viernes, 3 de enero de 2020

#OlgaOrozco2020: Tierra nueva en crónica vieja





En nombre de mi rey
consagro estos dominios al servicio de su fantasía y de sus ocios
y a la gloria y alabanza de Dios.
Sobre estas posesiones puede haber más de un sol
y en cada sol instauran su brillo fulminante la corona y el trono,
porque así es el poder.
En adelante rige, inapelable, estas tierras sin fin y estos océanos sin estatutos
que forman la dudosa, incomprobable realidad.
Son sitios resbalosos, hechos para el traspié y para la caída;
debajo de cada paso suele haber un agujero.
Son arduos territorios donde todo es posible, salvo la costumbre,
donde cualquier repetición, aún la de abrir puertas a las visiones de Ezequiel
o la de levantarme de mi lecho para que pase un barco,
es fatal advertencia o acosadora pesadilla.
Lo que fue ayer no es hoy y las piedras de hoy no permanecerán hasta mañana,
porque no hay nada estable, ni dicha ni tormenta,
y donde hubo un jardín prosperan como locas las cabelleras de las furias
y donde hubo una hoguera tal vez surja Cartago o los perros de Orión.
No me preocupa levantar la casa sobre ráfagas que huyen,
porque de todos modos cambiará de lugar con cada trueno lo mismo que los pájaros,
aunque sobre mis huesos prevalezcan los rosales silvestres y la araña.
También, también los hombres mudan de piel bajo la garra del relámpago;
son ellos y no son,
como si los hubiera ganado la distancia o invadido otra especie;
a veces se adormecen del lado del amor y despiertan del lado del encono;
a veces se evaporan cuando llegan, crecen cuando se alejan.
Algunos precipicios persiguen al viajero, lo aprisionan en su estuche de hierbas;
otros toman la forma de una herida anterior,
de una larga fisura por la que se puede contemplar el infierno.
Traidoramente bellas son la fauna y la flora, hechas de terciopelo y pedrería
o esculpidas en el humo  y la niebla,
pero siempre dispuestas al asalto, al estrangulamiento y al veneno.
Este reino es esquivo, soluble y engañoso como ciertos cristales en el atardecer.
Hay rincones que vuelan, poblaciones arrancadas de cuajo,
praderas que caminan hacia el mar con sus hormigas y con sus antorchas,
pero nada es indemne bajo la mordedura de la herrumbre
ni el tajo de los años.
Aquí los habitantes y las cosas son fantasmas: como llegan se van.
Yo le pido a mi Dios una sola certeza:
que no despierte ahora ese rey que me sueña.


en "En el revés del cielo" (1987)

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