Jorge L. Borges: Foto Annemarie Heinrich, 1966
Un creador de mitos y desconcertantes teoremas, un intérprete de la eternidad y el infinito: un escritor porteño y universal.
Un hombre borroso, un hombre que, a fuerza de negar el destino comúnmente anecdótico de cualquier hombre, parece estar logrando que lo invada una sustancia neblinosa, un laborioso aire que lo esfuma. O tal vez sea el hecho de ver tan poco lo que él toma con una intensidad tan contagiosa que casi no lo vemos. Hasta que su vaguedad se impone, sin embargo, con mayor fuerza que la de una cara o un conjunto de contornos recortados, definidos, y nos quedamos mirando a este Jorge Luis Borges de esta hora precisa de este día de 1966, como si, al igual que su obra, estuviera hecho de infinitas superposiciones de tiempos y distancias.
Este hombre alto, para quien la estatura parece constituir una evidencia fastidiosa y y cuyos movimientos indecisos se aproximan a la indecisión, esta especie de vacilante rapsoda, fue postergado otra vez en el Premio Nobel de Literatura.
Buenos Aires lo comenta.
Y Borges está incómodo. Porque es un hombre tímido al que molestan por igual el comentario, la interrogación, la calumnia y la alabanza.
De la misma manera le molesta hablar de su vida, como no sea para decir que no ha estado consagrada a vivir: "Pocas cosas me han ocurrido más dignas de memoria que el pensamiento de Shopenhauer o la música verbal de Inglaterra".
Rastros de una biografía
Evidentemente, no existen en el destino de Borges los hechos pintorescos o aventureros que puedan condimentar ese alimento para la curiosidad pública, esa fiesta en una sala de pasos perdidos que es la biografía de cualquier hombre de notoria actuación. No ha sido marinero, no ha ido a Africa a cazar mariposas, no ha competido por ninguna copa en ningún torneo deportivo ni ha figurado como protagonista en ningún estruendoso naufragio sentimental.
Pero, a pesar del inmenso predominio de la literatura sobre cualquier otro episodio, no ha podido escamotear su nacimiento, ni el forzoso recorrido de sus años hasta la actualidad, recorrido que, por lo demás, no es más opaco que el de cualquier otro destino, cuando se anota en datos concisos y breves, que se asemejan a su propio pudor, a todo pudor.
Nació el 24 de agosto de 1899 en Buenos Aires.
Pasó su adolescencia en Europa y cursó el bachillerato en Ginebra.
En 1919 viajó a España y se unió al movimiento poético que tenía como medio de expresión la revista "Ultra", de donde deriva su designación de ultraísmo.
En 1921, al regresar a Buenos Aires, fundó con González Lanuza, su primo Guillermo Juan, Norah Lange y otros, la revista mural Prisma: carteles con esos angélicos dibujos de su hermana, Norah Borges, con poemas plagados de forzadas y esforzadas metáforas y declaraciones como la siguiente: "Hemos embanderado de poemas las calles, hemos iluminado con lámparas verbales vuestro camino, hemos ceñido vuestros muros con enredaderas de versos". Pero al transeúnte porteño le conmueven muy poco esas banderas, no se abandona a la guía de esas luces ni le interesa que crezcan esas enredaderas. Considera que este fervor es un fervor lujoso, un fervor de inútiles ocios, que solo deja de serlo cuando la fama lo respalda.
"En ese mismo año Borges publica en la revista Nosotros los principios y propósitos del movimiento ultraísta, al que denominará después; "la secta, la equivocación".
Al año siguiente, con intervalos que la prolongan hasta 1926, aparece la revista Proa, de la cual forma parte junto con otros y Macedonio Fernández, escritor particularísimo y universal, que influyó íntimamente en su obra.
Integra la generación "martinfierrista" , que agrupa a un conjunto de escritores de vanguardia, nada folkloristas a pesar de su denominación, en el combativo y satirizante periódico Martín Fierro.
Con su primer libro, Fervor de Buenos Aires (publicado en 1924), se inicia una producción que será numerosa y que abarcará poemas, cuentos y ensayos. Uno y otro libro serán como los mojones que marcan su trayecto desde el arrabal porteño a los arrabales del cielo: Luna de enfrente, Inquisiciones, El idioma de los argentinos, Cuaderno San Martín, Historia universal de la infamia, E jardín de los senderos que se bifurcan, El Aleph, El hacedor, etc.
