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manuscritos de la poeta en su casa natal foto: marisa negri |
Galardonada recientemente con el premio mexicano“ Juan Rulfo”, la obra
poética de Olga Orozco, es un homenaje al misterio. A sus últimos libros Con
esta boca, en este mundo (1995) y También la luz es un abismo (1995), se acaban
de sumar este año las compilaciones: Eclipses y fulgores y Relámpagos de lo
invisible.
Su poesía es un
extenso collar de preguntas; al frotarlo aparece un relato, es siempre el mismo
y es distinto: una niña despierta en medio de una cacería, corre tanteando las
ruinas de otro sueño, una sombra le pisa los talones, debe atravesar una
puerta, un muro, encontrar un talismán, una clave. Todo es imposible, pero en
medio de la búsqueda se escribe el poema; surge a modo de conjuro.
Usted dijo que la infancia es como una semilla tatuada y habló alguna
vez de la suya en La Pampa, ¿y sus años en Bahía Blanca?
-Estuve allí de los 8 a los 15 años. Iba al puerto cuando me permitían
mis padres. Recuerdo al viento de Bahía, una cosa inolvidable; me acuerdo de
esos lugares a los que Mallea después vio como misteriosos, y que yo no les
encontraba el misterio; el club Argentino,
él habla como si hubiera un gran misterio en esos señores que se sentaban a
hacer la digestión y a leer el diario en blandos sillones a la siesta, o en los
chales y batones que se movían en una tienda que se llamaba Las Catorce
Provincias ¿Qué idea tan curiosa del misterio que tenía?, ¿no? Hay más misterio
en el recorrido de una hormiga, en espiar la huella que va dejando una
lagartija.
Hay un personaje recurrente en su infancia que es su abuela.
- Era descendiente de irlandeses y me contaba un cuento diario. Ella
decía que tenía 105, se aumentaba la edad por coquetería, cuando murió
descubrimos que tenía 95. Fue un personaje muy importante en mi vida, se
llamaba María Laureana. Me contó cuentos hasta que murió. Hasta los 28 años.
Había noches que yo no podía ir a dormir y ella tampoco, entonces me iba a
buscar a mi cuarto, nos levantábamos las dos, tomábamos fernet en el comedor y
ella seguía contándome cuentos de indios, cuentos extrañísimos ,los diablos los
ángeles, los castillos, las princesas, los ogros, los tesoros en el fondo de un
lago custodiado por bichos fantásticos. Además de esos cuentos que podrían
figurar en cualquier antología, hacía dulces, entendía de hierbas, de
curaciones, conocía a los pájaros por su canto; era una sabia de la naturaleza
Pareciera que no hay tierra firme, usted dice: “mi casa es la que nunca
termina de llegar”, y también “escribo
como quien hace un lugar para vivir”.
-Ese era un juego de la infancia que teníamos con mi hermana, el viajar
en la casa por las noches; entonces, a través de todas las lecturas, de Julio
Verne,
e los relatos de piratas que habíamos leído; se apagaban las luces a la una de la mañana y para nosotras la casa se ponía en movimiento, empezaba a andar y nos llenábamos una a otra de miedo porque atravesábamos tempestades, pozos, témpanos de hielo que se nos venían encima.
e los relatos de piratas que habíamos leído; se apagaban las luces a la una de la mañana y para nosotras la casa se ponía en movimiento, empezaba a andar y nos llenábamos una a otra de miedo porque atravesábamos tempestades, pozos, témpanos de hielo que se nos venían encima.
Se refiere a su hermana Yola.
-Sí,Yola y yo teníamos edades muy cercanas, compartíamos los juegos,
todas las fiestas, las mismas cosas.
Hay un poema a ella con un final tan rotundo: “cuando vuelva por mí la casa en que te vas”. Volvemos al tema de la casa.
-Sí, se llama “Tú la más imposible”, la más imposible de los muertos.
Para mí era asombrosos despertar en el mismo lugar cada mañana, que el mundo no
hubiera cambiado totalmente. Todo eso me asombraba, la unidad de lugar, la
unidad de persona y la unidad de tiempo. Después me fui acostumbrando a eso
como si hubiera vivido en otro lugar donde eso no existía, donde se podía estar
en todas partes a la vez, en todas las épocas y donde los lugares podían cambiar de
fisonomía a piaccere.
¿Se sentía diferente a las demás chicas de su edad?
