El Maharishi Mahesh me inició en la práctica de la meditación trascendental antes de convertirse en el iluminado guía de los Beatles
Yo lo vi primero. Fue en un atardecer de octubre en Porto Alegre. El avión demoraba la salida y los pasajeros se impacientaban. Yo no tenía ninguna prisa por partir. Mientras siguiera allí, la cita de amor, el intenso y desesperado reencuentro, la penosa despedida que acababa de aceptar como el último detalle de la fatalidad, no habrían concluido.
Todavía podía pensar que no era la mujer “sola” que regresaba a Buenos Aires con un pasaje vencido: “Dicha: ida y vuelta”. No, ya no era tiempo de pedir un milagro. Y sin embargo, al volverme, vi la aparición. Estaba de espaldas, con el pelo negro, suelto y canoso-“sal y pimienta”-cayéndole sobre los hombros. Un brazo frágil y una mano delgada, en ademán de adiós, levantaban la ligera tela de la túnica blanca. Me sobresalté.
¿Era una respuesta a ese ruego silencioso que no me atrevía a formular? ¿Era un mensaje para mí?
En ese momento se volvió. No era una mujer. Era un hombre, pequeño, de largas barbas. Lo vi fugazmente cuando pasó, escoltado por una pareja de eficientes norteamericanos. Llevaba un ramo de gladiolos rosados y se instaló, hasta desaparecer pausadamente tras un respaldo, dos asientos más adelante.
Recordé la predicción de una vidente, una predicción casi olvidada: “En un viaje de regreso a Buenos Aires encontrará al “maestro”, a su “gurú”. Él le dará la paz, y esa paz transformará su vida.”
Empecé a sentirme extrañamente protegida y acompañada.
Varias veces tuve la tentación de acercarme a ese lugar que parecía vacío y abordarlo, pero me contuve. Sentía que el destino trabajaba por mí y que no debía forzarlo. Era preferible que obrara por sí solo, insensiblemente, como un roce de plumas, como un soplo sobre mis párpados cerrados.
Cuando me desperté aterrizábamos en Ezeiza.
El personaje de mi visión, amurallado ahora por un grupo de norteamericanos, se esfumó entre la multitud.
Un pañuelo, una flor, una fruta, una moneda
Pocos días después me llamó una amiga, una especie de girl scout de las “peregrinaciones a las fuentes”, campeona en los saltos de garrocha que conducen de una vidente a una cartomántica, de un astrólogo a un yuyero, de una sociedad teosófica a un curso de hatha-yoga, de un centro espiritista a un campamento de gitanos, de un psicotest a la borra del café.
-¡Elena! ¡Hay un santón en Buenos Aires! Es el Maharishi Mahesh. Lo he visto por la “tele” y es una monada. Está en el Alvear Palace y recibe esta tarde.
Paso a buscarte dentro de media hora-exclamó en ese tono con que el marinero español hubiera gritado “ ¡Tierra!” si hubiese tomado clases de dicción con María Belén.
Fui. El roof-garden del Alvear estaba atestado de gente y de intenciones, buenas, malas, neutras. Las caras y el aspecto general delataban lo que cada uno había ido a buscar: show, faquirismo, novedad, mensaje del cielo, ilusionismo. Yo necesitaba una receta para mi angustia, un neutralizador de recuerdos, un tiempo de paz en algún lugar del porvenir.
Me abrí paso dificultosamente entre curiosos comentarios: “¿No te hace acordar a Omar Khayyam?” “¿Cuál? ¿El de la sedería de la calle Lima?” “No, tonta; ese que habla tanto del vino”, “ ¡Ah!, yo no sé, como yo no tomo..” o “Te digo que es una mujer!” “ ¡Pero si tiene barba…” “ ¡Bah! También tiene collar, y además ¡esa voz!”
Llegué.
¿Habéis adivinado, sagaces y queridos lectores? Os prometo no volver a impacientaros con excesivos suspensos. Y bien, sí, era “mi” gurú. En adelante Maharishi (Maha: Gran; Rishi: Sabio) Mahesh. Estaba descalzo, sentado como un loto sobre una piel de gamo y llevaba un largo collar de cuentas. Hablaba con una voz aflautada, chirriante. El graznido estridente y cascado estaba entrecortado por pequeñas risas que matizaban su extraño inglés de duende: “Sé que el día en que todos los problemas mundiales, regionales o nacionales, puedan ser conducidos hacia la búsqueda de la tranquilidad individual, habremos encontrado la receta de la paz eterna. Todos los males de la humanidad-guerras, epidemias, carestías y terremotos- son solamente síntomas de tensiones.
