Revista Claudia 111. Agosto 1966
Usted se despierta.¿Dónde? En un mundo vacío.
Hay una vaga sensación en el pecho; tal vez sea un sollozo reprimido desde la
noche anterior. Le pesa la cabeza y le duele más allá de su tamaño, lo mismo
que las articulaciones. Siente una gran molestia al abrir los ojos; al
cerrarlos, le lastima una especie de arenilla desde adentro de los párpados. ¿Y
el corazón? Roto. Destrozado sin remedio. Es mejor no pensar en el corazón. Hay
un cuchillo que conviene no mover. Sí, sin duda era preferible seguir
durmiendo. Si el cielo está nublado, todo va a resultar siniestramente
melancólico; si el sol brilla espléndido, la belleza será sádicamente cruel.
¿Qué ha sucedido? Todo ha terminado. Ayer, antes
de ayer o hace una semana se produjo una separación irremediable entre usted y
él. Es preciso admitirlo. Pero es necesario olvidar.
¿Cómo?
Il tempo é gentiluomo, dicen los italianos.
Es generoso a largo plazo, como los vinos. Ahora es burlón, enlutado, trágico,
impaciente, hueco, estéril, lento y sin sentido.
Hasta que el tiempo sea cálidamente amable,
hasta que llegue otra vez vestido de fiesta, con ofrendas de luz y de flores,
¿qué hacer y qué no hacer?
Encontrar otro
hombre
Parece monstruoso. Aquel era irremplazable,
único, fuera de toda serie. Tenía un no sé qué, actuaba no sé cómo, callaba y
hablaba no sé cuándo y se lo amaba no sé por qué. Pero hay otro hombre que
tiene condiciones semejantes y hasta hace poco más precisas, salvo la de que
usted lo ame. Es la única que le falta. Y de eso se trata: de que llegue a
amarlo.
¿Dónde está? Detrás de una de las
innumerables ventanas de la ciudad, oculto en su investidura de amigo o de
desconocido, en viaje hacia usted, desenredando, sin saberlo, los hilos de las
sucesivas situaciones que llegarán a unirlos milagrosamente.
¿Que no es posible? ¿Que no puede haber otro
igual? Justamente, eso es lo importante: que no sea igual, que sea mejor o
diferente para no tener que beber más que una vez del mismo amargo río.
Por lo demás, sólo Adán era irremplazable.
Por eso Eva toleró cargar con toda la culpa. Pero cuando no se sale acompañada
del Paraíso, es una suerte habitar en la tierra. También es una suerte que el
Diluvio haya pasado y que las posibilidades de elegir pareja no se limiten al
ejemplar único, compañero fatal en el Arca, sino que abarquen un amplio y
matizado muestrario.
Lo fundamental es no permanecer en actitud de
duelo, no convertir el pasado en una celda de reclusa, no hacer del sufrimiento
una barrera infranqueable o una erizada coraza.
Mientras el otro
llega…
Al comienzo, usted tendrá unas insoportables
ganas de llorar. Y bien, llore. Pero no lo convierta en una costumbre. Llore
pensando si vale la pena quedarse sin pestañas, que quién sabe si le volverán a
crecer. Llore no sobre las mejores sino sobre las peores imágenes del objeto de
su llanto. Llore a conciencia, prolijamente, hasta borrarle la cara, hasta
bostezar de aburrimiento de llorar.
Mientas tanto, rompa los retratos y las
cartas, regale los discos “historiados”, encierre con doble llave los regalos
hasta el tiempo en que pueda volver a verlos, ya despersonalizados.
Entonces reaccione. Haga un inventario de
esos meses o esos años que la llevaron a este desenlace. Cualquiera sea el
resultado, puede estar segura de que no hay experiencias negativas, de que cada
momento, malo o bueno, ha sido útil y puede servirle de enseñanza o de ejemplo
para el porvenir. No haga del destino un libro de quejas, sino un libro mayor
donde aún los fracasos deben ser anotados en la columna del “haber”. Pero
piense que con las lágrimas está perdiendo gran parte de la sal de su propia
vida, que la deshidratación conduce a la aridez y la aridez al envejecimiento
prematuro.
