jueves, 23 de agosto de 2018

La casa enjoyada (sobre Olga Orozco en el Suplemento Cultura de La Nación, 1999)

La poeta de Los juegos peligrosos buscó recuperar en el amor, la escritura y el esoterismo, la unidad perdida del alma y de lo divino. Ese anhelo la llevó a convertir su propia vida en un poema.


1 de septiembre de 1999 

HAY poetas cuya obra representa una auténtica "casa" del lenguaje, un lugar al que siempre volvemos porque en cada lectura encontramos algo nuevo y valioso: una metáfora donde se condensa, hecha belleza sensible, alguna percepción vinculada con nuestra experiencia de lo humano. Olga Orozco fue una de esos pocos.

Claro que su "casa" era, como lo digo en el título de esta despedida, una casa enjoyada, porque sus poemas, como los de casi ningún otro, están formados por versos que son auténticos lujos de la lengua y que, muchos años después de haberlos leído, siguen resonando en nosotros con su poder incantatorio y su tono arrebatado o íntimo. Y también porque esos versos están poblados por casi todos los grandes interrogantes que nos acechan por la mera circunstancia de estar vivos. De allí el dolor de saber que la puerta de esa casa se ha cerrado. De allí también la reflexión tranquilizadora -o el modesto consuelo- de saber que esa casa existe para siempre, no como un museo osificado, sino como el "museo salvaje" lleno de vida, de belleza y revelaciones que es siempre la poesía verdadera.

La oscura voz del misterio

Olga fue de aquellos poetas cuya frecuentación nos hacía sentir privilegiados. Nos permitía compartir no sólo un humor siempre a caballo entre la metafísica y el disparate sino también la atmósfera que suscitaba su presencia de iniciada en las magias y los arcanos del Tarot y de niña desamparada. Con su voz oscura y excepcional, podía cantar tangos inolvidables y destemplados al amanecer o decir como nadie, con acentos del otro lado del lenguaje, "Una rosa para Stephan Georg" de Molinari o "El tango del viudo" de Neruda. En su hogar, las máscaras, las plantas y el té ahumado se conjugaban con sus ojos de un verde inconcebible para crear un universo fascinante.


En realidad, la vida misma de Olga fue fascinante, desde la infancia mágica en Toay -el pueblito de La Pampa donde nació, bajo el signo de Piscis, en 1920-, que recreó en sus dos bellísimos libros de relatos ( La oscuridad es otro sol y También la luz es un abismo), hasta sus amores de joven y de adulta. A esa fascinación contribuían sus amistades, sus trabajos tan poco convencionales y ciertas presencias míticas, como su gata Berenice, a quien dedicó su poemario Cantos a Berenice .

Los amores de Olga demuestran la unidad radical que presidió su vida y su obra, pues sus compañeros siempre estuvieron vinculados con el arte: la poesía en el caso de Miguel Angel Gómez y Enrique Molina, la actuación en el de José María Gutiérrez (con el que tuvieron un bar en San Telmo, La Fantasma), la arquitectura en el de Valerio Peluffo, su último marido. Los amigos, que rodeaban a Olga en un entrañable círculo de afecto y admiración, iban de los grandes escritores de la lengua española y destacados músicos y plásticos a los jóvenes que la visitaban como a una maestra siempre dispuesta a atender a quienes se iniciaban en la poesía.

Los trabajos que Olga había ejercido, casi siempre en el ámbito del periodismo, la habían llevado a oscilar entre los heterónimos inventados para escribir notas periodísticas y el anonimato de los horóscopos en los que, como confesaba, siempre trataba de incluir una nota positiva cuando los astros se conjugaban mal.

Una aventura sacrílega

Aunque a menudo se la ha incluido en la tan zarandeada "Generación del cuarenta", la poesía de Olga Orozco tiene ciertos rasgos únicos que la convierten, no sólo en una obra apoyada en una poética personal, sino en una auténtica cosmovisión hecha palabra. Sin duda, sus poemas comparten con los de la mencionada Generación (más precisamente, con los de los poetas que seguían una estética neorromántica) el tono elegíaco y melancólico, el lirismo de corte existencial y la recurrencia del pasado y la infancia, concebida como un espacio mítico primordial. También se pueden discernir en la obra de Olga coincidencias con el surrealismo, pero la creación de Orozco desborda tanto los límites de ese movimiento como el rótulo de neorromántica.

La dimensión religiosa y la indagación metafísica tienen una singular importancia en la obra de Olga y se fueron ahondando en sus sucesivos libros, hasta teñir toda esa cosmovisión a la que me refería antes, dentro de la cual el quehacer poético en sí mismo cumple una función capital.

Creo que la poesía de Orozco surge a partir de una experiencia de tipo religioso: la nostalgia de la unidad perdida. Sus versos aluden a un estadio metafísico, en el cual el alma estaba integrada en el absoluto y era parte de Dios. A esa unión, en el momento del nacimiento, le sucede la caída en la contingencia, es decir, la sujeción a las tres formas básicas de la limitación humana: el tiempo, el espacio y la individualidad, vividas por el alma como angustiosas y como marcas del exilio del Reino. De ese Reino, el alma guarda una secreta memoria.

Contra esa angustia y esa exclusión se rebelará apasionadamente Olga y su aventura interior puede resumirse en el intento de remontar la dinámica descendente de esa caída para reintegrarse en el absoluto originario. Este intento se concreta, por un lado, a través del amor, esa experiencia radical de unidad, y por otro, a través de los diversos "juegos peligrosos" que dieron título a uno de sus libros más hermosos. Pero el amor siempre es el recuerdo del amor perdido, sea por el abandono o por la muerte del ser amado. Y los "juegos peligrosos" -la magia, la astrología, la cartomancia y el sueño- culminan con la poesía que se revela como la única arma verdaderamente válida para vencer el tiempo.

Esta visión de la palabra poética vincula a Olga con una larga tradición de escritores que, a partir del Romanticismo alemán, proclamaron la sacralidad del verbo poético, pero que también señalaron los riesgos que entraña. La locura es el tradicional castigo que los dioses reservan para quienes, como los poetas y los creadores, invaden el camino que sólo puede ser franqueado por los santos.

Claro que si la poesía de Orozco sólo fuera una "casa" por la cosmovisión que alberga, Olga no sería la maestra a quien volvemos una y otra vez. Lo fundamental es que esa cosmovisión de singular riqueza y coherencia se corresponde con un lenguaje igualmente elaborado, suntuoso y sugestivo, cuyo centro es la imagen. En rigor, si Olga estaba cerca del surrealismo no era sólo por la raigambre onírica de sus metáforas sino porque asumió como pocos la convicción, proclamada por los surrealistas, de que la gran tarea era hacer de la propia vida un poema. Y lo logró construyendo esa casa enjoyada de su poesía.



Fuente: https://www.lanacion.com.ar/214619-la-casa-enjoyada

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