la que intento ser la semejanza?”, escribe.
Lo otro del yo pueden ser los muertos literarios; los objetos; los animales amados como su gata Berenice; las tres mujeres alternas del poema “Para ser otra”: “Matrika Doleésa”, “Griska Soledama” y “Darvantara Sarolam”; la “Olga” dual del poema “Recoge tus pedazos”, que dice “A Olga, la que no fui”, pero también “A Olga, la que ya soy”. En Museo salvaje (1974) es el cuerpo de mujer fragmentado: piel, cabeza, manos, pies, corazón, sexo. Cada texto es un órgano y el organismo (textual) es el sitio donde el tiempo de la mortalidad transcurre y vuelve al yo su rehén y, a la vez, su falta.
Ese cuerpo desmembrado es también un cuerpo deseante que padece una interrupción, una clausura, un asedio. Y si pudo hallar alguna vez una reunión con la Divinidad (“Es víspera de Dios. / Está uniendo en nosotros sus pedazos”) aquella Potencia puede tornarse muda y punitiva.
En el poema “Miradas que no ven” el Dios que castiga es patriarcal: Adán, antes de la expulsión del Paraíso y de la caída en el mundo terrenal, es sostenido “porque lo asiste Dios por todos los costados”, en tanto resta “solo la mujer para inculpar”: Eva. Dios ya no es la “otra voz” en el ritual de la oficiante. Ahora ella se pregunta en el desamparo: “¿Dios estará tal vez pronunciando mi nombre contra el vidrio final, / contra el silencio congelado”.
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Lo extraordinario de Olga Orozco es que en el último libro publicado en vida, Con esta boca, en este mundo (1994), produce una crítica de su poética inicial: “No te pronunciaré jamás verbo sagrado” escribe. Y luego: “Nuestro combate fue también un combate a muerte con la muerte, poesía”.
En los Últimos poemas (2009), el libro que había dejado listo poco antes de morir, en 1999, se invoca a aquella abuela que contaba historias fantasmagóricas en un telar de relatos, tal como se nombra a la madre en el final del libro previo: “Madre, madre, / vuelve a erigir la casa y bordemos la historia. / Vuelve a contar mi vida”. La vuelta a lo maternal es también indicio del origen: cuando Olga eligió su nombre de poeta, no firmaría Gugliotta, como decía su documento de identidad con el apellido paterno, sino Orozco, el apellido de su madre.
El último poema de la Poesía completa es “Vuelve cuando la lluvia” y el retorno se vincula, como antes a las voces de la abuela y de la madre, a las hermanas, es decir, a una voz colectiva de mujeres. Son ellas las que todavía cantan y las que regresan “para que completemos de nuevo la canción”. La crítica del Verbo sagrado del final de la poesía de Olga Orozco se une así a esta voz comunional, sororal, de mujeres: “Hermanas de ráfaga y temblor, hermanas mías, / las escucho cantar desde las espesuras de mi noche desierta”.
La gravedad del tono de esa poesía no agota su obra: hay otras entonaciones en otros textos, donde el humor, el sarcasmo y la ambigüedad enriquecen aquel decir inagotable y lo alejan de toda impronta funesta. En los relatos en prosa poética –La oscuridad es otro sol (1967) y También la luz es un abismo (1995)– una doble infantil, Lía, rememora aquella niñez transfigurada. Entre 1964 y 1974 escribió notas periodísticas para la revista Claudia y firmó con ocho seudónimos. Entre ellos, “Valeria Guzmán” respondía el “Correo íntimo”.
Algunas cartas desopilantes hacen sospechar que ciertos corresponsales también fueron inventados por la poeta. En algunas respuestas, aprovechaba para liquidar estereotipos machistas. Marisa Negri compiló parte de esa obra periodística en Yo, Claudia (2012). La crónica dedicada a Marilyn Monroe es una pequeña obra maestra.
En paralelo, entre 1970 y 1974, junto a su maestra de astrología María Julia Onetti –la prima del escritor uruguayo– firmaba con el seudónimo “Canopus” el horóscopo dominical en el diario Clarín. No faltó la broma con la palabra “orózcopo”, aunque, en este caso, Olga, pisciana con ascendente en acuario, aseguraba que jamás inventó una sola predicción.
En sus breves “Anotaciones para una autobiografía” su vida tiene un registro mágico, afín a su precoz oficio de tarotista –que abandonó cuando se le volvió ominoso, con pesadillas oscuras y la presciencia de una muerte que aconteció–: “Mis amigos me temen porque creen que adivino el porvenir. A veces me visitan gentes que no conozco y que me reconocen de otra vida anterior”. En ella la magia siempre fue material y la fe un hábito: “soy absolutamente religiosa”, dijo.
Orozco con Alejandra Pizarnik
Orozco con Alejandra Pizarnik
Le contaba al poeta Fernando Noy que una de sus grandes amigas desde 1955, Alejandra Pizarnik –cuya obra tiene un diálogo indeleble con la suya– la llamaba en la hora del lobo, a las 3 a.m., cuando los insomnes son acosados por el terror, para disipar la angustia. Olga le proporcionaba un conjuro, como “Gran Sibila del Reino”, para certificar que “jamás un pájaro negro se le posaría sobre la sombra” y que “las piedras se abrirán milagrosamente para dejarla pasar a las mayores luminosidades”.