Pero la tensión aunque sea una de las enfermedades más contagiosas, puede curarse con una hora de meditación diaria: media hora por la mañana y media hora por la tarde. Hay que eliminar la ansiedad. Yo puedo iniciarlos en la Meditación Trascendental: el arma que les permitirá alcanzar la felicidad interior.”
No tenía la aureola de un santo ni la fuerza magnética de un iluminado. Pero respiraba serenidad, energía, buen humor. Si bien sus risas podían resultar desconcertantes, tal vez estuvieran dirigidas al hecho de tener que explicar cosas tan obvias, tal vez a la puerilidad de esa muchedumbre que había estado jugando a la gallina ciega cuando era tan fácil jugar a la piedra libre.
“Este método no exige dotes especiales de concentración. Todos pueden practicarlo sin sustraerse de sus actividades habituales. No hay que hacer ningún esfuerzo ni entregase a la vida contemplativa. Es ideal para el hombre de negocios, proseguía.
Era un resumen de los beneficios de la serenidad interior. Nada que se diferenciara mucho de todo lo que yo había leído, oído y hasta intentado practicar alguna vez. La falta de constancia, la lentitud de los progresos me habían vencido. Pero en medio de esta exposición primaria, de ese ABC del pensamiento indio que escuchaba ahora, había dos elementos diferentes de los conocidos: no me exigía gran dedicación y se me proporcionaba una técnica casi automática: un mantra (palabra o frase que favorece la concentración), “mi” propio mantra personal, a cambio de un pañuelo blanco, unas frutas, unas flores, y una donación voluntaria. Era un buen negocio. El mismo Maharishi lo repetía. Para formalizarlo, entregué a los ayudantes un papel donde figuraba mi nombre y el motivo que me guiaba.
El gurú sonreía.
El Maharishi me da mi palabra
Al día siguiente, a las cuatro de la tarde, cargada con una cesta de frutas, un ramo de gladiolos rosados, un sobre de discreto contenido y un pañuelo que no utilizaría para llorar, acudí a recibir mi palabra de poder.
Varios grupos, de unas cincuenta personas cada uno, esperaban su turno, escuchando las indicaciones de los instructores: los aspirantes, después de entregar un papel exactamente igual al del día anterior, recibían su mantra de boca del Maharishi. Jamás lo repetirían a nadie, y a sí mismos, solo en voz baja. Inmediatamente, allí mismo, tendría lugar la primera práctica: con los ojos cerrados y la mente en blanco, tratando de no luchar con los pensamientos inoportunos, el iniciado repetiría para sí las sílabas milagrosas.
Cuando me acerqué al maestro, sentí una vibración bastante intensa, que se agudizó cuando la palabra se convirtió en “la” mía.
La Meditación Trascendental, “el agua que riega el árbol de todas las religiones”, comenzó.
Colgados de sus ramas, con los ojos cerrados, católicos, judíos, mahometanos, evangelistas, ortodoxos, estrenábamos la “regeneración espiritual”. Yo sentí enseguida sus beneficios: relax y placidez. No había arrojado en vano mis monedas en la fuente. Otros no alcanzaron a mojarse los pies: les dolió la cabeza. Otros se abandonaron demasiado a la corriente: se durmieron.
Abrí los ojos, El Maharishi se alejaba sonriendo, como para siempre.
El camino de la luz
Se sabe que el Maharishi Mahesh Yogi nació hace unos cincuenta y seis años en la provincia de Uttar Pradesh. Hay quienes dicen que sus principales rasgos los heredó de su padre, que era recaudador de impuestos. A los treinta años se convirtió en discípulo del gurú Dev, un famoso santón del Himalaya que predicaba la palingenesia o resurrección después de la muerte, a través de la meditación y la plegaria. El maestro murió en 1952, lo cual no indica en absoluto que sus doctrinas fueran erróneas o que el discípulo no quiso ponerlas en práctica para asumir la dirección del movimiento. A él le interesaba predicar para el mundo, y como “la montaña no fue a Mahoma”, fue a escalarla seis años después en reiterados viajes a Estados Unidos, Sudamérica, Gran Bretaña, Australia, Escandinavia, etc.
