jueves, 23 de agosto de 2018

Nuestra Señora de las Mariposas (entrevista a Olga Orozco por Fernando Noy)






Mucho antes de que le otorgaran, a los setenta y seis años, el Premio Juan Rulfo, Olga Orozco ya le rezaba a una foto de Rulfo y a una virgen checoslovaca sin nombre. En una entrevista con Fernando Noy, habla de por qué no escribe cuando los tiempos son duros, pero tampoco cuando es feliz; de su amistad con Oliverio Girondo y Norah Lange; de cuando le ofrecieron ocupar el lugar de Victoria Ocampo en la Academia de Letras; y de los llamados de Alejandra Pizarnik a las tres de la mañana.

Cuando se le pregunta por su tierra natal dice que, donde ahora es La Pampa, antes hubo mar: “De veras. La arena parece marina y hay restos de conchillas. Las dunas eran médanos que cada día cambiaban de lugar”. Dice que sólo eso explica su casa, rodeada por una especie de selva con viñedos y árboles frutales, frente a la aridez del desierto. Dice que, desde los siete años, ya tenía intuiciones fuera de lo común acerca de cosas que iban a suceder: a ella o a los demás.
-Y enseguida me di cuenta que no debía hablar con nadie de ese poder secreto. Sólo con los de mi familia. En mi libro de prosa La oscuridad también es otro sol cuento cuando mi hermana Yola una noche me tomó impresionada de la mano, porque estábamos viendo el mismo fantasma. Incluso oímos diversos ruidos de alas golpeando las persianas. Fui a investigar y apareció mi abuela que, para calmarnos, dijo: “No se asusten, niñitas. Son sólo fantasmas, nada más que fantasmas”. No sabía escribir aún y ya me pasaba el día preguntando a mi madre cosas que ella no lograba responderme. Entonces inventaba yo misma una respuesta y Cecilia, mi madre, la escribía de inmediato.

O sea que aquel lugar la marcó para siempre.

-Por supuesto. Es muy distinta la vida de un niño que empieza a descubrir el mundo en un paisaje semejante. Hay miles de cosas para investigar, desde el misterio de una lagartija a la escarcha que se forma sobre las tinajas encerrando flores y hojas con un herbario.

Además de poesía y ese libro de ficción, también ha escrito teatro...

-Sí. Incluso tengo un premio para teatro inédito. La obra se llama El humo de tu incendio sigue subiendo.

¿Hay, tal vez, un nuevo libro de poemas?

-No. Mis últimos años han sido muy duros. Sólo puedo escribir si estoy tranquila, no cuando debo dar alaridos. De eso se ocuparon muy bien los griegos.

¿Y cuando está feliz?

-Tampoco aparecen poemas, tal vez porque sucede como en el dicho: “Boca que besa no canta”. La tristeza, por otra parte, te agobia de tal modo que logra amordazarte. Pero hay momentos de gracia muy intensos, cuando las respuestas que busco se vislumbran, lejanísimas.

Hablando de vislumbres, ¿de qué modo conoció a Oliverio Girondo?

-Oliverio había programado el concurso de la revista que imprimían los martinfierristas, el grupo del que yo también formaba parte. Eran casi todos hombres y todos decían estar enamorados de mí: Bailey, Molina, De Obieta, Vanasco, Trejo, Madariaga, Calamaro, Devoto, Bosco y Miguel Angel Gómez, con el que me casé. En una de esas reuniones, cuando fuimos a cenar, Girondo estaba sentado frente a mí mientras comía un gran plato de polenta con pajaritos, nada menos. Yo lo miraba, absorta por ese aire de gran señor que tenía, hidalgo y al mismo tiempo fáustico. Por el tono de voz parecía el propio San Pedro o tal vez Zeus. En realidad, no sé qué parecía, pero al comienzo me intimidaba bastante.

¿Usted qué edad tenía, para intimidarse así?

-Yo recién había cumplido dieciocho años y llevaba a cuestas mi tremenda timidez. Mientras introducía los huesitos de pájaros entre sus fauces no pude contenerme y me largué a llorar. Como estábamos tan cerca, enseguida me vio. Y comentó en voz alta: “No se puede comer cuando una niña llora”. Apartó el plato y comenzó a conversarme. Yo me calmé. Después de un rato él dijo: “Te vas a hacer gran amiga de Norah (por Norah Lange, su esposa). Lo presiento, aunque Norah no haya podido venir esta noche, toma...” Y, mientras sacaba un papel del bolsillo, me pidió: “Escríbele algo”. ¡Y yo le hice caso: mandé un poema improvisado a una desconocida! Al día siguiente la propia Norah me llamó para invitarme a tomar juntas una copa. Al cabo de un rato apareció Girondo. Su vaticinio se había cumplido: nos habíamos hecho amigos para siempre. Oliverio decía que una mujer debe saber volar; no importa que tenga piel de jazmín o de higo seco con tal que sepa volar. Y bien, Norah Lange era una mujer que volaba con la imaginación, con las palabras. Tenía el porte de un barco que avanza sin detenerse en su mar de sonrisas y una facilidad encantadora para inventar discursos: su lenguaje era casi quevedesco. Ambos eran extraordinarios. Mi encuentro con ellos me transformó la vida.