Pero asimismo en sus registros orales, en las entrevistas, en las anécdotas que otros recuerdan, Olga respondía como una Alicia arrabalera en el país de las maravillas. En el libro Travesías. Conversaciones coordinadas por Antonio Requeni, compartido con Gloria Alcorta, a la pregunta “¿Cuándo comenzó para ustedes la vida consciente?”, Olga, a los 75 años, responde: “Para mí todavía no comenzó”. O cuenta que alguien le preguntó: “Señora Orozco ¿usted en qué piensa durante el acto sexual?” y que ella replicó: “Yo pienso en el plano de la ciudad de Rosario”.
Olga Orozco es una de las grandes voces poéticas de la lengua española y su legado atraviesa varias generaciones. Su poesía, simultánea, transitiva y plural, aún nos habla.
Jorge Monteleone es profesor en Letras (UBA). A partir del 13 de marzo dará en MALBA un curso de seis encuentros sobre “La voz de Olga Orozco”.
OLGA EN LA CASA DE TOAY por Jorge Monteleone
Cuando en los años noventa Leda Valladares la buscó en Toay, nadie conocía la casa natal en la que su amiga Olga Orozco vivió su niñez. Alguien le preguntó si no era la casa de los Gugliotta, que habitaba ahora una familia lugareña. En 1991 Olga propuso que fuera adquirida con recursos estatales y donaría su biblioteca personal, de 4500 volúmenes, con varios objetos y archivos. Cuando ocurrió, en 1994, la poeta habló del “principio de mi vuelta a casa”. Ese fue el escenario primordial de la infancia como espacio mítico, la casa “que siguió andando en mis sueños, en mis insomnios, en mis poemas”. Aquellos montes y médanos que la rodeaban, los campos labrantíos, los árboles negros, las paredes de ladrillos rojos, los intrincados ramajes, los caballos, dieron lugar a un sitio prolijo y geométrico, entre avenidas abiertas.
Casa-Museo Olga Orozco en Toay, La Pampa.
Casa-Museo Olga Orozco en Toay, La Pampa.
El que llega a la Casa-Museo Olga Orozco, flanqueada de palmeras bajas, ve una casa clara de ventanales altos y rejas negras. Hoy es un centro cultural con exhibiciones artísticas en las antiguas habitaciones familiares. Hay un gran jardín central, con árboles y senderos y un cerco de tamariscos, al que daba su cuarto de niña, pero lo que más impresiona es la biblioteca, con todos los libros de Olga, parte del mobiliario y los objetos que ahora son nuevos talismanes: por ejemplo, se hallan las primeras ediciones; la letra aguzada de tinta azul que inscribe una lista tentativa de poemas y una especie de diario personal donde se lee: “mirar la luz hasta apagarla, mirar el cristal hasta romperlo, cambiar de lugar los objetos”; cartas, donde se reconocen las firmas de Enrique Molina y de Juan Gelman; un archivero con papeles mecanografiados de guiones de radio, apuntes, la revista Claudia; un lápiz amarillo y una piedra negra y la blanca máquina de escribir Olympia Splendid 33. Y esa serie de fotografías fascinantes donde se entra a la vida de Olga, a la sucesión de las horas y las caras, al amor con Valerio Peluffo.
Sobre una vasta pared color borravino, se lee su caligrafía agigantada que dice: “En esta casa, donde aprendí a descubrir luces y abismos y que es ahora un Paraíso inesperado, con gran emoción”.
ACTIVIDADES en torno a Olga Orozco
Lecturas
Festejamos a Olga Orozco Participan: Marisa Negri (editora del volumen Yo, Claudia de O.O.), Clarisa Pérez Villalobo-Spillmann, Tani Mellado, Nadia Sandrone. 14/3 - 17hs Montes de Oca 971 / Barracas, CABA.
Club de lectura “Las Olgas”con Marisa Negri 18 y 19/3 18hs. Víctor Lordi 73 -Santa Rosa, La Pampa.
Cine y Charla sobre Olga Orozco Participan: Dora Battistón, Silvio Tejada, Diana Blanco, Marisa Negri Asoc. Pampeana de Escritores. 20/3 19hs. Víctor Lordi 73 -Santa Rosa, La Pampa.
Curso. A partir del 13 de marzo el profesor y ensayista Jorge Monteleone dará en museo MALBA un curso de seis encuentros sobre “La voz de Olga Orozco”.
Acto homenaje centenario nacimiento de Olga Orozco Performance poética a cargo de Fernando Noy, Samuel Bossini, poetas amigos de Orozco. 17/3 - 10hs. Jardín de la Casa Museo Olga Orozco, Toay, La Pampa.
Festival de la poesía en homenaje a Olga Orozco Tarde de acciones de producción poética en la vereda del museo y en el bulevar, coordinadas por el equipo educativo de la CMOO. 22/3 - 18:00hs Jardín de la Casa Museo Olga Orozco, Toay, La Pampa.
Publicaciones
Dos volúmenes publicará la Universidad Nacional de La Pampa con nuevos estudios sobre Olga Orozco: Los juegos de espejos: poética y subjetividad en Olga Orozco y Médanos fugitivos: poética y archivo en Olga Orozco. Graciela Salto, Dora Battiston y Sonia Berton (Comp.).