-Yo jugaba con las demás, pero era bastante reservada y un poco solitaria; tenían que empujarme un
poco para que compartiera los juegos. Además adivinaba muchas cosas; cuando lo
empecé a comentar me di cuenta de que no era tan corriente y se transformó en
algo secreto. Una sombrerera de Bahía Blanca, Felicitas Pugni me encontraba
“condiciones extraordinarias para cualquier cosa de trasmundo” y me enseñó a
tirar el tarot: era una señora muy curiosa, andaba con sombrero y cartera en su
propia casa. Yo tendría 14 años y acompañaba a la mucama con encargos de mi
madre. Un día me hizo levitar hasta acá (indica con la mano unos 40 centímetros
del suelo). Recuerdo que yo le decía a
mamá: “hoy va a venir la tía Margarita a la hora del té y me va a regalar una
muñeca”. Y esa tía, que habitualmente no solía venir, llegaba a las cinco con
una muñeca. Siempre tuve esa facultad, videncias, premoniciones.
Alguien definió a la videncia como reflexión vertiginosa.
-Y bueno. Yo tuve relámpagos desde chica; inclusive a medida que crecí
la fui perdiendo un poco. No creo que lo tengan todos los poetas tampoco; hay
poetas muy descriptivos o muy reflexivos o muy objetivos que no tienen
vislumbres de lo que hay detrás de las apariencias.
Se podría leer su poesía como si se leyera una baraja. Usted tiene un
poema, “Cartomancia”.
-Supongo que sí, porque con cada poema te llega en un oleaje de acuerdo
a la época en que lo escribiste. Por eso hay series de poemas que se dan con un
único tema, con alusiones a las cosas que sucedieron en determinado tiempo. Son
los que configuran cada libro.
Ahí entra el tema del tiempo...
-El tiempo y la memoria juegan un papel permanente. Yo tengo una
memoria como si actualizara todo; de pronto como si todo fuera presente; creo
que la memoria va corrigiendo, inclusive a través de las cosas que me van
sucediendo, les van dando otro color al pasado.
¿La memoria inventa?
-No creo; más bien interpreta, va completando interpretaciones. Yo digo
que le hago respiración artificial a los recuerdos. Percibo las cosas que se
evaden y se transforman. De ahí que quiera fijarlas en la memoria, pero no la
memoria con un papel nostálgico sino con un papel activo, de lucha y de
preservación contra el tiempo.
La bohemia como diálogo y festejo. ¿Qué nombres recuerda?
Molinari, a quien le hicimos varias comidas en homenaje por la demora
en darle el Premio Municipal y el Nacional; también recuerdo a Girondo, Norah
Lange, Ulises Petit de Murat, González Tuñón. Hablábamos de literatura,
recuerdos de viaje, historias cómicas, anécdotas, mil cosas. Norah y yo nos
disfrazábamos -ella tenía un baúl con caretas, boas de plumas, antifaces- y
dábamos un discurso. También se bailaba, Norah tocaba el acordeón, otro el
piano, los muchachos improvisaban números. Por ejemplo Julio Llinás y Edgar
Bayley se ponía cada uno en un extremo del salón y desde el suelo trataban de
avanzar con un esfuerzo infinito; esto podía durar horas y nunca llegaban a
tocarse las manos.
¿Se siente cómoda dentro del rótulo “generación del 40?
-Ninguno tenía que ver con el otro. La evolución de cada uno fue
diferente; unos con influencia clásica, otros marcadamente neorrománticos, también
estaban aquellos influídos por Molinari y otros tributarios de Neruda. El poeta
chileno influyó bastante en el lenguaje y legó el apogeo del gerundio, lo
enumerativo, la incorporación de elementos que podrían haber sido considerados
bastardos: zapatos, camisas, etc.
Algunos críticos la ubican dentro del surrealismo, rótulo que a mi
parecer no define la totalidad y complejidad de su obra.
-No me considero surrealista. tengo algún parentesco por mi actitud
frente a la vida, imágenes oníricas, el valor de lo subconciente, la fe en
distintos planos de la realidad y mi apuesta a la libertad, al amor, a la
poesía -por sobre todas las cosas- que es una especie de bandera del
surrealismo.
¿Es cierto que usted cantaba tangos? La periodista María Esther Gilio le adjudica voz de musa de arrabal.
-Me parece un título bastante honorífico. Cuando me preguntan qué clase
de poesía hago, a veces digo que hago tangos con categoría. Me gustan
Discépolo, Manzi, Expósito, Cátulo Castillo. En casa de Girondo, después de las
dos de la mañana, él, que me tenía muchísimo cariño, me permitía cantar dos
tangos; yo por dentro me sentía un ángel cantando, pero por fuera sonaba a
perro. Le veía a todo el mundo intenciones de amordazarme.