Ahora hablemos de nuestra amiga, Alejandra Pizarnik.

-Alejandra, como tú sabes, vivía muy angustiada. Sus últimos años los pasó en un estado agónico, del que hacía lo imposible por sobreponerse. Pero cuando tenía gente alrededor se convertía en el centro de las atenciones. Era brillante, capaz de encantar... Pero cuando estas personas desaparecían, Alejandra caía en depresión. Me llamaba por teléfono a las dos o tres de la mañana para que le dictara mi Certificado de Poderes contra La Angustia. Yo le decía: “Aquí estoy, Gran Sibila del Reino, para certificar que a Alejandra Pizarnik jamás un pájaro negro se le posará sobre la sombra, que las piedras se abrirán milagrosamente para dejarla pasar hacia las mayores luminosidades”. Todo mi cariño lo introduje en el poema que le dediqué: “Pavana para una infanta difunta”. También, junto a Ana Becciú, recopilamos sus manuscritos inéditos: Textos de Sombra y otros poemas. Hoy ella está más viva que nunca en su poesía. Y me alegro.

¿La invitaron a ingresar en la Academia de Letras?

-Cuando murió Victoria Ocampo me ofrecieron su sillón. Yo dije que no. Luego enviaron a Manucho junto a González Lanuza, que eran los más simpáticos, y ellos me advirtieron de entrada: “Nos mandan porque saben que piensas que los académicos son una especie de aburridos tortugones. Pero como nosotros dos te resultamos siempre divertidos, creen que lograremos hacerte aceptar. Piénsalo, Olga, no te imaginas lo que podremos disfrutar juntos”. Igual volví a negarme.

¿Por qué?

-Los poetas creemos en las palabras como si fueran mariposas en libertad. En cambio, los académicos parecen entomólogos exponiéndolas incrustadas en alfileres. Como volvieron a insistir, se me ocurrió inventar rápido una coartada. Les dije que tenía muchas predicciones y que ni en ellas ni en mi horóscopo se captaba ningún aviso de que pudiera llegar alguna vez a ser académica. Tampoco en las líneas de mi mano veía ningún sillón. El mejor espacio para mí en la Academia, estaba en medio del público. Enseguida alguien hizo correr la voz salvadora: “Olga Orozco no acepta por motivos estrictamente esotéricos”.

¿Existe una poética esencialmente femenina?

-La creación no tiene sexo. Las mujeres han tomado a la poesía como una verdadera misión y a la palabra poética como un destello casi sagrado. Sé que hay un mundo que las mujeres complementan de alguna manera con el de los hombres. Pero el lenguaje no hace al sexo. La gran poesía es poesía a secas. La palabra tampoco es una fuerza tan enteramente a nuestra disposición como para poder afirmar esto o aquello es lo que pretendo decir. La palabra es como un llamado en la puerta, que puede provenir de cualquier parte: una pintura, una melodía, una frase oída al pasar. Abrimos y encontramos el inicio de algo, pero a lo lejos: tras un largo corredor se ve otra puerta que tal vez esconde el final de lo que está solicitándolo a uno.

¿Qué solicita?

-Ser nombrado solicita. Pero desde un punto al otro hay muchísimo camino para andar. En ocasiones, la intención se desvía. Sigue por otros vericuetos produciendo ramificaciones, diversificaciones de la distancia. Muchas veces esos mismos signos que buscan ser dichos son un tanto excesivos y hay que renunciar o podar elementos. Por eso casi siempre se sabe de antemano el principio y el fin, pero nunca cómo llegar desde un extremo a otro.

Un esfuerzo casi imposible...

-Se atraviesan tembladerales, distintas fases de una misma realidad. Sorpresivamente lo cotidiano resulta fantástico y lo puramente fantástico, habitual. Se producen sobresaltos, deformaciones, parálisis. Uno no sabe de qué modo decir eso que está sintiendo. El vocablo huye como un pez. Igual que en los sueños, las cosas son y no son al mismo tiempo. Uno incluso tropieza y esa caída resulta mágicamente el comienzo de alguna salvación. La creación se asemeja a la Creación con mayúscula por el poder del verbo, que ha ido descendiendo al mundo para crear diversos reinos. Partes de la realidad visible son, en el fondo, relámpagos de lo invisible.