Sus galardones, a lo largo de esta obra, matizados por algunos banquetes de desagravio en ocasión de no haberle sido adjudicado algún merecido trofeo, son también numerosos: Premio Municipal, Premio Nacional, Gran Premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores, presidencia de esta misma institución, Doctor Honoris Causa de la Universidad de Cuyo, título de Comendatore adjudicado por el gobierno italiano, Premio del Congreso Nacional de Editores (compartido con el irlandés Samuel Beckett), insignia de Comendador de la Orden de Artes y Letras concedida por el gobierno francés, Premio del Fondo Nacional de las Artes, etc.
Es profesor de literatura inglesa en la Facultad de Filosofía y Letras, y Director de la Biblioteca Nacional.
¿Falta de pasión y humanidad?
Este es uno de los cargos que con mayor frecuencia se hace a Jorge Luis Borges, escritor y persona. Absurda exigencia la de convertirlo en lo que no es y de juzgar una obra por los elementos de que carece, sobre todo cuando su inmenso relieve está dado, justamente, por la exacerbación del mundo que contiene. De la misma manera se le podría reprochar el no ser águila o urna griega, porque evidentemente el hombre que hubiera escrito libros donde la pasión avasalladora o el desarreglo de los sentidos llevan a situaciones extremas, no sería nunca este escritor especialista en laberintos mentales, en conjeturas, en claves de acciones y vidas simbólicas, en bifurcaciones de tiempos y de destinos, en ajedreces y espejos infinitos.
Que los personajes de Borges no intervengan en movimientos sindicales, que su acción no se demore en acariciar un perro, o en huir de mosquitos durante un pic-nic, no justifica ningún reiterado reproche. Borges no coloca sus personajes en un plano de alegato social, ni de buenos sentimientos familiares, ni de preocupaciones cotidianas, sino que se proyecta con ellos hacia un mundo o una esencia trascendente, hacia enigmas y problemas metafísicos, hacia conflictos eternos entre el hombre y el cifrado universo que lo encierra.
Todo ello no lo exime de la ternura contenida, la emoción pudorosa y el temblor de quien ha rozado el centro del misterio.
El oficio y el hombre
Este apasionado de la palabra, que escribe porque para él no existe otro destino-de acuerdo con sus propias declaraciones-, este indagador de arcanos, ha definido al Borges escritor y al Borges persona en una memorable página de Inquisiciones:
"Al otro Borges, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Buenos Aires y me demoro acaso ya mecánicamente, para mirar el arco de un zaguán y la puerta cancel; de Borges tengo noticias por el correo y veo su nombre en una terna de profesores o en un diccionario biográfico. Me gustan los relojes de arena, los mapas, la tipografía del s XVIII, las etimologías, el sabor del café y la prosa de Stevenson; el otro comparte esas preferencias, pero de un modo vanidoso que las convierte en atributo de un actor. Sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir, para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica. Nada me cuesta confesar que ha logrado ciertas páginas válidas, pero esas páginas no me pueden salvar, quizás porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del lenguaje y la tradición.
Por lo demás, yo estoy destinado a perderme, definitivamente, y sólo algún instante de mí podrá sobrevivir en el otro.
Poco a poco voy cediéndole todo, aunque me consta su perversa costumbre de falsear y magnificar. Spinoza entendió que todas las cosas quieren perseverar en su ser: la piedra eternamente quiere ser piedra; y el tigre, un tigre. Yo he de quedar en Borges, no en mí (si es que alguien soy), pero me reconozco menos en sus libros que en muchos otros o que en el laborioso rasgueo de una guitarra. Hace años yo traté de liberarme de él y pasé de las mitologías del arrabal a los juegos con el tiempo y con lo infinito, pero esos juegos son de Borges ahora y tendré que idear otras cosas. Así mi vida es una fuga, y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro.
No sé cuál de los dos escribe esta página."
Nosotros lo sabemos, y esperamos el Premio Nobel de otro año para los dos.
en Revista Claudia 114 - noviembre de 1966 -
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