miércoles, 19 de febrero de 2020

#OlgaOrozco2020: Atavíos y ceremonial





El traje de humaredas y telarañas rotas que permite cruzar alguna vez
-aunque jamás indemne-
esas grietas que entreabren en los muros aquellos cuyo destierro está del otro lado;
el sombrero de ortigas insomnes para forzar los sueños hasta la pesadilla,
o el otro, como enjambre furioso, convocando las chispas del desvarío y de la fiebre;
los guantes de cortaza y llaga viva que se contagian de todo cuanto rozan
y que palpan mejor el hecho de las ascuas donde se incuba el porvenir;
la capa de ráfaga emplumada para girar más rápido en la rueda de las metamorfosis
y dejarse aspirar por esas regiones al vacío donde se pierde el yo
y no se toca fondo en otro albergue y se confunde la saluda;
y zapatos de hierba, de agujas, de hormiguero,
hechos para explorar todos los reinos y violar las fronteras.

¡Qué taller inaudito mi cabeza!
¡Qué vestuario de fábula en los camarines de las altas tensiones!
¡Qué frágiles envolturas para el juego perverso de la tentación y el desafío!
Yo me probaba vértigos, espejismos, asfixias,
agonías litúrgicas como ceremonias de adaptación al purgatorio;
bordaba encantamientos como túnicas santas;
me envolvía en visiones inconclusas,
en luces inquietantes para cegar a los guardianas de la fatura razón;
cubría con tantos velos de ausencia mi memoria que apenas si despertaba dentro de mi piel;
ensayaba travesías de exilio hacia otras almas perdidas en el bosque;
trataba de ser otros, de borrar las junturas de las separaciones
-sí, un solo tejido donde estuviera inscrito todo lo existente,
un infinito lienzo de Verónica para las trasudaciones de la sangre de Dios-.



A veces recogí algunos minúsculos trofeos:
vidriosos sedimentos como flores de escarcha que se deshacen debajo de la lengua,
espumas que se evaporan como polvo espectral entre los dedos,
centelleos de lumbre que nadie advertiría a pleno sol;
relicarios, en fin,
como esas piedrecitas que alejadas del mar olvidan su fulgor.

Conseguí apremiar las respuestas de las sombras hasta los balbuceos y el derrumbe.
Me avasalló la noche; me filtró entre sus dientes;
me adoptó como a un alimento de costumbre.
Se acabaron las pruebas sobre redes doradas y las exploraciones de leyenda.
No hay disfraces para cubrir la retirada y burlas las consignas.
Solamente el precario, desnudo tegumento sin costuras que me ciñe a los huesos,
que me vuelve de pronto del revés y me arrastra hacia adentro,
peldaño tras peldaño por la ciega escalera interminable definitivamente.

Estoy hecha con la misma sustancia del abismo
y oficio contra la nada mi caída en las inmóviles tinieblas.

en "Mutaciones de la realidad" (1979)

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