Mírese al espejo ¿Le parecen atractivos esos
párpados hinchados, esas ojeras abultadas con bordes violáceos, esa piel pálida
y muerta, esos surcos a los costados de la boca? Intente sonreir. El resultado
no será feliz: tal vez una máscara intermedia entre la de la comedia y la de la
tragedia. Pero a partir de allí, ensaye todo juego de expresiones. Trate de
fijar algunas de las que más le siente, y manténgalas, aunque no correspondan a
su estado de ánimo. Terminarán por provocarlo. Hay estados que pueden
conseguirse en parte estimulándolos desde afuera. Sobre todo no olvide que un
ángulo de más de 45ª entre el cuello y el mentón ayuda a disipar cualquier
sensación de abatimiento.
No exagere, claro está. Recuerde aquel cuento
de una princesa china que seducía a las multitudes con el encanto de su arrebatadora
sonrisa. Cuando otra mujer trató de imitarla, exhibiendo una muestra siniestra
por las calles, “los ricos se exiliaron y los pobres se encerraron en sus
casas”.
Después, póngase compresas frías en los ojos,
mientras hace relax repitiéndose hasta el cansancio: “Estoy tranquila, estoy
completamente tranquila”. Con un poco de concentración y paciencia, lo
conseguirá. Enseguida, invéntese el mejor programa, arréglese esmeradamente y
salga.
Al día siguiente llorará menos.
Sus recuerdos llegarán a estar tan lavados y
deslucidos que no valdrá la pena hacerlos brillar bajo las lágrimas.
Los elementos
peligrosos
El enemigo número uno es el teléfono. Cuando
permanece silencioso tiene toda la apariencia de un instrumento de tortura.
Levantamos el tubo para saber si hay tono. Probamos la horquilla. Lo ocupamos
menos de lo imprescindible. ¿Para qué hablar de los paseos alrededor del
cuarto, de las miradas amenazadoras o resentidas que lanzamos hacia ese
monstruo inconmovible, hacia ese perverso intermediario, sordo y mudo? ¡Si
fuera posible hipnotizarlo! Sólo falta decirle, como Miguel Angel a su
escultura de Moisés: “ ¡Habla!” Y cuando suena, cuando se produce ese milagro,
la ansiedad con que respondemos hace que la persona que llamó para interesarse
por nosotros se vea obligada a decir, tímida y cohibida: “Disculpe. Soy
solamente yo.”
No. Olvidémonos del teléfono. Para evitar la
obsesión, tratemos de no estar en casa a las horas en las que él solía llamar.
Otro elemento que conspira contra cualquier
recuperación es frecuentar los lugares a los que se solía ir juntos. Las
paredes oyen. Oyeron. Y ahora hablan y cuentan el pasado. Huya. Recuerde que
los ecos de entonces son los lamentos de ahora, y que es morboso escuchar el
ruido de las hojas muertas.
También los amigos comunes son un peligro.
Sin querer, o queriendo, en algún momento se mencionarán episodios compartidos,
o el tema recaerá en lo que él hace o deja de hacer. De ese modo lo seguiremos
acompañando en una biografía en la que ya no tenemos ningún tipo de papel.
Tampoco ellos sabrán qué hacer: si no lo mencionan, harán más evidente su
ausencia; si lo mencionan, nos obligan a caminar sobre vidrios rotos; si sus
consideraciones son amables o lo disculpan, una se siente herida; si lo atacan,
siente vulnerado un pasado que también es propio.
Es preferible interrumpir esas relaciones
durante una temporada – a menos que no se tenga otro recurso contra la
soledad-, hasta que los silencios y las alusiones duelan mucho menos.