Nómbreme algunos tangos de su repertorio.
-Sur, Che bandoneón y Una canción.
¿Qué ha cambiado en su poesía a través de los años?
-El nudo estaba desde el comienzo; obviamente se habrán dado algunos
cambios; el lenguaje se habrá enriquecido. En algunos textos de los últimos
años hay una especie de excavación en lo imposible. Me refiero a un mundo más
desnudo, encerrado y exiguo; un mundo como el de Kafka o Becket, sin que esto
signifique parentesco sino un paralelo.
Dice también que la poesía es una tentativa malsana y perversa
Si es malsana porque hay que atravesar cuando uno sube hasta esas
alturas o desciende hasta esos abismos hay que atravesar territorios muy
peligrosos, fangales, arenas movedizas, las palabras se te escabullen, las vas
a tomar y huyen, huyen, crecen a medida que huyen y quieres alcanzarlas y no
puedes, además hay que elegir y hay que mutilar muchas cosas, es
perversa...además las ves resplandeciente por dentro de lejos, y cuando te acercas
es como una mendiga, no?
Su poesía es el reverso de cuento de hadas; hay movimiento y un aire de aventura.
-Creo que sí, inclusive creo que las imágenes tienen algo de aventura,
y hay soplo de fantasía infantil también. Todo está hecho un poco
cinematográficamente. Es una construcción que por más que parezca muy
libre, es muy exigente, porque nunca
digo una cosa en la línea 24 que se contradiga con algo dicho en la línea 2, lo
que allá era arena acá es es agua Siempre digo que construyo los poemas como un
arquitecto, no pongo una ventana donde hay una escalera. Hay quienes dicen que
se puede alzar un elefante con una pestaña. Yo espero que todo sea imaginativo,
por supuesto que acepto la imaginación al máximo, pero que sea visualizable, no
que sea verídico, pero sí verosimil.
En su poesía hay un destino traspapelado que se encuentra y se extravía, y una cacería, una acechanza siempre.
-¿No es la muerte? Yo creo que es la muerte y la memoria, justamente, y
la poesía, son para mí armas contra el tiempo y la muerte. Le voy echando
poemas a la muerte para sobornarla. Yo tengo un miedo horrible de morirme a
pesar de tener fe; eso es bastante comprensible, ¿no?
Corrige mucho los poemas?
-Corrijo mucho cada línea. Si paso a la segunda línea es que la primera
ha pasado por muchas versiones y así sucesivamente, entonces al final del poema
no corrijo casi nada, quizá algunas repeticiones, nada más.
-¿Qué hay en su búsqueda?
-Una mirada de perplejidad, aunque es un poco horadante. Intento una
penetración a fondo, sin distracciones. Diría que mi poesía es de intemperies y
desamparos. Creo que el verbo es el comienzo del mundo en casi todas las
cosmogonías, y al descender fue creando distintos planos de la realidad
objetiva en la que vivimos. Y el poeta, apostando cada vez más lejos, trata de
ir revirtiendo esos planos, recorriéndolos otra vez hacia arriba para llegar a
ese verbo primordial que dió nacimiento a todo. La poesía es una interrogación
que se contesta con otra. Y no se llega a ese verbo primero, porque cuando se
está cerca, se llega a la pregunta cuya respuesta es imposible porque está
vedada de este lado del mundo. La pregunta, según Maurice Blanchot, es el deseo
del pensamiento, y la respuesta es la desgracia de la pregunta.
Usted escribe con una piedra en el puño. Pienso en su tierra natal, La Pampa, y en los araucanos, la dinastía de los Curá (piedra) y de su jefe el cacique Calfucurá (Piedra azul).
-Yo escribo con una piedra en la mano, una piedra de San Luis en una
mano y otra de Sicilia en la otra; claro que no puedo escribir con las dos
piedras, pero las tomo alternativamente; una de San Luis que es donde nació mi
madre y una piedra de Capo Dorlando de Sicilia donde nació mi padre. Y a veces
tomo una piedrecita negra que me dió un chico del que estuve enamorada cuando
tenía 6 años.Yo siento a las pìedras, las siento latir como si tuviera un corazón
de pájaro en la mano.
*realizada en Buenos Aires, en junio de 1998
*realizada en Buenos Aires, en junio de 1998