Como un mapa de doble faz.

-Y con demasiadas prolongaciones, a las que a veces accedemos desde nuestros sentidos. Como si hubiéramos tapado otra vez la fisura desde la cual llegamos a este mundo. Y no pudiésemos espiar hacia el otro lado, donde viven esas voces distintas que fuimos atravesando una a una sin ser demasiado conscientes de ello. Por eso hay que ir siempre preguntando, tratando de ir siempre más allá.

¿Por qué tanta pregunta?

-La poesía es una interrogación permanente, por más que tenga la fuerza de otra aseveración. A veces se llega a algo que pareciera la última pregunta posible, pero ese interrogante recién nacido tampoco tiene respuesta y choca contra lo vedado, lo que jamás podríamos saber desde este costado del mundo. Es entonces cuando la poesía parece una apuesta, esperanzada y desesperanzada al mismo tiempo. Esperanzada porque la lucha continúa. Desesperanzada porque nunca se acierta en el blanco preciso al que apuntábamos. Llegamos a identificar la palabra con la cosa misma, pero ese pacto siempre resulta ilusorio. La cosa misma no está todavía, la cosa por decir llegará después, cuando logremos mencionar aquello que había desde el comienzo.

¿Por eso ha dicho que lo poético es un don perverso y malsano al mismo tiempo?

-Es que a través de la gran aventura que significa un poema, se hace evidente que es perverso: el poeta se obstina en asir una presencia que se le escabulle. Como en el mito de Sísifo con su invencible piedra, o como en aquella condena que Gómez de la Serna imaginó para Lautreamont (cuyo blasfemo Canto Tercero era roto en forma implacable por Dios, sin haberlo leído, enviándolo a reescribirlo cada día). Y dije malsano, porque el poeta debe recomenzar siempre ese interrumpido e interminable poema, como un precario puente entre lo momentáneo y lo perdurable. Este misterio es un curioso acto de fe: nos lleva incluso a ligarnos incondicionalmente a quien nos ha vencido.

¿Cómo es eso?

-El poema es una bocanada de aire fresco después de haber estado a punto de perder el aliento. Es el alivio luego de haber expuesto tu alma al mayor de los peligros. Y yo misma me pregunto para qué sirve este oráculo ciego, este guía inválido, este inocente temerario inclinándose a cortar la flor azul en el borde de los precipicios, prescindiendo de la fatalidad personal y de sus propios fines, limitando su misión al papel de intermediario que desempeña, tal vez sin proponérselo, frente a los demás.

¿Qué piensa de este premio que le otorgaron “los demás”?

-No lo esperaba, ni sabía que estuviera propuesta. Cuando me informaron por teléfono que vendrían a traerme una noticia preciosa pensé que era una broma. Después me pregunté qué podría ser. ¿Un caballo celeste? ¿Un arcón cargado con monedas de oro recién salido del mar? ¿O acaso ni más ni menos que el unicornio? Siempre veneré a Juan Rulfo. Era parco, pero a pesar de su timidez charlamos largamente cuando llegó a Buenos Aires. Se veía que le molestaban profundamente los elogios y los honores. Me regaló una foto suya que coloqué en el mismo marco de una virgen a la que rezo todas las noches y que fue de mi abuela.

¿Cuál santa?

-No tiene nombre ni apellido. Yo la llamo “Nuestra Señora de Las Mariposas” porque está rodeada de ellas. Es checoslovaca. Por el color del manto parece La Inmaculada. La tengo en mi mesa de luz. Ahora pienso que mis oraciones las ha repartido con Juan Rulfo. Pero no tengo rezos preconcebidos: los invento. Son poemas como plegarias que sólo susurro a ellos.

Ahora vendrán futuras distinciones, seguro. Tal vez el Nobel.

-Después de que Borges estuviese propuesto tantas veces sin ganarlo, todo argentino debería sentir vergüenza por recibirlo. Se lo negaron por cerrazón para entender su genio. Por malinterpretar sus dichos, que a pesar de nacer del más puro humor, fueron tomados demasiado en serio. Por ejemplo, Borges dijo bromeando que Lorca era un andaluz profesional. Otra vez declaró que el mejor poeta español era Machado. Entonces los cronistas comentaron. “Ah, hace bien usted en admirar a Don Antonio”. Pero Borges enseguida respondió: “Qué Antonio, ¿acaso Manuel tenía un hermano?”.


Cuando regrese con su premio, ¿qué hará?

-Bajaré del avión acompañada por mi propia barra brava.


Fuente: Radar . Página /12 
https://www.pagina12.com.ar/1998/suple/radar/agosto/98-08-16/nota5.htm

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