Nace el día
Comience por aspirar profundamente cuando se
despierta, por abrir las ventanas de par en par. No se quede en la cama royendo
su desesperación: es un hueso sin ninguna sustancia, se astilla y se atraganta.
En cambio, el apetitoso desayuno que la aguarda, el oloroso café en la taza con
flores de colores vivos que usted adquirió especialmente ayer, las crocantes
tostadas, minuciosamente untadas con manteca, tienen las calorías necesarias
para compensar en parte la sensación de vértigo y vacío. El cuerpo se comunica
con el alma, no hay la menor duda.
Y el día se tiñe con el color del despertar.
Pero no descuide después los detalles que ése color haya puesto en relieve.
Para ello, nada mejor que realizar cada cosa a conciencia, prolija y
concentradamente. La contemplación de una hoja, de una piedra, de una lámina,
realizada atentamente, puede conducir a curiosas revelaciones. De la misma
manera, no hay tarea minúscula cuando se pone al servicio de una gran empresa
como la restauración del alma.
Nada de gestos automáticos. Detrás de los
gestos automáticos está emboscada la imagen que espera nuestra distracción para
colarse, una imagen aviesa que desencadenará nuestro más vivo sufrimiento.
¿Hacia dónde ir?
Los grandes desplazamientos no son muy
aconsejables. Claro que no todo el mundo está en condiciones de extasiarse con
los museos europeos, ni con las costumbres asiáticas, ni con las playas
tropicales. Pero hay excursiones más próximas y nada costosas. La contemplación
de la naturaleza es siempre sedante y el verdor
es un excelente tónico para la esperanza.
La gimnasia elimina la tensión y da
optimismo. La gimnasia yoga es mejor aún, pues obliga a concentrar la atención
en cada pequeño movimiento y a poner la mente en blanco con respecto al yo, ese
yo que ha sido tan torturado y que necesita descanso.
Hágase socia de algún club. Además de las
ventajas deportivas, tendrá la de conocer gente nueva.
Cumpla con antiguos compromisos y deberes que
usted postergaba porque no tenía tiempo. Ahora le ayudarán a borrar la
sensación de que le sobra y calmarán viejas inquietudes y remordimientos.
Combine inteligentemente el trabajo y los
paseos. Libros, fiestas, teatro, música y cine pueden matizarse con el
aprendizaje de cosas nuevas: un idioma, repostería, decoración, guitarra por
cifra, jardinería, etc. Cualquier conquista personal es un continente a la
vista.
No responda “no” a ninguna invitación, a
menos que vulnere sus principios o pueda entristecerla. Asistir a un cóctel le
levantará el ánimo; escuchar galanterías equivale a un adorno nuevo, y la invitación
de otro hombre es siempre un homenaje y una toma de conciencia de valores no
desdeñables. Aun cuando ese hombre no encarne la promesa de un nuevo romance,
aún cuando no tenga ese “no sé qué” que usted sabe, puede ser el puente que
lleve a un paisaje menos grisáceo, menos neblinoso que ese que la envuelve. Tal
vez del otro lado de ese puente haya alguien que la está esperando.
Mientras tanto
El tiempo habrá madurado o continuará
madurando.
Si usted ha conseguido olvidar rápidamente a
ese hombre, si tiene que esforzarse para resucitar su voz, para reconstruir sus
gestos y sus ademanes, si la historia que vivieron juntos le parece absurda o
ajena, ¡alégrese! No se trataba del “gran” amor. Terminará por borrarse como un
nombre inscrito sobre la arena.
Si no lo ha conseguido, por lo menos ya no
caminará con aire de expulsada del Paraíso; no apoyaría la cabeza contra el
vidrio para mirar la niebla, con la mano crispada en la cortina; habrá salido
de su caja de hielo.
Il tempo é gentiluomo. Casi siempre es generoso
y viene acompañado de un magnífico escudero.