Esos escalamientos despertaron al principio escasa atención. La gente no estaba madura para recibir el mensaje. Pero en 1965, cuando había alcanzado el punto de sazón, el Maharishi comenzó la gran cosecha. Los “Centros de regeneración espiritual” proliferaron al mismo tiempo que las cabelleras y el “dígalo con flores” de los hippies (“cualquier semejanza es mera coincidencia”). Poco a poco la cuota de admisión se amplió hasta fijarse en dos días de jornal, de sueldo, de renta.
Actualmente el movimiento cuenta con más de doscientos cincuenta mil adeptos y con filiales en unos ciento cincuenta países. El profeta dice que bastaría que el uno por ciento de la población mundial adoptase su sencilla fórmula para que desaparecieran instantáneamente no solo los peligros del conflicto sino la inercia de los países subdesarrollados y de las amenazas a infartos cardíacos. Claro que sería necesario que ese uno por ciento (unos treinta millones de personas) estuviera integrado por algunas figuras políticas que padecen de grave “tensión individual” y que sería ocioso mencionar, mi sagaz y querido lector.
Prosigamos. La “casa madre” está en Rishikesh, a unas ciento sesenta millas al norte de Nueva Delhi, en la pendiente del Himalaya y cercana a la orilla del Ganges. Es una espléndida villa, emplazada, junto con numerosos cottages donde se alojan los meditabundos, en un área de diez kilómetros cuadrados. Muy cercano corre el Ganges de aguas purificadoras para el espíritu. Para el cuerpo, existen instalaciones de agua corriente, fría y caliente, y todos los elementos que exige el confort moderno.
¿Se asemeja a un ashram que es, por definición, una sencilla construcción en zona apartada, donde el sabio se recoge con los discípulos? Esta sencilla charada puede tener dos soluciones, de acuerdo con exceso de buena o mala fe.
“Me lavarás con agua y seré más blanco que la nieve”
Las condiciones esenciales que el sistema de pensamiento indio, y , en general, el de todas las filosofías orientales exigen de aquellos que aspiran a entrar seriamente en el camino que conduce a la verdad, pueden resumirse del siguiente modo:
La primera: “Debe existir un intenso e incesante anhelo de liberarse de las miserias de la vida y de alcanzar la suprema felicidad espiritual. No debe experimentarse el menor deseo por ninguna otra cosa. La segunda condición es el esfuerzo incesante, con cuidadosa y estricta observancia de ciertas reglas de conducta y el cultivo de las virtudes de impasibilidad y discriminación.
La tercera es la búsqueda de un gurú, genuino maestro que pueda guiar al aspirante, con rectitud y buen éxito, a la meta destinada.
Sólo un maestro viviente puede enseñar la verdad, porque esta es la encarnación de la verdad que buscamos. Cuando el maestro aparece, su actitud es tan natural que el recién llegado no experimenta asombro ni timidez y todas sus facultades críticas de pensamiento y de curiosidad se extinguen”
Analiza analizador.
El Maharishi Mahesh-maestro que demuestra un “incesante anhelo de liberarse de las miserias”-, en forma de verdad revelada ha vencido el asombro, la timidez, las facultades críticas y la curiosidad de una tumultuosa parte del Absoluto manifestado: los Beatles, Mia Farrow-ex mujer de Frank Sinatra-, los Beach Boys , Shirley Mac Laine, Rita Tushingham, contingentes de turistas norteamericanos, contingentes de poderosos suecos, contingentes de millonarios alemanes, han atravesado esforzadamente la “cortina de oro” que significa seguir un curso de meditación en la “cueva” de Rishikesh.
En cuanto a los “centros” que funcionaban en el exterior, la palabra sembrada por el Maharishi, regada por las aguas de la Meditación Trascendental, han dado copiosos frutos de distinta forma y diferente material. Según el músico Paul Horn, meditar es como sacar diariamente del banco el dinero que hay que gastar, y de acuerdo con las declaraciones de Paul Levy, que estudia en la Universidad de Nueva York, sirve para cortarse el pelo y recuperar la concordia familiar. En cambio otra estudiante del mismo lugar ha conseguido fortalecer su cuero cabelludo al lograr que la sangre circule libremente. Millares de jóvenes han cambiado el ácido lisérgico por la concentración, “esa rara droga que ayuda a perder el carácter ilusorio de la personalidad y aún destruirla sin destruirse físicamente”. Ni siquiera lo que habitualmente denominamos “fuerza bruta” ha sido insensible a esta poderosa corriente de “fuerza espiritual”. Baste notar que el pugilista Emil Griffith, antes de enfrentarse con Benvenuti por el título mundial de peso mediano, ha declarado: “En nuestro deporte, las condiciones físicas cuentan tanto como la serenidad espiritual. He oído decir que el “santón” hace milagros en este terreno. Necesitaría de su colaboración para enfrentar a mi adversario en las mejores condiciones psíquicas”. El Maharishi no recogió su invitación. No podía abandonar a sus fieles por una cuestión de pesos medianos.
