domingo, 19 de enero de 2020
#OlgaOrozco2020: En la rueda solar
Cada ojo en el fondo es una cripta donde se exhuma el sol,
donde brilla la luna sobre la piedra roja del altar
erigida entre espejos y entre alucinaciones.
Yo asisto cada día con los ojos abiertos al sacrificio de la resurrección,
a la alquimia del oro en aguas estancadas.
Es difícil mirar con la sustancia misma de la luz filtrada por la tierra del destierro;
es imposible ver quién se levanta y anda entre malezas
desde estos dos fragmentos arrancados a la cantera de la eternidad.
Uno al lado del otro en su prisión de nácar,
en su evasión de nubes y de lágrimas;
uno ajeno del otro,
sometidos a ciegas a la ley de la alianza en la separación,*
fabulan la distancia, la envoltura de cada desencuentro, la isla que no soy.
¿Y acaso no me acechan desde el fondo de todo cuanto miro
igual que a una extranjera?
¿No me dejan a solas con su estuche de nieblas,
lo mismo que a un rehén,
contra la trampa abierta en la espalda del mundo?
¡Extraña esta custodia que permite avanzar al enemigo transparente
y retiene hacia adentro este insondable vacío de caverna!
No tiene explicación esta córnea con piel de escalofrío,
con avaricia de ostra que incuba al mismo tiempo su misterio y el cuchillo final;
tampoco es razonable este iris que tiembla como una flor al borde del abismo,
que destella y se apaga lo mismo que un relámpago de tigres,
que se acerca y se aleja semejante a una selva sumergida en un ala de insecto.
¿Y la pupila, entonces?
¿Quién puede descifrar esta pupila cautiva entre cristales,
este túnel contráctil siempre alerta a la inminencia a solas,
esta palpitación a medias con la muerte?
¡Basta, mirada de fisura, incesante mirada de pólipo en tinieblas!
Es otra vez el mismo tembladeral de aguas voraces,
la misma negra rampa circular que me pierde hacia adentro.
Es otra vez el mismo recinto central adonde caigo
arrastrando un telón sobre la lejanía,
entreabriendo la escena donde los personajes son una sola máscara de Dios.
Es otra vez el mismo centinela que dice que no estoy,
la misma luz de espada que me empuja hacia afuera hasta el revés de mí,
hasta la ciega condena de estos ojos que me impiden mirar
y que sólo atestiguan la división debajo de estos párpados.
en Museo Salvaje (1974)
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