De “Lady Madonna” a “Lord Maharishi”
Patti Boyd, la mujer del beatle George Harrison, arrojó la primera piedra. George, que ya se interesaba por la música india, la recogió. Siguió circulando: John Lennon, Ringo y Paul y sus respectivas esposas no escondieron la mano. Hasta Jenny, teenager hermana de Patti, entró en el juego. El clan de los Beatles había recibido en pleno el llamado de la beatitud.
Abandonaron “Lady Madonna”, el disco que debían lanzar este invierno, en manos de su administrador y partieron rumbo a Rishikesh. Estaban dispuestos a ayunar treinta horas en bien de su “regeneración espiritual”.
Esta se inició con el cumpleaños de George Harrison: globos, dulces, banderines, flores, canciones y reglamentaria torta. Ceremonia: el Maharishi untó la frente de George con pasta de sándalo. Regalo: el Maharishi regaló a George un globo terráqueo invertido, símbolo del estado actual del mundo y le encomendó darlo vuelta con meditación. Obediencia: George lo volteó inmediatamente diciendo: “Ya lo enderecé” Fin de fiesta: aplausos, oración hindu entonada por Mick Love, de los Beach Boys de California, con el acompañamiento del instrumentista Ajit Singh; “Happy birthday to you” por los sesenta y ocho miembros de la congregación. Apagón de velas.
George Harrison dijo que había prolongado su vida en veinte años, por lo menos. John vendió su Rolls Royce para ayudar a la apertura de otros centros. Ringo Starr y Maureen regresaron a Londres porque extrañaban a sus hijos, conformes con la “ermita” que “satisface todas las exigencias del mejor campamento de descanso y nada hay que decir de la comida”.
La policía visitó el centro de Rishikesh dispuesta a tomar medidas: el número de extranjeros y las cuotas establecidas-una semana de entradas hace cientos de millones semanales-exigían un pago de impuestos y un cambio en el rubro del lugar: “alberge” en lugar de “retiro”. Los fotógrafos y periodistas fueron agredidos por los guardianes y rechazados hasta más allá de un kilómetro de distancia, área que parece abarcar la meditación trascendental, etc, etc.
¿Y?
Hagamos un balance desapasionado, con cargos y descargos.
Se reprocha a Maharishi:
Ser demasiado sensible al poder del oro
.(¿y por qué habría de reducir la superficie de su sensibilidad?)
Que viaje en un avión Beechcraft de dos motores y que cuente también con un helicóptero.
(Bueno, no hay que pretender que cruce el mar caminando sobre las aguas o que viaje sobre una alfombra mágica: los milagros también pueden ser síntomas de orgullo)
3 Que cobre altas cuotas de ingreso (¿No es esto una prueba para la fe de los adeptos?)
4 Que se aloje en los mejores hoteles
(Son tan buenos para meditar como cualquier prestigiosa “cueva”; inclusive exigen un poder mayor de abstracción y desapego)
5. Que Rishikesh sea un lugar confortable
(La fe de los adeptos debe vencer de este modo pruebas más sólidas que el hambre, la mortificación y la carencia. La humildad y la pobreza suelen ser un camino fácil: no es oro todo lo que no reluce)
6. Mi amiga, la que me ayudó a ir al encuentro de mi gurú, sostiene que no he recibido ningún beneficio de mis prácticas, y que mi paz actual se debe a que he dejado de estar enamorada.
(Con las mismas razones sería posible sostener lo contrario)
Podría agregar algunos puntos más, públicos y privados, a este debate. Pero él es mi gurú, estoy unida a él, y siento que estoy turbando el área de su Meditación Trascendental.
en "Yo Claudia" (obra periodística de Olga Orozco) Ediciones en Danza 2012
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